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Historia de un iluminado

Fernando L. Pérez Poza


Esto va de iluminados, de seres tocados por el ala de un ángel, de profetas y santos sin canonizar. A Bush se le aparece dios en la Casa Blanca y le ordena una cruzada internacional con carácter preventivo que ponga fin a los futuros desmanes de los moros y Sadam se compara con Mahoma y se imagina su descendiente, heredero a perpetuidad de su obra y divinidad.

Yo también, cuando estudiaba en Santiago de Compostela, conocí a un personaje parecido. Era alto, de complexión recia y melena y barba al estilo jesucristo superstar. Se llama Xilo, natural de Villagarcía de Arosa, y decía que era el segundo hijo de dios enviado a la tierra para redimir a ésta de sus pecados. El asunto habría pasado desapercibido para mí si no fuera porque se presentó en el piso de estudiante que yo compartía con dos parejas, en la parte antigua de la capital gallega, justo detrás de la catedral. Completamente inmerso en la bohemia de mi segundo año universitario, no me extrañó la cuestión. Venía a dormir de parte de un amigo muy apreciado por aquel entonces, Pichi, de Chantada, con el cual compartí muchas y sorprendentes aventuras que quizá algún día me anime a relatar, y por lo tanto lo recibí con los brazos abiertos y le cedí un metálico sin colchón que quedaba libre en mi habitación.

Que conste que lo del metálico no lo hice por la pinta de fakir que se le podía apreciar a Xilo, sino por falta de presupuesto para terminar de acomodar el lugar, y lo de la habitación porque el piso no daba para más: una de las parejas levantaba el colchón y lo pegaba a la pared para disponer de sitio durante el día y, en la otra habitación, mientras uno permanecía de pie la consorte debía conformarse con la cama, pues no había espacio para que los dos estuvieran levantados. El baño ya era el no va más: al que quería sentarse en la taza del retrete no le quedaba otro remedio que meter las piernas dentro de la bañera, sino no cerraba la puerta. Gajes del oficio de estudiante, que implicaba siempre buscar algún tugurio barato donde guarecerse y así disponer de un poco más de liquidez para la nocturnidad y la alevosía.

Bueno, digo que no me extrañó... relativamente. Lo primero que me dijo es que lo habían echado de la casa de Dios. No, no se preocupen. No es que lo hubieran excomulgado o lo hubiera puesto de patitas en la calle el cura párroco. La casa de Dios era en aquella época una edificación de dos plantas ubicada en las afueras de Santiago, donde cada cual campaba por sus respectos, a cualquier hora. Disponía de un completo mobiliario a base de colchonetas estiradas en el suelo y sacos de dormir que se completaba con todos los instrumentos musicales necesarios para conformar un conjunto. Lo único que no faltaba era vasos. Los había de todos los tipos, pues los inquilinos acostumbraban a ir a los pubs, pedir la copa y regresar tomándosela por la calle hasta llegar a la casa. La gente iba y venía. Unos llegaban y otros se despedían. El trasiego era continuo y las jam sessions musicales se prodigaban sin límite de horarios, siendo reemplazados los músicos unos por otros sobre la marcha y en plena ejecución o improvisación de un tema. El nombre lo recibía de su propietario. Se apellidaba Dios y la gente ya un poco de coña y otro poco de pitorreo, la bautizó con «La casa de todo Dios».

Así que me imaginé que allí había gato encerrado. Jamás había oído que echaran a alguien de un sitio donde la tolerancia y el amaos los unos sobre los otros eran las premisas primordiales que presidían las relaciones humanas. Luego me enteraría que acuciado por la sensación de sodoma y gomorra que aquel rincón del mundo era capaz de provocar en cualquier fanático religioso como él, quiso escenificar en varias ocasiones el encuentro de Cristo con los mercaderes del templo, rompiendo y tirando por los suelos lo que encontraba a su paso, hasta que la gente terminó hasta el gorro y lo envió a freír gárgaras. Pero yo no lo sabía y a pesar de que aquello que me dijo me resultó un poco chocante y me puso la mosca detrás de la oreja, no le di importancia.

Al principio, las cosas fueron bien. Ni mis colegas de piso ni yo nos quejamos. Pero un día comenzó a salir humo del cuarto de baño mientras Xilo se encontraba dentro. Lo curioso es que se trataba de un humo extraño, ya que no olía a quemado, ni a porro, ni a tabaco, es decir, un humo sin olor. Otra cosa que nos sorprendió es que a pesar de no trabajar ni estudiar se alimentaba como un auténtico príncipe de la dietética macrobiótica. Miel de la mejor calidad, pan integral, sucedáneo de cordero elaborado a base de soja, y nunca le faltaba un duro en el bolsillo. En un primer momento nosotros habíamos pensado que se quedaría dos o tres noches, pero pronto comprobamos que la cosa iba para rato, sobre todo cuando transcurrido un mes no daba señales de marcharse ni siquiera a pasar un fin de semana fuera. Cuando se le decía algo, con segundas, para no ser descorteses, se evadía hábilmente de la cuestión lo que revelaba una singular pericia en el manejo de situaciones parecidas.

Tampoco era que molestara tanto, pero yo me empezaba a preocupar seriamente, pues un día me dijo que él era Xilo, el segundo hijo de dios enviado a la tierra y que aquella casa había sido todo un descubrimiento para él, ya que se hallaba ubicada en la calle Laureles y de allí no se marcharía hasta recibir los idem y en todo caso cuando dios hiciera un milagro y eliminara la humedad de las paredes. Yo lo consulté con los compañeros y pensamos que si bien la primera condición era fácilmente cumplible, pues bastaba con acercarse al Loureiro más cercano para reunir las ramas necesarias, confeccionar una corona y colocársela en la cabeza con un poco de ceremonia, la segunda era imposible. Toda la fachada se componía de una inmensa galería sobre la cual faltaba una buena parte del tejado, lo que provocaba goteras que recogíamos con cubos los días de lluvia e incluso moho. Vamos, que aquello no lo arreglaba ni dios ayudado de todo el santoral, y menos el dueño, al que todos los días nos veíamos obligados a subirlo a la moto y encendérsela, debido a sus buenas relaciones con el dios Baco, para que llegara a su casa, a dos kilómetros de allí.

Fue entonces cuando trató de convertirme en su apóstol. Primero de una forma solapada, sugiriendo que debía darle algún sentido a mi vida, que la vida se componía de algo más que la chufla continua, que existía un dios en el universo, etc... Es decir, todas esas gaitas con las que suelen atacar los iluminados en la búsqueda de prosélitos y pimpines que les ayuden a perpetuar su obra y consolidar su locura. Luego, cuando vio que con su diplomacia no conseguía el éxito, comenzó a perder la paciencia, a hablarme del demonio, de la perdición eterna, de sodoma y gomorra. El asunto se volvió insoportable ya que, al tener que compartir habitación, no me dejaba ni a sol ni a sombra, como si él fuera un predicador colgado de un domingo permanente y yo un el único feligrés del mundo al que podía evangelizar. Así que esperé a que saliera a comprar y aproveché y puse sus cosas en las escaleras, junto al descansillo de la puerta, y cambié la cerradura.

Días después alguien me contó que lo vio por Villagarcía. Iba en pijama y corría detrás de su madre, enarbolando un cuchillo en la mano, quizá cabreado porque ésta se había negado a ser la Virgen María. Otros, más adelante, me dijeron que lo vieron muchas veces en la Plaza de la Quintana de los Muertos, parado, quieto durante horas, en camiseta y sin paraguas, justo cuando aprietan los aguaceros invernales, o en mitad de la cafetería Derby, de pie, mirando para todos los usuarios hasta ponerlos nerviosos. Y ya no supe nada más de él. La verdad es que no me extrañaría que ya se hubiera subido a los cielos, porque, de aquellas, algo volado andaba.

Cuando veo a Bush y a Sadam en la televisión, me acuerdo de Xilo. Se lo noto en la mirada. Y me preocupa mucho que José Mari se haya dejado convencer no ya para ser un apóstol, sino simplemente un monaguillo de este doble v bush el iluminado, sobre todo cuando pienso que en esta historia no se persigue a nadie con un cuchillo ni versa sobre banalidades como una excentricidad pluvial, sino que a los infieles y a los que no aceptan la autoridad del dios padre todopoderoso se les revienta los tímpanos a golpe de bomba sónica, se les machaca vivos a misiles y cañonazos y se les mata de hambre y de sed, después de sufrir una porrada de años las consecuencias y las torturas del gobierno de otro iluminado, Sadam. Quizá, lo que habría que hacer en las próximas elecciones, es ponerle las cosas en el descansillo, cerrar la puerta y cambiar la cerradura de la democracia para que ningún iluminado se suba a la parra y nos meta en estos sangrientos, ilegales e inmorales berenjenales.



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ILUSTRACIÓN RELATO: Llave bronce, By Jorge Barrios (Own work) [Public domain], via Wikimedia Commons






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