El hospital
de
Salpetriere
Óscar
Orellana Sanhueza
cuando me paro frente al
espejo, la cara se me deforma, cambia de color, como si
fuera de otra persona. En los ojos se ve que tengo fiebre, que
están electrocutados, permitiéndome ver cosas que los demás no
pueden. Por toda la cabeza me recorre un extraño cosquilleo, y
si me la toco, noto que es absolutamente plana, esto explicaría
la dificultad que tengo de pensar correctamente.
Ayer mientras caminaba por la calle un sujeto me robó las vocales
de mi cerebro y luego escapó corriendo. Me quedé parada en mitad
de la calle, sin poder gritar: auxilio, atrápenlo o ayúdenme,
porque por más que intenté encontrar la «a»
ésta
ya no estaba.
Al regresar a casa me fui directamente al baño. Fue entonces cuando
descubrí que en el pecho me habían aparecido unas espesas manchas
de color negro y algo curvadas, las que me producían un intenso
dolor. Como este se hacía cada vez más insoportable decidí acostarme
por un rato. Con la idea fija de que ya no podría resistirlo comencé
a gritar. Entonces, un hombre salió del televisor, y puso sobre
mi cuerpo sus manos, haciendo que el dolor declinara lentamente.
Durante la noche ese mismo hombre volvió a saltar del aparato,
pero ahora su rostro era distinto. De nuevo apoyó sus manos contra
mi vientre y con un sólo movimiento me arrancó el estómago, el
corazón, los riñones y casi
todos
los órganos. Me dejó ahí tendida, sintiéndome vacía por dentro.
Tuve miedo, sin embargo, a las pocas horas o días, no podría afirmarlo
con exactitud, recuperé de forma espontánea, todas las vísceras
que él me había extraído, excepto los riñones.
A la semana siguiente, una mujer golpeó a mi puerta, al abrir
me empujó violentamente y caí de espaldas al suelo. Luego, empezó
a perforarme la cabeza con unas agujas largas que me introdujo
por el oído derecho, sin dejarme cicatrices ni señales de cualquier
tipo. Después se marchó murmurando:
—Lo
siento, pero creo que me he equivocado de dirección. Ya que la
persona a quien me han encargado encontrar, debía tener conciencia
o en su defecto alma, y usted al parecer no posee ninguna de las
dos cosas.
Llena de pánico acudí de inmediato al Hospital, donde solicité
un montón de exámenes con el fin de lograr demostrar que tales
afirmaciones no eran ciertas. Pregunté una y otra vez acerca de
las consecuencias que esto podía tener de llegar a comprobarse.
Ningún doctor pudo darme una explicación que me resultara convincente.
Durante el regreso, experimenté un pequeño consuelo, al advertir
que las vocales habían por fin vuelto a mi cerebro, esto resolvía
la contradicción implícita de que los especialistas hubieran podido
entender lo que yo les decía. Tal hallazgo aplacó por unos minutos
la terrible angustia que todo esto me provocaba. Pero la sensación
no duró mucho, aumentando luego al doble, al percibir que tras
cada paso que daba camino a casa, poco a poco disminuía en estatura.
Mientras avanzaba me iba encogiendo sin poder controlarlo. Este
otro fenómeno me horrorizó aún más que los anteriores, no tanto
por su efecto, sino más bien por el hecho de que al resto de la
gente no le pasaba lo mismo.
Implicó un gran esfuerzo entrar a una farmacia, porque junto con
la estatura, el registro de mi voz también había disminuido. Haciendo
uso de múltiples artificios, logré comprar un fármaco que me hiciera
volver a mi estado normal. Aquel día dormí de forma tranquila,
y evité construir cualquier teoría acerca de lo que me estaba
sucediendo. De pronto el llamado de alguien me despertó bruscamente.
A través de la línea telefónica y sin decir ni una palabra, comenzaron
a aspirarme gran parte de mi columna vertebral, pasando todo el
fin de semana con muchas molestias, aunque reconozco que aún sin
ella podía seguir caminando, lo que me pareció todavía más inquietante.
El lunes a primera hora, regresé al hospital, donde me implantaron
la columna de otra persona. Pero algo salió mal en la intervención
ya que a partir de ese momento, siento que un hombro está más
caído que el otro.
Casi todas las noches, me es imposible conciliar el sueño debido
al incesante murmullo de mis pies, que desde abajo no paran de
hablar. El insomnio me ha producido una sensación de sequedad
permanente en la boca, y diversos problemas musculares que un
especialista al cual visité, ha diagnosticado con el curioso nombre
de ataxia. Cuando recuerdo esa palabra me vienen unas ganas locas
de reírme, pero no puedo, porque justo en esos momentos me doy
cuenta que no tengo boca.
Estoy al borde del colapso, ya que sin mi consentimiento me han
sacado de mi casa y me han llevado donde unos sujetos que insisten
en ser mis padres, pero no es verdad, son unos simples impostores
que lo hacen por dinero, y aunque lo sé desde los seis años de
edad, he preferido callarlo. Esto no desmerece en nada su oficio,
debo admitir que son realmente buenos haciendo cada uno su rol
de padre y madre. Tienen el aspecto idéntico de mis familiares
verdaderos, hasta se comportan del mismo modo, pero hay algo,
que no sabría decir con claridad, que los delata sin que ellos
lo sospechen.
En este último tiempo y en vista de que estos sucesos no cesan,
me he empeñado en establecer algún tipo de hipótesis, las que
van desde sentirme víctima de algún conjuro o embrujo por parte
de un antiguo novio que dejé por su limitado gusto en complacer
mis peticiones.
Además existía otra justificación para abandonarlo: había nacido
un siglo antes que yo, tal antecedente lo inhabilitaba de inmediato
para casarse conmigo. La mayoría de los hombres con los cuales
me relaciono presentan esa misma característica. Pienso que ese
es el motivo por el cual casi siempre estoy sola, y se me hace
tan difícil encontrar a alguien de quien enamorarme.
Al parecer estoy destinada a morir muy pronto, o la posibilidad
del suicidio. Ayer di vuelta toda la casa en busca de alguna pista.
Finalmente, oculto y pegado con cinta adhesiva bajo la tapa del
inodoro encontré un examen médico que señalaba lo siguiente:
«Mujer de seis años de edad, que presenta cuadro de envenenamiento
cerebral, con intoxicación severa de los distintos niveles de
conciencia, alma y razón. No requiere tratamiento alguno, porque
el daño es de carácter irreversible».
Dr. Jules Cotard, 1889
Óscar Orellana es un escritor chileno.
Visita el weblog del autor:
La exhibición perturbada
(http://confidencial.blogsome.com)
ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por
Pedro
Martínez ©
|