CLÁSICOS DE SEGUNDA FILA:
Cuando Harry encontró a Sally

por
Guillermo Ortiz López


H

ay películas que no pasarán a la historia del cine pero que se recuerdan siempre con cariño. Películas de palomitas, refresco de cola y buenos amigos. Son películas que nunca aparecen entre las mejores de todos los tiempos pero que acuden siempre a las conversaciones particulares. Son lo que podemos llamar «clásicos de segunda fila». Normalmente, se trata de películas de género, con las limitaciones que eso puede a veces implicar, pero que sobresalen de manera especial y se quedan en la mente de los espectadores. O en el corazón, si tienen suerte. Una de esas películas es, sin duda, Cuando Harry encontró a Sally (1989).

La película pertenece al género más tradicional en Hollywood: la comedia romántica. Hay cine romántico desde que el cine pretende ser arte y no sólo técnica. Este género ha pasado por altos y bajos, como es habitual, viéndose superado, según el gusto de la época, por el western, el cine de catástrofe, de terror... pero es el género por excelencia de los tiempos contemporáneos. En los 90 el cine romántico ha reinado sobre todos los demás, posiblemente por tratarse de una época marcada por un desencanto que buscaba alivio en las salas de cine. El camino lo marcó Cuando Harry encontró a Sally. En principio es una fórmula sencilla: chico conoce a chica, nada nuevo. Pero llevada y resuelta con especial acierto la cosa más sencilla puede parecer genial.

Estamos ante dos grandes aciertos: lo primero, y decisivo, un tema que pueda ser identificable y que haga pensar al espectador, lo segundo —no menos importante— una sólida elección de intérpretes, en este caso Billy Cristal —habitual en las galas de los Oscar—, la bellísima Meg Ryan y dos secundarios de entidad como Carrie Fisher (sí, la Princesa Leia) y Bruno Kirby. Con tan buenos ingredientes es normal que salga un plato apetitoso. Lástima que la receta se haya intentado repetir tantas veces con tan desafortunado sabor, y es que, insistimos, lo sencillo sólo se convierte en genial cuando hay verdadero talento y trabajo detrás... un par de tópicos no bastan. Ni siquiera la guionista, Nora Ephron, ha conseguido repetir un éxito semejante. Sus películas como directora intentan acercarse a la fórmula pero de manera demasiado obvia y empalagosa: por ejemplo en Algo para recordar (1993) o Tienes un e-mail (1998).

El tema en cuestión que se ha convertido en centro de mil discusiones gira en torno a una pregunta bien sencilla: ¿pueden los hombres y las mujeres ser amigos? La película viene a insinuar que no, que tarde o temprano la atracción física y sexual se acaba interponiendo y arruinando la amistad. La tesis se desarrolla en un diálogo admirable. Harry afirma: «Ningún hombre puede ser amigo de una mujer a la que encuentre atractiva». A lo cual, Sally, objeta: «¿y de una mujer a la que no encuentre atractiva?». Harry lo piensa y llega a la siguiente conclusión: «da igual, tarde o temprano también querrá acostarse con ella». No es asunto de destripar toda la película, digamos que pretende ser un ejemplo de la tesis: un chico y una chica atractivos que intentan ser amigos... los resultados quedan para el que quiera verla.

Yo era un animoso adolescente cuando vi la película la primera vez. Me fascinó. No sólo por la sonrisa de Meg Ryan, que ya sería suficiente, sino por la pregunta en cuestión. Durante meses en nuestro grupo no se habló de otra cosa: todos queríamos ser Harry y Sally. Pensé y escribí mucho sobre lo que quería decir la película y qué respuesta se podía dar: primero pensé en que el problema estaba en cómo uno definiera el término «amigo». Se puede ser amigo de alguien de muchas maneras, no hace falta que haya una intimidad absoluta como la de los dos protagonistas. Luego pensé que quizás el problema estuviera en el uso de la palabra «ser». Si lo que se quiere decir es que los hombres y las mujeres para poder ser amigos en un momento dado tienen que «ser» amigos para siempre, es difícil de saber, la verdad. Miré a mi alrededor y vi a un montón de amigos y amigas. Inmediatamente nos pusimos a hablar otra vez sobre ello. Quince años después, aún no hemos encontrado respuesta...

Todavía, de vez en cuando, en la reunión más insospechada, alguien repara en que han vuelto a poner la película en televisión: comentamos lo desfasada que está, cómo ha envejecido Meg Ryan, el exceso de «laca» que todavía se percibe en los últimos coletazos de los 80... y nos tiramos de los pelos cuando vemos a Josema Yuste intentando ser Harry en una obra de teatro. En cualquier caso es una película que quedará con nosotros durante mucho tiempo. Todo el que tardemos en encontrar una solución a la pregunta: ¿los hombres y las mujeres pueden ser amigos?... o hasta que dejemos de preguntárnoslo.


▫ Artículo publicado en Revista Almiar (2003). Reeditado en enero de 2020.

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