El hombre de marrón
del fondo de mi casa
___________________
Ricardo
Juan Benítez
A Gila
Jamás
había tenido un golpe de suerte en mi vida. Cuando me dijeron
que había heredado una casa pensé que me estarían haciendo algún tipo
de broma pesada. Pero no fue así. El caserón quedaba en el barrio
de Caballito. Todavía sobrevivían algunas calles adoquinadas y la
mayoría de las construcciones eran bajas. De esas casas que llaman
«tipo chorizo». La entrada era por un zaguán, con puerta y contrapuerta.
Eran de marco de madera y vidrios repartidos. Los herrajes y la aldaba
eran de hierro fundido. Luego de un hall de recepción, se entraba
a un patio enorme y embaldosado. Lo cubría una parra de hojas tupidas.
Hacia la derecha había una escalera de mármol cuyo primer descanso
daba una pieza. Al final se entraba a la terraza.
Todas las piezas, una detrás de la otra, daban
sobre el patio. En este había unas cuántas macetas con flores y plantas;
y un jaulón, que en sus mejores épocas, seguro, estaría lleno de canarios
y cardenales. Al final del patio (lo que parecía el final) había una
cocina. Detrás de ella, proseguía el patio, y había un par de piezas
más y los baños.
Mentalmente hice la lista de elementos. Pintura
al aceite y al látex, pinceles, aguarrás, clavos, machimbre, algunas
chapas para reparar el techo de la galería. Después tenía que revisar
los desaguaderos y la instalación eléctrica. De hecho, tuve que comprar
una llave térmica, porque la que había era con tapones y estaba destruida.
Después de dos semanas de arduo trabajo casi
había finalizado. Entonces ocurrió aquello.
—¿Te enteraste que hay un tipo de marrón en el
fondo de casa?
Estaba chupando la bombilla tratando de tragar
el mate casi hirviendo que me cebaba Susana. No solo escupí por la
boca, sino que un poco se fue por la nariz. Total, que me quemé la
garganta y las fosas nasales. Y tosí como un condenado.
—¿Qué dijiste?
—Un tipo de marrón. Lo vi esta mañana.
—¿Y? —la miré incrédulo—. ¿Qué hiciste?
—Nada… te lo digo a vos —entornó los ojos con
aire conspirador—, sos el hombre de la casa.
Tenés que ir a hablar con él.
—¿Sí? ¿Y qué le digo? —el esófago me ardía, y
no era de acidez—. Buenas, señor... ¿Cómo está? ¿Le incomoda que viva
en mi propia casa?
—Nuestra… nuestra casa…
—Claro, nuestra casa —de nuevo la miré esperando
que me dijera que era una broma—. ¿Por qué no empezaste a los gritos?
—¿Por qué? Si el pobre viejo ni se escuchó en
todo este tiempo.
—Bien, ¿Y por qué no lo invitas a cenar?
—¡Ay! ¡Haceme el favor! —ahora ya estaba alterada—,
anda a hablarle, para saber quién es. O si no mejor… hablá con la
inmobiliaria, a ver que te dicen.
En la inmobiliaria, me dijeron que tenía que hablar con la escribanía.
Y en la escribanía que tenía que hablar con mis tíos, a ver si sabían
algo. No sabían nada.
—Mirá nene —para mi tía siempre era el nene—,
creo que la abuela Jacinta me habló de un señor. Creo que era carpintero,
y que le subalquilaban una piecita. ¡Pero hace tanto! No sé más nada.
Mi tío, como siempre, no sabía nada de nada.
Excepto armar su pipa para ir a fumar a la vereda.
—¿Qué vas a hacer? —Susana me miraba casi con
lástima.
—¿Y si voy a la comisaría?
—¡No lo puedo creer! Me casé con un hombre sin
huevos. ¿Qué te van a decir en la comisaría? ¿Sabés cuántas casas
tomadas hay en el capital?
—Una casa tomada… significa varias personas,
acá estamos hablando de un viejo.
—Ese es el tema —me dijo socarrona—, un viejo.
Mañana sacalo de las solapas a la calle, tonto.
Al día siguiente llegué hasta la piecita. Estaba
al fondo, al lado del baño más pequeño. Había un tema, y que no era
menor. Yo jamás lo había visto cuándo hacia las reparaciones. Tampoco
cuándo, necesariamente, el tipo tuviera que hacer sus compras. ¿Habría
alguna entrada secreta que yo no conocía?
—Dejá, viejo —la voz de Susana a mis espaldas—.
¿Qué mal puede hacer? Los chicos lo quieren, están horas con él.
—¿Los chicos? ¿Esteban y Paula? ¿Nuestros hijos?
—Sí, lo adoran.
—Pero… ¿Si el tipo es un pervertido? Pensá, si
les hace algo.
—Boludo, ¿cómo podés…?
—Esas cosas ocurren, no es ninguna novedad…
El asunto es que me convenció. Pero en la semana
ocurrió algo que me decidió a enfrentarlo.
—¿Qué es eso que tenés ahí, Paula?
—Un crucifijo, me lo hizo el señor de marrón…
—Ni siquiera le conocés el nombre…
—No, le decimos abuelo.
—¿Me lo dejás ver? —lo tomé en mis manos.
Yo nunca había sido demasiado creyente, pero
el contacto con aquel crucifijo me sensibilizó. Era como si la madera
irradiará tibieza, y calma.
—Papito… ¿Estás llorando?
Tenía un nudo en la garganta, y las lágrimas
caían por mis mejillas a raudales. No podía dejar de acariciar la
imagen del Jesús crucificado y sufriente.
Paula había ido a buscar a su madre, y volvió
con ella y con su hermano. Los tres me miraban sin entender demasiado.
Creo que jamás me habían visto llorar; ni yo entendía qué pasaba.
Me acerqué a Susana y le di el crucifijo, y dejé de llorar instantáneamente.
Susana lo miraba con los ojos vidriosos, pero
en ningún momento rompió en llanto.
—¿Qué vas a hacer?
—Primero quiero el crucifijo envuelto en alguna
tela. Después, mañana a la mañana voy a hablar con este hombre.
Temprano me levanté, y salí a caminar por el
barrio. Puse mi mente en blanco y disfruté de los primeros rayos del
sol. Algunos chicos con sus guardapolvos blancos iban al colegio entre
risas y gritos. Una señora paseaba su diminuto perro, y el carnicero
estaba abriendo su negocio. Traté, sin mucho éxito, de no pensar en
el extraño incidente de la noche anterior. Después de caminar unas
cuantas cuadras, decidí volver bordeando las vías del tren. Pasó uno
con su acostumbrado chillido a hierro sobre hierro.
Ya estaba decidido. Era el momento de hablar.
Pero al doblar la esquina me encontré con que algo andaba mal. Un
patrullero estaba frente a mi casa y una comisión policial esperaba
en la entrada. También había una ambulancia, y estaba llegando otro
patrullero.
—Perdón… ¿Usted es el dueño de casa?
—Sí…
—¿Me podría acompañar?
Entré, y en el hall estaban Susana y mis hijos.
Me miraron en silencio y conmovidos.
—Por acá, señor.
El oficial me indicó la cocina. Pero seguimos,
hasta el fondo. La pieza del hombre de marrón.
—Buenas… disculpe. ¿Usted sabía de esto?
—Bueno… mi señora me había comentado algo, y
yo…
—¿Por qué no nos llamó de inmediato?
—Pensé que yo podía manejar la situación —los
policías se miraron perplejos—. No los quería molestar por una pavada…
después de todo venía a hablar con él…
Ahora sí, los tipos me dedicaron una mirada que
mezclaba el asombro con la reprobación.
—¿Y se puede saber cómo iba hacer eso? —la voz
del oficial sonó burlona.
—A eso venía, cuando…
—Espere —levantó la mano—, sígame… así me explica
mejor.
Al entrar en la habitación, varias sensaciones
me invadieron. El sentido olfativo fue castigado por un hedor a encierro.
Humedad, como a hongos putrefactos. Un calor propio de las piezas
que han estado mucho tiempo cerradas. Varias personas, algunas con
guardapolvos y guantes de látex, rodeaban la cama.
—El cadáver está momificado, por eso no despedía
olor —unos de los de guardapolvo estaba hablando—. Tendremos que hacer
algunos estudios, pero la muerte data de unos cuántos años.
El policía me miraba burlonamente. Yo miraba
el crucifijo de madera que pendía sobre la cabecera de la cama.
—Bien… ¿Me puede explicar?
—Perdón, oficial. ¿Usted habló con mi señora?
¿Con los chicos?
—Sí… pero están algo alterados, preferí esperar
a que se tranquilizaran.
Salí de la habitación seguido por los dos policías, y me dirigí al
comedor.
—Susana, ¿dónde está el crucifijo?
—Ahí… está envuelto en la franela…
Me acerqué al trapo amarillo sobre la mesa y
lo abrí. No contenía nada. Solo atiné a alzar la mirada, y mirar a
los míos que tenían la congoja mezclada con el desconcierto.
_____________________
RICARDO JUAN
BENÍTEZ, autor nacido
en Buenos Aires (Argentina) ha sido distinguido con varios premios:
Segundo puesto, V Concurso de Cuento y Poesía de la Asociación de
Arte y Cultura de Merlo (Argentina), por el cuento Noche de bruma
y silencio y Primera Mención de Honor del Concurso de Cuento y
Poesía Grupo El Fausto (España), por el cuento: El hombre de marrón
del fondo de mi casa. Sus obras se han publicado en la Antología
del V Concurso de Cuento y Poesía de la Asociación de Arte y Cultura
de Merlo (Noche de bruma y silencio) y en la Antología compilada
por el escritor y poeta César Melis, La trama y las sombras
(Editorial Dunken - 2005)), así como en numerosas páginas y blogs
de Internet.
rickybenet[at]gmail.com
De este autor puedes también leer el cuento
Mente asesina
* ILUSTRACIÓN RELATO:
Ojos en carboncillo, By Jorelo (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html)
or CC-BY-SA-3.0-2.5-2.0-1.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)],
via Wikimedia Commons.
|