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Notas de un viaje en tren

Wilfredo Carrizales

7 DE DICIEMBRE DE 2002
7.35 p.m.

Ya estamos en el vagón 3, después de esperar más de una hora en una sala de la Estación Occidental de Peking atestada de gente. Mayoritariamente son campesinos provenientes de lejanas zonas.

Mi amiga Hong Yin comienza a quitarle las cáscaras a unas castañas contenidas en una bolsa de papel de estraza. Ella me introduce una castaña pelada en la boca y siento su sabor dulzón con un dejo de tierra. (En la radio del tren se escuchan melodías tradicionales de la provincia Yunnan interpretadas por una especie de flauta hecha con una calabaza). Destapo una botellita de aguardiente fuerte de sesenta grados y brindo por un feliz viaje.

8 DE DICIEMBRE DE 2002
10.15 a.m.

Me levanto con la espalda adolorida. No pude conciliar el sueño durante toda la noche. Me cuesta mucho quedarme dormido en los trenes chinos. Hacen mucho ruido, traquetean y se balancean de manera constante.

Siento algo de malestar en el estómago. Como algunas uvas secas. Ignoro por cuál provincia pasamos cuando escribo estas líneas. Atravesamos una zona con pequeños edificios residenciales.

10.45 a.m.

Ahora sé que el tren avanza por la provincia de Hunan, la tierra natal de Mao Tsetung. Afuera se ven estanques o lagunas para criar peces. Cada cierto trecho aparecen búfalos de agua. El sol brilla y la luz riela sobre la superficie quieta del agua. Los reservorios de este líquido se encuentran por doquier.

11.15 a.m.

Atravesamos un lugar llamado Miluo cuyas casas, de dos y tres pisos, se ven muy modernas.

1.55 p.m.

Después de una reconfortante siesta me siento frente a la ventana de mi compartimento. Miro hacia el exterior y descubro a unos niños que hacen girar a un trompo flagelándolo con un pequeño látigo. (Ignoro si todavía permanecemos en la provincia de Hunan).

Observo barcazas de madera con techos de paja flotando en una especie de embalse ubicado a la orilla de la línea del tren. El embalse está dividido por segmentos separados por mallas de alambres. Con seguridad, allí deben criar peces y, tal vez, ostras.

Un niño pesca con una improvisada caña acuclillado sobre el pedregal de un estanque. A lo largo de la vía férrea voy notando casas bellas de reciente construcción, de uno, dos o tres pisos. A veces, pueden descubrirse casas de barro, al estilo tradicional, al lado de las nuevas edificaciones.

Sobre una colina diviso unas coronas de flores de papel recién colocadas en una tumba. En una azotea un perro amarillento permanece sentado mirando a la distancia.

2.20 p.m.

Arribamos a la estación llamada Loudi. Un poco antes de llegar descubrí en las laderas de una pequeña elevación a unos campesinos que cuidaban unos sembradíos muy parecidos a vergeles o jardines.

El tren se detiene durante diez minutos. Aprovecho que desde el asiento adosado a una ventana se divisa una casa interesante de tres plantas y le tomo una fotografía, donde incluyo unos edificios contrastados por sombras, al fondo. La composición la completo con una alta torre y las columnas cercanas de la estación.

2.40 p.m.

El tren se pone de nuevo en marcha. Destapo una botella grande de cerveza «KK» elaborada en la ciudad de Kunming (nuestra primera meta). Prosigo admirando el paisaje y ahora baja por mi garganta confundido con la espuma.

Un pequeñuelo pastorea unas cabras y con una rama en una mano cuida una vaca. Al niño se le aprecia muy abrigado. El frío parece acosarlo con insistencia.

Al lado de la vía férrea serpentea un río o canal, navegable por cortas barcazas o lanchas. En una de las barcazas van muchas personas con paquetes y el remero impulsa la embarcación con una larga vara de bambú.

Hay aldeas muy viejas en la ribera del río o canal, con casas de barro apiñadas. Puedo distinguir algunos cultivos: repollo, lechuga, cilantro... Bandadas de patos blancos comen en la orilla. Hay arrozales en terrazas y en cuadrículas. Ya aconteció la cosecha y los brotes empiezan a emerger de nuevo. Los espantapájaros de paja han sido relegados a un recodo hasta que les llegue el turno de actuar.

3.00 p.m.

Encienden la radio del tren: música china orquestal. El tren atraviesa aldeas con edificaciones antiguas (de barro o ladrillo) y modernas (de hormigón). Bambúes, bananos, pinos... Pero, de improviso, se rompe el encanto bucólico por una quebrada que arrastra aguas putrefactas y negras.

3.20 p.m.

Descubro helechos, palmeras, en los recodos entre las casas; niños en persecución de gallinas en medio de los retoños de arroz. Todo está verde y constituye la prueba de que avanzamos cada vez más hacia el sur, hacia lo cálido, hacia el sol.

Dondequiera que haya un pedazo de terreno adecuado y disponible, allí los campesinos siembran y aparece el huerto y la verdura.

3.25 p.m.

Un padre y su hijo (¿o un tío y su sobrino?) queman unos secos herbazales y el pequeño, alegre, mueve la candela con un palito y las chispas le hacen saltar risas.

3.31 p.m.

Diviso montañas al fondo, a mi izquierda. Son dos cordilleras que corren paralelas. La lejanía las envuelve en brumas y la más lejana parece la más cercana.

Una enorme cerda blanquirosada con innumerables cerditos, de repente, atrae mi mirada: se mueven sobre una terraza encementada y los rayos del sol los tornan casi transparentes.

Me pongo a comer unos maníes traídos desde Peking y de inmediato la luz solar penetra por la ventana, ilumina mi cara y la cama donde duermo. Siento la magia de viajar en tren en el grato sabor de las semillas tostadas.

4.15 p.m.

Abro la cortina de la ventana de la derecha, la que está adosada a nuestros dormires. Echo un vistazo hacia fuera. Una casa campesina tradicional ostenta en la mitad de su techo un redondel con un retrato de Mao Tsetung. El difunto líder continúa enviando mensajes a sus coterráneos, quienes no lo olvidan.

4.30 p.m.

Casas antiguas de madera y gallos en el balcón del segundo piso de una de ellas atrae de súbito mi atención. El traqueteo del tren opaca el canto de las aves y siento deseos de arrojarme fuera del vagón. Aprieto los ojos y los gallos cantan desde mi garganta.

4.50 p.m.

En una pequeña estación llamada Jujiang un grupo de campesinos, en cuclillas, devoran arroz de sus tazones, con una rapidez que no deja ver el desplazamiento de los palillos para comer.

Desde hace rato atravesamos túnel tras túnel y el tren ha salvado un río cruzando por sobre un puente.

5.00 p.m.

Aún no hay evidencias de que vaya a oscurecer. Al pie de una colina está erigido un templo de pequeñas dimensiones. Tal vez sea un templo taoísta.

5.15 p.m.

En ciertos techos de algunas casas se perciben antenas parabólicas de poca estatura y comienzan a verse naranjos en los plantíos. Amarillas naranjas cuelgan de las ramas.

Pasamos por la estación Dizhuang (Baja Aldea) y vemos una serie de vagones azules arrumbados, con el óxido carcomiendo sus superficies. Parecen desprendidos de un cielo muerto.

5.25 p.m.

Una joven mujer, vestida de negro, se sienta en el apoyo adosado a la pared del tren y mira hacia fuera, a ninguna parte. Le tomo una fotografía para aprisionarla junto al paisaje y para que no se me desvanezca en la memoria.

5.36 p.m.

Cruzamos por la estación Yupu y unas gotas de agua se alebrestaron y quedaron colgadas de su nombre.

5.55 p.m.

Comienza a oscurecer lentamente. La bruma envuelve a las montañas más alejadas de la línea del tren. Las casas grises se camuflan entre las sombras del ocaso y las que tienen fachadas blancas sobresalen como faros sobre las colinas.

(La mujer de negro todavía permanece en el mismo lugar. Parece algo melancólica o nostálgica. Apoya su cabeza contra el vidrio de la ventana y aprisiona su largo vaso contentivo de agua caliente y hojas de té. Sus ojos despiden un minúsculo brillo de seda. Su cabellera invoca, tácitamente, a la noche).

6.00 p.m.

Pasamos por encima de un río y abajo las barcazas atracadas en la orilla han encendido sus luces, al igual que los edificios cercanos. No se advierte ningún trajín en las embarcaciones. Acaso sus habitantes cenen o jueguen a las cartas.

Una alta chimenea expulsa al espacio su humo espeso y negro y la iniciante noche se apropia de él. Las montañas en lontananza apenas se vislumbran en sus crestas.

Otro río nos acompaña con su corriente que fluye a nuestro lado. La oscuridad todavía no es total. El universo luce disparejo.

6.15 p.m.

La noche se lanzó de bruces sobre los vagones y se impuso. Una repentina quietud amoldó mis oídos a su orden de compases que se expandía.

8.20 p.m.

Hong Yin se quedó dormida en su cama. Cenó abundantemente y la venció la pesadez. En la radio se escuchan melodías modernas cantadas por famosos y famosas cantantes chinos. Hong Yin parece llevar el ritmo con uno de sus pies. Una sonrisa leve le aclimata el rostro.

8.30 p.m.

Me asomo al exterior, a través de la ventana abierta de la izquierda. Nada puedo distinguir. Me lo impide el animal de la oscuridad y sus dientes de lignito.

Opto por mirar afuera desde la ventana ubicada en la cabecera de mi cama. Sólo veo puntos de luces a diferentes niveles. Deben provenir de las casas campesinas situadas sobre las lomas.

8.52 p.m.

Abro la cortina y empujo mis ojos al otro lado. En ese momento el tren atraviesa un distrito cuya etimología me trae a raudales la luz del sol y me enceguece. Luego, aparecen casas construidas a la orilla de un estanque o lago.

Otros poblados, alumbrados con energía eléctrica, van desfilando rápidamente, en sucesión marcial, frente a mis ojos adormilados. Me lanzo preguntas: ¿cómo será la gente que vive allí? ¿Con qué soñará? ¿Pasarán las noches en grata conversación? ¿Vivirán la vida? ¿Temerán a los muertos?

9.00 p.m.

¡Magnífica sorpresa! Localizo, sobre una colina arbolada, a la luna nueva, eclipsada, roja y atrayente.

9.07 p.m.

El tren gira en una curva y descubro, por breves instantes, a la luna, agazapada entre unas casas altas y unos matorrales. Parece que menstruara.

9.15 p.m.

Un camino asfaltado corre paralelo a la vía férrea. De cuando en vez, circula un taxi o una camioneta o un camión. Más adelante, una estación de gasolina de Petrochina me indica que ya ingresamos a la provincia de Guizhou.

9.25 p.m.

Alcanzo a registrar, sorprendido, una casa ubicada al lado del camino, profusamente iluminada con bombillos de colores. ¿Será un burdel? ¿Un local nocturno de diversiones?

9.30 p.m.

Sin detenerse, el tren cruza por una pequeña ciudad bastante alumbrada. Sus resplandores rebotan en el silencio y asustan a un perro realengo y sucio.


LUNES 9 DE DICIEMBRE DE 2002
7.50 a.m.

Me despierto al percatarme que el tren se ha detenido. Miro por la ventana y me entero que estamos en una estación feísima. Hay unos edificios bajos tiznados de negro y carbón mineral acumulado en forma de cerros.

La estación resulta ser un nudo ferroviario con muchas líneas y tendido eléctrico para ciertos trenes. La ciudad tiene un apelativo como de agua bullente y posee unas colinas pedregosas muy particulares: están aisladas unas de otras. Más al fondo se observa una cordillera. Algunas de las colinas han sido convertidas en canteras.

8.05 a.m.

El tren se pone de nuevo en marcha. Mi vista viene manchada de hollín. El sueño de Hong Yin se internó en las canteras.

8.20 a.m.

Cruzamos por un lugar nombrado Maga (Caballos Apiñados) y no oigo ningún relincho.

La línea férrea se interna en la cordillera y una vez más los túneles se tragan al tren con costumbre consabida. Las rocas que forman estas colinas y montañas parecen calcáreas. Es posible que esto haya sido fondo de mar en una remota época. Hasta huele a fósil.

8.25 a.m.

Pasamos por Putaojing (Pozo de las uvas). El paisaje está conformado por piedras blancas que lo abarcan todo. Rebaño lítico que se mueve en su mutismo. (El día se presenta nublado y no se sabe adónde se retiró el sol).

La niebla oculta las cumbres de las montañas. Las colinas se han desembarazado de los árboles. Sólo unos arbustos o matojos las cubren en ciertos trechos. Los pájaros son ignorados por esos ámbitos.

8.45 a.m.

Me entiendo con unas colinas cercanas en cuyas cimas los pinos se enderezan a duras penas. Oigo del tren un clamor de martillos golpeados y la certeza de su avance.

8.46 a.m.

Abajo, al pie de la cordillera, descansa el cauce de un río seco. Hay una planicie sobre una de las vertientes por donde se desplaza el tren. Unas cuantas casas se agrupan allí y producen un prado muy verde. El otoño apenas ha comenzado en esta comarca. Las hojas amarillas distan mucho de quererse desprender de su asidero.

8.55 a.m.

Hong Yin aún duerme y sólo la despierta momentáneamente el grato olor de unos fideos que alguien come al lado.

8.59 a.m.

Sobre la plataforma de una pequeña estación veo a la primera representante de una minoría nacional. Es una anciana vestida con un largo traje azul y rojo y un tocado en la cabeza con los mismos colores. Tal vez pertenezca a la etnia miao.

9.00 a.m.

Los riachuelos que corren por debajo de los puentes del ferrocarril no presentan contaminación. Se notan limpios y cristalinos. La luz solar se cuela, dócilmente, entre las piedras.

9.06 a.m.

Reparo en aldeas asentadas en las partes bajas de las colinas que, de manera extraordinaria, han sido terraceadas para el cultivo.

9.20 a.m.

El tren ingresa en uno de los numerosos túneles y aminora la marcha. Adentro la cuesta es algo pronunciada. Realmente la construcción de estas líneas férreas es un prodigio de ingeniería. A veces, el tren penetra en un largo túnel, sale de él para cruzar un puente altísimo y, de nuevo, la máquina ingresa a otro extenso túnel.

9.32 a.m.

Por una colina terraceada sube un viejo campesino con una gran cesta, de tiras de bambú trenzadas, colgada a la espalda. Acaso estuvo recogiendo yerbas medicinales u hongos silvestres.

Campesinos de rostros duros y curtidos por el sol trabajan a un lado de la vía. Reemplazan los travesaños o durmientes de la línea férrea.

9.40 a.m.

Me complazco en admirar innumerables mazorcas de maíz, anudadas por las hojas secas, y que cuelgan de los techos de unas casas de ladrillo recién construidas. Pienso en arepas, carato y chicha y me traslado hasta la cocina de mi abuela Ana.

10.05 a.m.

Atravesamos la estación llamada Qiewu (Aún Mediodía). Hay sembradíos de nabos y rábanos. Las mazorcas de maíz se secan al sol y penden en alardes de amarillos y profusión de granos.

10.15 a.m.

Advierto un cementerio campesino en una colina. Todas las fachadas de las tumbas están pintadas de blanco. Más allá, casas con pequeñas antenas parabólicas.

Algunos ríos muestran sus aguas contaminadas. Siempre me causa tristeza el asesinato de las corrientes naturales. Hay fábricas cercanas que seguramente vierten sus aguas servidas a los cauces.

10.25 a.m.

Cruzamos por Fenghuangshan (Montaña de los fénix). En ambas orillas de la línea férrea los pinos se disponen en hileras. Los campesinos roturan la tierra con azadas.

10.35 a.m.

Arribamos a Xuanwei, una ciudad de poca dimensión e importancia.

11.14 a.m.

El tren pasa por el lugar que lleva por nombre Xiaojijie. Aparecen tumbas diseminadas sobre las colinas que muestran un subido color rojo. ¿Anuncios de los óxidos de hierro?

11.21 a.m.

A media velocidad cruzamos por Geyitou. Se ven muchas casas nuevas construidas con ladrillos rojos. (¿El verano, el sur y la felicidad harán su trilogía en el interior de las viviendas?). En este sector se observan más pinos que en las otras zonas.

Hay un valle, a mi izquierda, con diversos plantíos y una aldea en el medio. Sale de alguna chimenea una ristra de humo y se enrosca, brevemente, en la copa de un árbol, antes de dispersarse.

Unas formaciones pedregosas surgen en la margen derecha. Semejan antiguos templos derruidos. Por mi ventana va desfilando, cuadro tras cuadro, la vida campesina de estos lugares: un viejo aleja a unas ovejas con una rama; una mujer de irreconocible edad, con una pañoleta azul en la cabeza, avanza, a pasos lentos, mientras lleva una pesada cesta a la espalda; en una carreta, halada por un búfalo de agua, duerme sentado un hombre; un campesino arroja cañas secas de maíz a una vaca atada en un establo; unos cuantos rústicos remueven unas piedras... Todo como en un documental especialmente preparado para mí.

11.41 a.m.

La región paisajística de Zhujiang Fengyuan sale a nuestro encuentro. Un grupo de tumbas blancas surge, de improviso, a un lado de la línea férrea y nos recuerdan que aquí también la gente muere y que cerca del mediodía las tumbas brillan.

Por un camino asfaltado progresan dos campesinos (un hombre y una mujer). Conducen unas carretas cargadas con cestas ovaladas. Unos búfalos de agua tiran de ellas con displicencia. Se les nota que no están muy a gusto con su faena.

11.55 a.m.

Al fin aparece el sol y el cielo comienza a despejar a las nubes que molestan. Da la impresión de que el resto del día será soleado y algo cálido.

12.20 p.m.

Penetramos a la provincia Yunnan hace media hora.

Dejamos atrás a la estación de la ciudad de Qujing (Recodo de la paz). A ambos lados de la línea férrea se ha comenzado a urbanizar. En la margen derecha se distinguen muchos estanques para la cría de peces y diversos sembradíos. «Qujing se ha desarrollado rápidamente en los últimos años...», dice una voz femenina en la radio del tren y algunos pasajeros a mi lado comentan que es cierto.

12.39 p.m.

El tren prosigue rumbo a Kunming, la capital provincial. Debemos arribar allí a las 3.17 p.m. Inesperadamente llega a nuestros oídos la agradable música que brota de un saxofón y el ámbito del vagón se aligera y parece flotar un inexistente pentagrama.

12.55 p.m.

Atravesamos Dahaishao (Silbido del gran mar) y de nuevo me pongo a pensar acerca de los extraños nombres que llevan algunos lugares. Esta provincia no colinda con el mar y para bañarse en él hay que recorrer una gran distancia hasta la provincia Guangdong (más conocida entre nosotros como Cantón) o enrumbarse por territorio vietnamita hasta alcanzar la bahía de Hai Phong.

Llenamos la vista con casas de barro de dos plantas que resaltan por el color rojizo de sus paredes. La tierra aquí parece que sangra.

Un caballo flaco y con mataduras come metido en un sembradío de nabos florecido. Tiene todas las trazas de ser un caballo comeflor y pisabajito.

A lo lejos, otras casas construidas con adobes de barro se curvan con el terreno y prosiguen.

1.05 p.m.

Me llama poderosamente la atención el contraste representado por una casa grande, de dos plantas, hecha de barro y la pequeña antena parabólica, pintada de blanco, instalada sobre el techo.

1.30 p.m.

El tren se detiene en Maguohe (Río por donde cruzan los caballos). En ese momento se despierta Hong Yin y le ofrezco carne de vaca, seca y picante, preservada en una bolsa de plástico.

Un río corre por el lado izquierdo de la línea férrea y un búfalo de agua está echado en un sitio plano, a mayor nivel que el río. El animal se asolea. Balancea levemente la cabeza al tiempo que su quijada ajusta un movimiento ordenado.

La vegetación ahora comienza a manifestarse más exuberante y más nutrida. Pinos y diversos arbustos cubren las colinas.

3.02 p.m.

Comenzamos a ingresar a las afueras de Kunming. Los contrastes no tardan en hacerse evidentes: construcciones de ladrillos, envejecidas, y edificios residenciales nuevos.

3.17 p.m.

Una voz femenina, un tanto chillona y repelente, anuncia por la radio que hemos llegado a Kunming. Todos los pasajeros, excepto Hong Yin y yo, están de pie, aglomerados y con sus bártulos a cuestas, a la espera de que abran las puertas del tren. Sobre las mesitas y en los pasillos ha quedado un reguero de conchas de semillas de girasol y maníes, cáscaras de frutas y migajas de galletas y pan. Todo un resumen de la solución gastronómica ferroviaria.

Hong Yin se despereza. Bosteza y me contagia cierta modorra. La ayudo a colgarse su morral a la espalda; el mío me lo cuelgo de un hombro. Avanzamos hacia la puerta y descendemos los escalones de hierro. La luz intensa de la tarde nos enceguece por momentos. Caminamos, tras un río humano, sudoroso y variopinto, en busca de la salida de la estación.


* * * * *



Wilfredo Carrizales

WILFREDO CARRIZALES. Escritor y sinólogo venezolano nacido en la ciudad de Cagua, Aragua, Venezuela. Textos suyos han aparecido en diversos medios de comunicación de la región. También ha publicado los poemarios Ideogramas (Maracay, Venezuela, 1992) y Mudanzas, el hábito (Pekín, China, 2003), el libro de cuentos Calma final (Maracay, 1995), los libros de prosa poética Textos de las estaciones (Editorial Letralia, 2003) y Postales (Corporación Cultural Beijing Xingsuo, Pekín, 2004), y tres traducciones del chino al castellano. Reside en Pekín (República Popular China).
@ zalesw(at)yahoo.com

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Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

▫ Relato publicado en Revista Almiar (2006). Reeditado en agosto de 2019.

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    Revista Almiar (2006-2019)
    ISSN 1696-4807
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