CADENAS de serpientes
oprimen largas avenidas de cristales,
vasos azules
y venas blandas por heridas.
Venas blandas
en los cuerpos unidos de los hombres,
en el vientre desnudo de la tierra,
y venas blandas
en la piel vidriosa de los cielos.
Y todo apretado en un corazón solo
y ahora seco.
La sangre
caída y coagulada en el lomo de las serpientes.
Ya no queda más que despojos,
briznas disueltas en el aire.
Y en el espacio
un largo anillo dilatándose,
un círculo,
la última apariencia.
Canto II
MILES de sueños giran
en torno de las paredes
buscando aires lejanos y marinos,
magnitudes todavía no alcanzadas,
espantos todavía no medidos.
Pero todo está aquí anclado
en embriaguez de metales y cadenas,
en herramientas aún no usadas,
en perdidas construcciones
y en orgullos
y números decapitados.
Aquí está todo anclado,
en esta isla
cercada,
solitaria
y náufraga
entre las constelaciones soñadas
en la que crece estéril
el hierro y la palabra.
La naturaleza se disfraza
en un contrapunto de orgías
y aves arrebatadas.
Los huracanes
y las olas
juegan su pantomima.
Y la risa,
y la marioneta,
y el bufón
se despiertan.
Las paredes se estremecen
y la isla se sumerge
cercenada,
en los hondos pantanos de su burla.
Los océanos se funden,
danzan
la acrobática danza de la muerte
y se pierden
curvándose en remolinos grotescos.
Y en el encerado negro de la noche
queda quebrada la tiza para siempre.