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Embeleso azul

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Pilar Duble


Turbulenta, la emoción me nació de un golpe, en el estómago. Sentí que tragaba un zafiro tan enorme como para nadar dentro. Reclamo, penuria y ensueño me llenaron en cinco segundos. La confusión me dominó y no pude captar tu nombre, cuando un amigo común nos presentó. La mano abierta frente a mí, el atrevimiento de tomarla con las dos mías. Me asusté por esa tontería y tu nombre pasó por mi oído, pero mi mente daba rápidas vueltas azules con tu sonrisa limpia en el centro, y no lo dejó entrar. Cinco segundos.

Después hablamos de cosas huecas y breves, las dos veces que hemos coincidido en fiestas sucesivas, haciendo tiempo, tiempo que nunca tenemos. Sin mirarnos a los ojos para que no se escape por ahí el ansia de estar juntos y lejos. Deseando habernos conocido antes, para compartir los días derrochados en invenciones muertas. ¡No te vayas...!

Es tan notorio, que Yelixé me lo ha dicho, entre preocupada y bromista:

Este tipo es el mismo de la otra fiesta, ¿no? Se te sale el alma cuando lo ves. Disimula un poco.

Mañana me voy de viaje a preparar un evento. Y hoy tengo una fiesta agobiante por la obligación y la petulancia de los que se creen significativos. Revisé el detalle de asistentes. A todos les dirigí invitaciones. Me sé la lista casi de memoria y sin embargo la repaso, buscando una persona más, la única realmente bienvenida, un nombre que destaque por desconocido. Nada. Hago después indagaciones muy livianas, para no levantar curiosidades inoportunas. Y nadie sabe. Tampoco recuerdo quién nos presentó. No sé tu nombre.

Devoro canapés con ansiedad desde antes que empiecen a llegar los invitados. Algunas de las bandejas que diseñé con delicias y perfumes quedan incompletas. Yelixé me reprende dulcemente: «Te volverá a salir barriga».

Me desespero. ¿Estás? ¿No estás? Rabio de expectación, pero de repente la certeza cristaliza como caramelo: sí estas ahí. Alguna parte de mí lleva hasta la conciencia una percepción definida y tan cierta como si me llamaras a gritos. Ahora sé que verte otra vez es cuestión de minutos.

Gente, gente, gente, una piara fragante donde cada cerdo sólo se ocupa de sí mismo. Hablo con alguien y te busco sobre su hombro bronceado, desnudo entre las joyas.

Doy varias vueltas, pero hay setecientas personas. Es casi imposible. Mi ansia crece. Mis pasos se llevan mi voluntad, más veloces, más urgentes. Entonces Yelixé me alcanza y te señala con su mirada instruida, jamás con un dedo.

Ahí está tu atormentador. Anda y salúdalo, yo me ocupo de todo.

¿Sabes su nombre?

No sabes cómo se llama? ¡Mentirosilla! Pues yo tampoco. Pero es lindo. ¡Bellas manos! Como para dejarlas hacer se va riendo y la amo totalmente. Le regalaré un castillo con jardines de flores eternas y fuentes de rumores.

Recorro el salón por el camino más largo para estar frente a ti pero distante. Al voltearme coinciden las miradas. Me miras por encima de tu copa mientras bebes. Un guiño me desarma: percibo tu idea y mi ansiedad se diluye hasta un temblor. Lato con el rumor de las conversaciones, me llega el aroma de todos los perfumes, la comida no me hace falta ya. Mis pies dejan de existir y floto por encima de todo. Una chispa menguante de cordura me contiene y te rastreo con disimulo, deteniéndome a conversar varias veces en el camino. Lleno un vaso de agua indispensable, y te sigo por pasillos, escaleras, habitaciones más profundas, tan lejos como ancho es mi miedo. Ecos de cuatro pies. El vestido se pega a mis muslos, ondula tras de mí, trata de alcanzarme. La música se alza entre las paredes color guayaba, mientras me eriza el vello de los brazos y de la nuca, vello que sondea el aire, buscándote, pues no sabe que llegaste. Avanzo en la oscuridad, obedeciendo urgencias que no quiero postergar. Las yemas de mis dedos se posan a ciegas en tu cabello y en esa promesa prescindible de la tela sobre tu espalda. Me apoyo en el vano iluminado de la puerta que se abrió para darnos luz y espacio. Tu mirada recorre mi silueta. Me tomas de la cintura y me arrastras al interior. Tu boca apresurada en mi cuello y en mis labios, suavemente se adentra, mordelona. Abandono el vaso sobre un mueble desconocido. Llegan primero tus ojos y luego mi mano al primer botón de mi corpiño bordado. Aroma de salitre en tu cuello mío. Recorro muchas veces tus labios y párpados con mis dedos. Mirándote por partes, te despiezo en colores y temperaturas distintos, que mezclo con la palma en paleta de tonos y calores, para recrearlos nuevos bajo las caricias.


No sé cómo llegué a mi cama, y al día siguiente tardé en levantarme. La languidez me retuvo más de lo prudente, y arranco tarde y voy tarde, y es tarde. Tardísimo. Sólo una hora de viaje y no tengo gasolina. Lleno el tanque y estoy tan en la luna que salgo al revés y regreso por donde venía. Largo rato más tarde me doy por fin cuenta. Sí, vas muy rápido, pero para atrás, ¡estúpida!


Llego después de dos horas a mi destino, y comienzo las labores. Preparar las reuniones, los desayunos, las presentaciones, las cenas, el traductor simultáneo, que son dos.

¿Dos? ¿Por qué?

Para alternarse y por si uno se enferma o le da tos. Y cobran los dos el día completo.

Es verdad. Lógico.

¡Vaya! Dos invitados no están a gusto con sus habitaciones. Otro se trajo sorpresivamente a la esposa, que no parece la esposa, sino acabadita de contratar. Otro me avisa que es vegetariano, a última hora. Le pondremos flores del jardín con vinagre, será. El plan incluye un corto viaje para ver las atracciones locales, mi único momento relajado, durante la tarde y la noche del segundo día.


Incordios, problemas, ineficiencias, pero al final todo sale bien y en la tarde del tercer día me puedo ir a mi cuarto a pensar en lo que dejé atrás. Quiero recordar con calma, en la cama enorme, en silencio, sólo el rumor del aire acondicionado. La lentitud de tus labios, tus manos ávidas, tu pecho descubierto... Despierto mucho después y me alisto para bajar a la playa. Me la he ganado. Camino por la arena limpia, no hay casi nadie. Me recuesto cerca del agua, sobre mi toalla, bajo mi libro. Escucho pasos, alguien que se acerca.


Estás ahí. Vienes desde el malecón. Atardecer añil. No dices nada, pero otra vez está tu mano tendida ante mí. Me levanta, abandono mis cosas, no sé a dónde me llevas ni me importa. Vamos al final de la playa, como antes al fondo de la casa.


Aún no sé tu nombre, señor Azul.



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dublep5[at]cantv.net


ILUSTRACIÓN RELATO: Star-Saphire, by Lestatdelc [Public domain],
via Wikimedia Commons.