Envíame un
mensaje, por favor
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Raúl Márquez
Perdí
el celular. Creo que fue ayer, en casa de Mónica. Mi mamá siempre
me lo dijo, un día de estos vas a botar ese celular; vaya manía la
tuya de cargar siempre ese celular en la mano; ¿acaso no puedes guardarlo
aunque sea un momento en el bolso? Ahora, ¿cómo llego mañana al liceo
sin mi celular? Me imagino a la estúpida de Karem presumiendo con
su Nokia aniñado, haciendo que habla, riéndose como una idiota
con el teléfono pegado a la oreja…
Mi papá me lo regaló el día de mis quince años.
Unas semanas antes me preguntó, sin muchos rodeos, y hasta con voz
solemne: ¿Quieres una fiesta o un celular? Claro que el celular, dije
emocionada. Justo el día de mis quince y luego de que en casa me partieron
una torta de ahuyama que me hizo la tía Rosa, mi papá me entregó la
bolsita. Al fin, Dios mío, pensé, mientras cargaba el aparato. Aunque
no es de los caros, esos que tienen cámara y todo, me gusta; para
qué, el viejo se botó… Esa noche no pude dormir: a cada rato me paraba
a ver mi celular. Lo tocaba, leía el instructivo por enésima
vez, le limpiaba la frágil pantallita que aún seguía cubierta por
una delgadísima lámina de plástico adhesivo, de esas que se adhieren
con facilidad a ciertas superficies…
Perdí el celular. Ahora me pregunto cuántos mensajes
me habrán enviado. ¿Leonardo me habrá escrito…? Bueno, aquí estoy.
Hasta ahora nadie se ha dado cuenta. Las muchachas me saludaron como
siempre, los muchachos también, y nada, nadie se ha percatado de la
ausencia de mi celular. ¡Cónchale, qué aburrimiento!
Mi papá me preguntó que por qué diablos no había
sido capaz de responderle… Le dije, cuidándome de ser muy natural,
que lo que pasa es que el celular estaba descargado; a ver si lo cargas,
para algo te lo compré, me reprochó, todo serio. Sí, papá, tranquilo…
(Leonardo también estará que echa chispas, pero, en fin, mañana le
explico todo y caso cerrado).
Apenas pude, me escapé de clases y me fui para
donde Mónica. Luego de la cháchara habitual, le pregunté, como la
que no quiere la cosa, que si por casualidad el celular… Nada de nada
(ahora sí empecé a sentirme un tanto como desesperada, por supuesto
en el primero que pensé fue en papá…).
Hace dos días que estoy sin mi celular. ¿Dónde
podrá estar? ¿Acaso Mónica me mintió y lo guardó para ella? No, no
creo; ella es mi mejor amiga… además… En fin, tengo que dejar de pensar
tantas tonterías. El hecho es que estoy sin celular, mientras que
mis compañeras se la pasan jodiendo con sus celulares en las clases
de… qué chimbo, vale…
Mamá me abrazó como hace tiempo no lo hacía.
Luego me dijo casi al oído, como si fuese un secreto: gracias, mi
amor, yo también te quiero mucho… Estuvo muy melosa, mamá, durante
el almuerzo. Aprovechando esa circunstancia me animé a confesarle
lo de mi celular, pero en esas llegó papá todo malencarado y como
quien dice se me aguó el guarapo.
Amanece, mi tercer día sin. Bueno, Por lo menos
Leo me comprendió. Lo que sí me dio rabia fue ese comentario burlón.
O sea, mi amor, que debes estar toda aburrida ¿ah? Ya, bobo, deja
de ser así, vale… Mónica no estaba en casa…
Esa noche mi papá estaba todo raro. Me empezó
a preguntar cosas que nunca me había preguntado. Además, él nunca
se ha metido de lleno en mis cosas, y de repente… la verdad me asustó
(¿será que ya se ha dado cuenta?, pensé, un poco nerviosa).
Mamá, por su parte, volvió a ser la misma de
siempre. Cariñosa, pero no tanto como el día anterior; qué pasará…
Hoy estaba insoportable. Me trató con desdén;
me trató como si en el fondo me odiara. Hasta pude escuchar que decía
cositas por lo bajo… Al fin le pregunté que qué le pasaba, pero evadió
la pregunta. Me abrazó, pero lo sentí más bien frío… ¿Qué te pasa,
papi? Pregunté nuevamente; me respondió que nada, y luego me dijo
que tenía que hacer no sé qué cosa donde Raúl y me dejó con un extraño
sentimiento; me dieron ganas de llorar, pero me contuve de hacerlo…
Esa noche a la hora de la cena, sentí una tensión
extraña en torno a la mesa. Mi papá más callado que de costumbre;
mi mamá simulaba que estaba tranquila y que todo estaba bien, pero
algo me decía que eso no era así…
Me acosté intranquila. Tengo que hablar con Mónica.
Cónchale, no creo que me haya delatado, de todas maneras mañana tempranito
voy a buscarla…
El celular estaba donde Mónica.
La señora que plancha lo encontró debajo de la cama de Leonardo. Estaba
descargado. Lo puse a cargar de inmediato. Al cabo, lo revisé. Apenas
un sólo mensaje sin leer. Era de papá. Ya lo sabe todo… Ahora no sé
qué voy a hacer y con esta regla que no me baja…
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RAÚL MÁRQUEZ,
autor venezolano (Caracas, 1974).
Reside en El Piñal, Táchira. En 2000 participó en el Taller de Poesía
Venezolana,
dictado por el poeta Ernesto Román Orozco y
ese mismo año obtuvo el primer premio de poesía en el Concurso
Nacional de Literatura de Fe y Alegría. Ha publicado los poemarios
Lírica ofrenda (Fe y Alegría, Caracas, 2001) y Reverso de
reloj (Nadie nos Edita Editores, San Cristóbal, 2002). Otros textos
suyos aparecieron en la antología Los dragones de papel (Nadie
nos Edita Editores-Conac, San Cristóbal, 2004).
radamarca(arroba)yahoo.es
ILUSTRACIÓN RELATO:
Mobile 001, By A.Fanslau (Own work) [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)],
via Wikimedia Commons.
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