Instantes

relato por Rodolfo Carmona

D

iana Krall entrando en esta ausencia. Una vez más las afueras de mi ciudad hallan su perfecta banda sonora, sus impronunciables versos del capitán. La vida sin vuelo se convierte en un horizonte desparramado y ajeno, en una reseña literaria y vacía de la cotidianeidad. Fumo.

Instantes. 11:26. Jueves. 21 de abril de 2005. Mantengo fija la mirada en la pantalla del ordenador a la espera de las musas. Parpadea el cursor en un tono amarillo sobre un fondo azulado. Espero.

La otra noche hubo un tiroteo por el centro y descubrí que no tengo madera de héroe, que todas las novelas de género no me sirvieron de mucho ante el sonido nada cinematográfico de un cargador vaciándose. Hay que tenerlos bien puestos para no abandonar el barco a las primeras de cambio, para no gritar cuerpo a tierra y poner pies en polvorosa. Después, sirenas de policía, histeria. Y no apareció Sam Spade por ningún lado. Cobardías.

Le estoy perdiendo el pulso a la actualidad. No puedo seguir el ritmo de teletipo y titular de la modernidad. Pareciera que no hay más ideal que una cartera repleta y una línea continua de coca para no eyacular. Irremediablemente nos hemos vendido al peor postor: nosotros mismos. Vértigo.

Pero qué coño. Un primer plano no hay quien lo resista. Abramos cámara y contemplemos el agua bajo el puente, la lluvia, el bulevar solitario, un sol atardecido. Perspectiva.

Un piano, un contrabajo y una batería. Esto es, Dios en estado puro. Música.

12:16. No tengo letra para este tango. Silencio.

Se quedó sin gas el encendedor y trajo el azar un recuerdo de infancia, un olor primaveral de salitre y naranjo. Nostalgia.

9:47. Viernes. 22 de abril de 2005. Bloc de notas. Pasan los días. Y se pierden al este del edén junto con todo lo que Steinbeck nunca quiso decirnos. Todas las mañanas alguien termina una novela que acaba en la papelera. En fin, todas las mañanas hay que cumplir con el horario laboral. Desidia.

No llueve. Y me jode. Porque al menos así tendría más sentido esta melancolía. Los veleros de mi ciudad están amarrados a puerto. Es todo un espectáculo contemplar la bahía. Gaviotas.

Repican las campanas. Y sabe a gloria esta cerveza bien fría. Antes dije que es un espectáculo la bahía. Pues no. Lo que de verdad merece un soneto de Quevedo son las piernas de la mujer morena sentada en la mesa de al lado. Deseo.

10:26. Los miedos están aquí. No pasa el tiempo para ellos. No pasa. Duele pensar en ello. Y me refugio en la voz de Rosana. Si yo fuera tu amante entra en el pecho y, aunque no diluye el miedo, si embebe en almíbar los caprichos del alma, los pequeños ensueños en que enredamos la vida, la callada libertad con la que a veces pronunciamos un nombre. Dulzura.

Saint-Exupéry surca el cielo nuevamente y Giono está enterrado entre los surcos de un huerto. Y yo ando a tientas por el suelo, sobre una tierra infirme y volátil. Pero andamos, que no es poco. Caminos.

11:00. Nada.

10:50. Lunes. 25 de abril de 2005. Apuro el último sorbo de café y admito la derrota que han tomado estas palabras. Y advierto que con la poca instrumentación de a bordo a la deriva es el único destino posible. Estelas.

11:13. Parpadea el cursor en la pantalla y los altavoces proclaman que Sabina vive en el número siete. La mañana viene con restos de bolero y un optalidón. La mañana no repara en gastos cuando de luz se trata. Ventanas.

10:21. Martes. 26 de abril de 2005. Esta pasada madrugada ha muerto Sindy, el pequeño gatito que llevaba cuatro días en casa. Ha sido un accidente. Un acto del azar que a veces juega demasiado en serio y reclama con sangre sus deudas de juego. No me acostumbro a los sobresaltos de la fatalidad, y sospecho que estaré ajeno a los caprichos del olvido que sin duda llegará cuando menos lo esperemos. Desolación.

Boccherini para apaciguar la certeza de que no somos más que una fugacidad insolente empeñada en cobrar un sentido que apunta al sinsentido.

11:14. He puesto el Réquiem de Victoria. Soy un jodido sentimental. Un sentimental que necesita del sustento de Dios para entenderse, para creerse, para habitarse. La muerte, con esa entrada en escena tan obscena y rotunda, me ha desabrigado hasta los tuétanos. Desnudez.

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RODOLFO CARMONA nació el 26 de diciembre de 1967 en Torrevieja, España.
Desde siempre ha sentido un fuerte vocación literaria. Su estilo se nutre de la observación de lo cotidiano. Autor de poesía, novela, artículos periodísticos se encuentra a gusto en todos los terrenos. La mayoría de su obra está inédita en formato libro.
Ha publicado en revistas internacionales como el semestral Universidades, editada por la Unión de Universidades de América Latina (Udual), el semanario latino de la ciudad de Filadelfia Focus/Enfoque, así como en publicaciones de ámbito local como los semanarios Vistalegre y Torrevieja Semanal, en el mensual Siglo XXI, y aparece en la I antología del Foro Sensibilidades del año 2001 y en Un siglo de Torrevieja editado por el Instituto Municipal de Cultura Joaquín Chapaprieta Torregrosa.
rodolfocarmona [at] msn.com

De este autor puedes leer también, en Margen Cero, el artículo Confesiones a destiempo.

* ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por MAMEN MORUNO NADAL © (Ver muestra de esta autora en Margen Cero).

▫ Relato publicado en Revista Almiar (2005). Reeditado en marzo de 2020.

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