El alma
de la hechicera
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Marisol Llano Azcárate
Eloísa
se acercó insinuante a su marido. Le apetecía hacer el amor
y generalmente era ella quien tomaba la iniciativa, como ahora.
—¿Vamos a la cama, cariño? —le propuso sentándose
a su lado en el cómodo y amplio sofá tapizado en microfibra de color
azul—, ¿qué estás leyendo? —preguntó, al ver que él tenía en las manos
un libro.
—Fíjate, aquí dice que hay pueblos tan antiguos
que no se dejan fotografiar por miedo a que la máquina o el fotógrafo
les robe su alma —respondió Javier, abrazando a su esposa por la cintura
con su brazo izquierdo mientras con la mano derecha seguía sosteniendo
el libro.
—¡No me digas! —se mostró interesada y sorprendida
Eloísa.
—Sí, mira, lo dice aquí.
—¡Qué curioso! Yo, cuando era chica, muy pequeña,
no quería que me hiciesen fotos…, tenía esa sensación…, pensaba que
la cámara me robaría algo, que luego ya no sería yo, no sé si me explico
bien… Una vez mi madre quiso llevarme a un fotógrafo y me escondí,
no quería salir y no fue capaz de convencerme para que me dejase tomar
una foto.
—Es raro, sí —comentó él, que siempre se había
sentido atraído por las culturas que creían en la reencarnación—,
es como si vinieses de muy lejos, de un pueblo prehistórico…, por
eso tienes tan buena memoria, tu memoria era la memoria de la tribu,
seguramente tú eras la hechicera…, con esos ojos no me extrañaría…
—añadió mirándola con fascinación.
—No está mal pensado..., por eso me gustan tanto
las ropas largas, seguramente he vestido ropas talares cuando era
bruja... —aventuraba sonriendo Eloísa, quien efectivamente llevaba
una bata de terciopelo granate que le llegaba a los talones y se ceñía
a su bien formado cuerpo de tal manera que parecía haber sido hecha
a la medida de sus hermosas curvas.
—Debes haber sido una hechicera terrible, sedienta
de sangre y cruel con tus enemigos, por eso ahora, para compensar
el mal que has hecho en tu otra vida, te ocupas de descubrir a los
criminales y de hacer el bien… —añadió su marido, ya entusiasmado
con la historia que entre ambos iban construyendo, medio en broma,
medio en serio.
—Mi abuela cultivaba una planta, y mi madre todavía
la tiene, que decía que se la había regalado un soldado que venía
de África. Mi madre la ha llamado siempre té, pero no es té, estoy
segura, tiene un sabor diferente…
—Está bien —prosiguió Javier en la línea iniciada
por su esposa—, la planta llega de África y se queda en la casa donde
luego se reencarna la antigua hechicera, la planta era sólo una señal
para saber dónde debía nacer de nuevo esta mujer. Probablemente se
trate de una hierba de la eterna juventud.
Eloísa guardó silencio. Efectivamente algo así
había creído ella al comprobar los efectos de aquellas infusiones.
Su abuela y su madre decían que era té y la planta se parecía asombrosamente
a la artemisa europea, pero sus hojas y sus flores tenían otras propiedades
que ella había comprobado, ¿acaso era Eloísa la única que las había
experimentado?
—¿Tú crees? —preguntó con una sonrisa mientras
acariciaba el corto cabello de su marido.
—Pues claro, no me resulta extraño que seas la
reencarnación de una antigua hechicera, vengativa y sanguinaria. Vienes
de muy lejos, de hace mucho tiempo, en aquella época eras muy sabia
—se apresuró a añadir—, no te enfades, cariño, ahora también lo eres;
nadie como tú sabe investigar, seguir y leer pistas casi imperceptibles,
tanto que a veces parece brujería…
Eloísa sabía que se trataba de un juego, otras
veces lo habían hecho así, se enzarzaban en diálogos absurdos a los
que intentaban buscar un sentido, aunque supiesen que no podía ser
cierto lo que se inventaban. Era un ejercicio de imaginación y servía
para mantener activa la mente. No obstante, Eloísa era una persona
que no podía sobrellevar una vida gris, quizá por eso se había convertido
en criminóloga y había llevado una existencia apasionante, había vivido
en varios países donde había aprendido diversas técnicas de investigación,
había tenido numerosos amantes y tres maridos antes de casarse con
Javier; quizá por eso resolvía misterios casi irresolubles donde los
demás especialistas se atascaban y hallaban un callejón sin salida;
quizá por eso necesitaba, aunque sólo fuese por unos instantes de
juego dialéctico, creer que verdaderamente era la reencarnación de
una antiquísima hechicera africana prehistórica.
—Bueno, ¿qué me estabas proponiendo antes? —preguntó
él, jugando a seductor, dejando el libro sobre una mesita baja, acercándose
más a Eloísa y deslizando por su cintura las manos masculinas.
—Pero si quieres seguir hablando de los tabúes
de antiguos pueblos… —propuso, en broma, Eloísa.
—No —respondió el esposo, mostrándose muy convencido
de haber elegido la mejor opción—, decididamente creo que prefiero
tu propuesta de hace un rato…
—¿…Cuando todavía no era una malvada bruja de
otro tiempo? —preguntó Eloísa con una sonrisa llena de sugerentes
insinuaciones.
Y entonces, como si hubiese un acuerdo tácito
entre ellos, dejaron de hablar de la hechicera prehistórica africana
para dedicarse a otra actividad que requería toda su atención.
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MARISOL LLANO AZCÁRATE.
Nació en Asturias en 1964. Escribe textos narrativos de ficción desde
los 14 años y ha colaborado en varias revistas locales.
Estudió Filología Hispánica (Literatura) en la Universidad de Oviedo,
donde también siguió los cursos de doctorado y realizó trabajos de
investigación. Desde 1989 imparte clases de Educación Secundaria,
en Las Palmas de Gran Canaria. Desde 1999 hasta 2006 presidió la Sociedad
Canaria Elio Antonio de Nebrija, de profesores de Lengua Española
y Literatura. Ha participado en la Semana Negra de Gijón 2004.
Ha publicado las novelas Génesis de un crimen (1999), Ella
no hace daño a nadie (2002), ¿Quién mueve los hilos? (2003)
y Alerta en la estación espacial (2007) —una novela juvenil—,
así como varios libros de relatos breves.
marisol.llano.azcarate[at]hotmail.com
ILUSTRACIÓN RELATO:
Red sofa, By Lotus Head from Johannesburg, Gauteng, South Africa
(http://www.sxc.hu/photo/190007) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html),
CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/) or CC-BY-SA-2.5-2.0-1.0
(http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.5-2.0-1.0)], via Wikimedia
Commons.
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