José Luis Martín

Conticinio: La hora del silencio

No me empujéis contra las breñas,
dejadme recorrer el camino que pisar puedo.
Soy de este tierra calma y tranquila
y quiero vivir en la paz de mi alma.

Rosario ¡ven aquí!, alumbra a tu padre.
levanta de una vez el farol para que vea.
Vamos, no te hagas de rogar, criatura,
sube un poco más arriba el brazo que mis ojos,
en la distancia o en el futuro, se disparan.

Huele a matojos el sendero, y las ranas,
¡ay las ranas del demonio!, croan como locas.
Las abubillas se callan y en silencio se quedan,
asustadas por el temor natural a lo desconocido.

¡Madre mía! Ven a untarme el alma de amor,
que a borbotones me sangra la herida inexistente.
Aún ahora y siempre, echaré tus manos en falta,
aquellos dedos con los que ensortijabas mi pelo,
aquella sonrisa que de alegría inundaba tu cara.

Ayer soñé despierto y tuve tanto miedo,
miedo, sí, a quedarme para siempre en vela,
que llorando mi propia incomprensión me tendí,
cuan largo era, sobre el suelo duro de la realidad.

Llamo desesperadamente a mis hijos, ¡mis hijos!,
todos los hijos del mundo se han ido volando.
Raudos, amparados en su eterna juventud.
Me quedo tan cerca de ti, oliendo tu falda,
donde refugiaba mis frustraciones, que muchas veces,
cada vez más niño, sueño con tenerla y abrazarla.

Baja la lámpara, Rosario, ciega de una vez el fanal,
que para lo que yo lo quiero me bastan mis ojos ciegos.
Te tomo de la mano, para no tropezarme ni caerme,
y gustar así del calor de tu sangre que me hurtas insistentemente.

Al mirarme tan profundamente se me fueron los dolores,
debe ser el milagro de la imaginación desbordada
u otra cualquier cosa, a la que no hemos puesto nombre todavía.
Tú piel es el aliento de mi vida y tú existencia,
el pan del que, pedazo a pedazo, me alimento.

Madre, hija, mujer. Faros de día, luciérnagas de la noche.
Dedos y palmas con los que acariciar a todos los sentidos.
Mujeres las tres orientándome en la fatal encrucijada.
Mirad que me pierdo y ando a la deriva,
como aquel barco que, por ignorar la derrota,
perdió su navegar tragado por las aguas embravecidas

Abrirme el descanso en vuestros pechos diferentes,
quiero construir un refugio y esconderme,
cobijo en este trance, donde encontrar mi destino,
en el postrero trance de la vida confundido.


Contactar con el autor: jlmartin [at] inm.es

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