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Jonás
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Gricel Ávila Ortega


Me dijo que moriría hoy pero aún no cumple su promesa, yo espero lo que se pueda esperar.

No contribuí a su decisión de morir, sólo Jonás tuvo parte en ese pensamiento. Le amaba pero mató poco a poco ese amor con el tratar de encontrar en mí valores con los que no nací, atribuyéndolos a mi físico y rostro —mido uno ochenta y cinco, tengo los ojos grises, el cabello castaño claro, las pestañas largas y viradas que me dan un aspecto muy tierno, el tono de mi piel es trigueña, de un bronceado natural, tengo el abdomen marcado, las piernas y nalgas de muy buen ver para cualquiera: no ha sido en balde ir al gimnasio por tres años—; esa actitud me fastidió, enervó, él no pretendió conocerme; tal vez no se enamoró de mí sino de alguien construido e idealizado y mi cuerpo lo usó para materializar. Me he sentido utilizado todo el tiempo de relación con él.

Jonás es el gay depresivo, voluble (en exceso), que tuvo varias relaciones en donde sufrió, dejándole un mal sabor de boca. Él empezó desde los quince años su vida sexual y como es natural frecuentaba los antros gay donde conoció a la mayoría de sus parejas —incluyéndome a mí—. No hay nada de sobresaliente en ello, es el mejor sitio donde nosotros podemos estar a gusto, «bien» —al menos en este país, todavía muy conservador—, besarnos como se nos dé la gana, abrazarnos, acariciarnos; al igual son buenos lugares donde los chichifos se dan cita pues para chichifear, es decir para conquistar hombres de dinero y sacar provecho de ello, son gigoloes para gay, así como también los hay para mujeres y hombres bugas millonarios, los homosexuales no nos quedamos atrás. Me estoy desviando de la descripción de Jonás con circunstancias que no vienen al caso. Es alguien de la cual la gente se aleja al conocerlo realmente por su volubilidad, no sabes qué esperar, cómo reaccionará en determinado momento, sufre por situaciones insignificantes o al menos no lo ameritan, es celoso y estos últimos años ha pretendido alejarme de todas mis amistades, no simpatiza con ninguna. Cree o atribuye a mi persona que soy tan abnegado y dependiente que mi mundo debe ser él. Yo no nací así y Jonás ha querido entrometerlo en mi inconsciente; es ahí donde trata de materializar su ideal en mi físico y al igual es cuando me siento utilizado.

Me faltó decir, Jonás se caracteriza por la envidia que le inunda y por ello no encaja con mis amigos. A ellos se puede decir que la vida no los ha tratado mal, han estudiado, aprovechado el tiempo y ahora tienen muy buen presente y él, él... su destino es incierto por su actuar voluble. Se dedicó a perder el tiempo desde los quince años en coger e idealizar a sus parejas, no esperó un tiempo propicio para disfrutar las cosas de la vida, corrió los momentos y ahora, pasado el tiempo, se encuentra vacío y sin un porvenir; este era el momento que él apresuró, por eso envidia a mis amigos y a lo mejor a mí, por el sufrimiento que él propició, no entiende porqué padeció y nosotros no. Se ha convertido en un ancla, no me permite avanzar, pero aún así no lo considero un error en mi vida, con Jonás me di cuenta de lo que no deseo en una próxima pareja.

El inicio de nuestra relación como en todo fue sumamente agradable, lo vi en un antro, me gustó, le estuve viendo por espacio de una hora, luego caminé por donde estaba con el pretexto de ir al baño, después me guiñó el ojo (se dio cuenta que lo estaba mirando), le dije «Hola» y comenzamos a platicar. De ahí empezamos a salir, íbamos a bailar, nos gustaba quedarnos hasta tarde en los antros ensimismados en nuestro gusto uno por el otro, sin poner atención al show de las «vestidas» o de los chiquitos preciosos que bailaban en la barra (eran bastante fresas, no permitían que ningún gay le tocara, a menos que fuera mujer, yo no sé qué trataban de ocultar, la mayoría de esos stripper son gay, ¿y tratar de no aparentarlo en un antro con la bandera del arco iris?, ¡por favor!), al igual íbamos a la playa, caminábamos de la mano, le rodeaba la cintura y bajaba aún más mi brazo para tocar sus nalgas —está muy dotado de esa parte, las tiene como en forma de corazón—, bueno otra vez me estoy saliendo del tema; decía que todo en un principio fue agradable. Nos hicimos pareja e iniciamos a pelear por cosas sin importancia.

Luego de un tiempo, decidimos que era el momento de vivir juntos, y los problemitas se fueron haciendo grandes al paso de los meses. La primera noche, cuando vino a vivir a mi departamento, fue igual de agradable como en todas esas cursilerías de despertar al lado de tu pareja. Los primeros meses nos dejábamos notitas: «Amor, te quiero mucho, fui a la estética, no tardo, te amo: Jonás», donde se veía la ilusión de formar una relación duradera, pero como bien se dice «¿Quieres conocer a Manuel?, vive con él», así conocí a Jonás.

Los pequeños celos cuando le decía que saldría con mis amigos y él me convencía de no ir con el pretexto: «Te quiero sólo para mi por el día de hoy» —uno al principio lo ve como un gesto halagador—, se fueron haciendo muy grandes, al grado de llorarme: toda una escena de lágrimas, haciéndose al mártir, a la víctima de mi «maldito» carácter; decía que lo tenía casi olvidado, no le atendía ni consentía como él a mí y por último su clásica frase de pobre víctima: «No sé porqué te quiero tanto, si eres un cabrón conmigo», ¡va!, es un mártir disfrazado y en cualquier momento te clava el puñal. Jonás no es un Jonás, ahora se volvió un Jodas en mi vida y me tengo la culpa por permitir que esta relación avanzara y se convirtiera en una enfermiza, en un círculo incurable.

Hubo una vez cuando llegué del trabajo —la noche anterior habíamos discutido— me encontré a Jonás desalojando todo el departamento, incluso mis cosas, estaba listo para irse sino fuera que llegué a tiempo, un minuto más tarde y me quedaba sin todos los artículos de mi casa. Hasta ese momento fui un idiota, seguí creyendo que las cosas se podían solucionar arreglando los problemas de ese momento.

Poco a poco, la mayoría de nuestras discusiones se empezaron a resolver en la cama, tenía que haber una pelea para tener relaciones con muchas ganas, ya no eran por estar contentos, felices por algo y el sexo se diera por ello, no, se convirtió en una forma de solucionar nuestros problemas. En momentos de fuertes peleas, la pasión con que gritábamos daba lugar a besos casi obligados, lastimosos y de ahí pasábamos a la cama, deshacíamos toda la furia en ella, uno con el otro, casi salvaje; él me mordía los labios casi hasta sangrar y yo el cuello, nos penetrábamos muchas veces con gran obsesión hasta el amanecer. Al día siguiente él amanecía con moretones en el cuello y yo con el labio partido. Lo nuestro se convirtió en una relación enfermiza y estas nunca tienen buen final si continúan. Él y yo nos jodimos la vida hasta hoy.

Hace un mes tomé la decisión de separarme, nada lo impedía, el único lazo que nos unía (el amor), se acabó. Insisto, cuando dos gays se unen para vivir juntos es para pasarla bien el tiempo que dure las ganas del uno por el otro o más sentimentalmente, el amor. Por ello no estaba dispuesto a continuar jodiéndome la vida a su lado; pero no fue fácil reunir el valor suficiente para enfrentarlo, la costumbre de dos años de convivencia es muy fuerte y tal vez la soledad. Ayer reuní ese valor.

—Ya no quiero vivir contigo —le dije tranquilamente.

Él no decía nada.

—Regresa a tu departamento.

Continuaba en silencio.

—Te doy cuatro días en lo que empacas y te llevas tus cosas.

Continuó en silencio.

—¿No me escuchas?, no te me quedes viendo, di algo, ¿está bien cuatro días como plazo o te vas en menos tiempo?

—Voy a joderme.

—¿Cómo?

—¡Qué voy a joderme!, coño, me mato. No se porqué te quiero tanto si eres un cabrón conmigo. Me desaparezco y al carajo, te quedas libre para coger con tus amigos.

—No te engañé en estos dos años. No me llores, esto termina hoy.

—Te quieres olvidar de mí.

—No he dicho eso.

—Me mato para que puedas coger a gusto.

—Mátate si quieres, estoy hasta la madre de tus escenitas.

—Me mato mañana imbécil.

—Está bien, trataré de ir al velorio.

Todo ello es una síntesis de mi relación con Jonás, acabando con una promesa de suicidio. Quién sabe si la cumpla, a lo mejor es uno más de sus tediosos chantajes para ver si caigo de nuevo en el juego de mártir y yo de perverso. Hasta calculó su promesa de muerte en el día exacto (como bien sabía) en el cual tengo que viajar a un importante congreso de trabajo, donde tengo grandes posibilidades de propuestas para impartir conferencias en diferentes países, lo cual daría un mayor impulso a mi carrera profesional. La promesa la hizo para anclarme a él e impedir el desarrollo de mi porvenir, no sé si quiera destruirme, no lo sé; espero que no llegue hasta ese punto de amargura, en fin, pasará lo que tenga que pasar, pero sinceramente la promesa es una estupidez y no la cumplirá.

—Ven aquí —me dijo.

—¿Qué quieres?

—Olvida lo de ayer, fue una pendejada decir que me mataría.

—Sabía que no lo dijiste en serio.

—Estoy de acuerdo, me voy, pero antes quiero ir a tomar un café contigo, hoy te vas y cuando regreses ya no estaré.

—Sí. Quiero que terminemos como amigos, algo se tiene que salvar de los buenos recuerdos de dos años.

—Ajá, vamos.

Me acarició el cabello y sonrió. Nos fuimos caminando hacia el metro, mientras platicábamos como antes... antes que todo se tornara insoportable.

—Te habló la bruja.

—¿Carlos?, ¿qué te dijo esa zorra?, Jonás.

—Si íbamos al antro cuando llegaras del congreso.

—¿Te comentó si iba a ir la Pepa?, ya sabes, esa maldita zorra nada más va para ligar, mientras su pareja está en otra ciudad.

—Bueno pero de manita sudada no pasa, la Pepa solo coge con su pareja.

—¿Ya lo comprobaste?

—Como eres cabrón.

—Dejemos tranquila a la pobre Pepa. ¿Sabe Pepa que le decimos Pepa?

—No, se encabrona, para él sigue siendo José.

—Es Pepa coño, ni que fuera de closet.

—Pues sí, bien que se aloca cuando baila, se descose la zorra.

—¡Ya la vi bailar! No se tiene por qué molestar, todos tenemos nuestro nombre de friega, tu por ejemplo eres la Joda.

—El tuyo tampoco se queda atrás.

—Yo no he dicho que no.

Llegamos a la estación y esperábamos el metro, tomaríamos un café y de ahí me iría al aeropuerto, ya traía mi equipaje conmigo. Me iba y Jonás se quedaría solo en el departamento y por la experiencia pasada, encargué a Carlos para que lo vigilara y al igual las cosas que se llevaba —por eso me habló y pretextó lo de ir al antro—. Un café servirá como una pipa de paz y el metro se escucha venir.

Puedo ver las luces, su ruido es el arrullo de la ciudad.

La gente comienza a acercarse a las orillas para ganar lugar.

El metro está a menos de cuarenta metros. Y Jonás abraza los rieles, el conductor no tiene oportunidad de verle; éste continúa su rumbo hasta el final con el cuerpo de él. Cuando se detiene, toda la gente se arremolina a ver el abrazo de Jonás a los rieles, ellos detienen su tiempo y porvenir, yo no.

El amor es sencillamente libre.

Ahora agarro mi equipaje y me voy de aquí, subo a un taxi que me lleva al aeropuerto. Entrando a la sala de abordar suena mi celular, es Carlos.

—¿Dónde estás?

—En el aeropuerto.

—Estoy yendo a vigilarlo.

—No te preocupes, ya no hay necesidad.


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Gricel Ávila Ortega es una
autora de Mérida (Yucatán - México).
grissssmx(at)yahoo.com.mx

ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©