Tragar orines en
un baño
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Carlos Bortoni
Cuando entré al baño y lo vi,
supe que me estaba esperando —recargado en la pared, aguardando el
momento en el que me apareciera—, intenté ocultar mi sorpresa, disfrazar
el asombro y miedo que me dominaban desde que vi a aquel rapado, de
mediana estatura y cara de hastío. Intenté parecer tranquilo. También
supe que habría alguien acompañándolo, alguien a quien, desde el lugar
donde yo estaba, no podía ver. Me acerque al lavabo y lavé mis manos,
nunca lo hago así, siempre paso primero al mingitorio y después me
lavo las manos, pero esta vez había que hacer tiempo para aletargar
lo inevitable. Escapar de ahí, salir corriendo, no era una opción,
resultaría imposible y ridículo. Lo único que me quedaba por hacer
era entregarme a ellos con dignidad, si es que esto era posible.
Mojé mi cabello, saqué un peine
de mi bolsillo y me peiné lo mejor que pude, luego tomé un pedazo
de papel y sequé mis manos. No existía forma alguna de alargar más
aquello, así que caminé hacia él, hacia el que vi desde un principio;
en verdad caminé rumbo a los mingitorios, pero él estaba parado a
la mitad del camino, de tal forma que sabía que nunca lograría llegar
hasta mi destino.
En cuanto pase delante suyo me
empujó con ambas manos, yo caí a los pies de los contenedores de orina
y me di cuenta que no había nadie más en el baño, que existía la posibilidad
de defenderme de aquel golpeador a sueldo, me paré lo mas rápido que
pude y pretendí encararlo cuando lo escuche decir:
—¡Carajo marrano, apúrate! Este
pendejo ya esta aquí, tirado en el suelo.
—¡No me jodas! Me estoy limpiando
el culo, ahora salgo —contestó una voz detrás de la puerta de uno
de los retretes—. ¿No puedes entretenerlo un rato?
Viré la cabeza a la derecha para
ver de dónde salía la voz del marrano y antes de tener tiempo de encarar
a mi agresor, sentí un fuerte puñetazo en la cara; un fuerte puñetazo
que me sacó volando por el baño y me plantó delante de la puerta por
donde había salido la voz.
La puerta se abrió golpeándome
en la cabeza, aumentando el dolor que empezaba a acumularse, y detrás
de ella apareció un enorme tipo que empezó a patearme sin sentido,
sin objetivo, simplemente me pateaba en cualquier parte del cuerpo,
donde fuese, destrozando mis intestinos, provocando que me retorciera
en el piso como única reacción. Luego me tomó del pelo, con sus manos
sin lavar, con las manos recién pasadas por su culo surrado, me levantó
y empujó contra la pared.
—¿Eres muy chingón pendejo? —preguntó
mi primer agresor mientras se acercaba a mí—. ¿O sólo eres muy pendejo?
—Sólo soy muy pendejo —contesté,
pensando que quizá un poco de honestidad me ayudaría a salir de la
situación.
—Jajajaja, sí es muy chingón
el pendejo este —dijo el marrano, y me dio tres golpes en la cara.
—Gracias —contesté tragándome
el malestar causado.
—Mira cabrón... —retomó la voz
cantante la cabeza rapada—, sabemos que no tienes modo alguno de pagarnos,
sabemos que eres un pinche jodido que de ninguna forma podrá reunir,
en toda su miserable vida, el dinero que debes. Así que te vamos a
partir la madre hoy y cuantas veces se nos dé la gana.
Dicho eso, el cerdo que me había
puesto de pie, me tomó del pecho y me lanzó contra el suelo, reventándome
la, hasta entonces, no adolorida espalda. A partir de ese momento
los golpes no se detuvieron. Había pequeñas pausas cuando uno de los
dos descansaba o cuando cambiaban turnos para golpearme sin chocar
entre ellos. Pausas que sólo contribuían a mi toma de conciencia sobre
nuevas dolencias o a la agudización de los dolores anteriores. También
se daban estos escasos descansos cuando el marrano se arrodillaba
delante mío para golpearme varias veces la cara o azotarla contra
el piso. No tenía caso intentar nada, no tenía caso defenderme físicamente,
sólo cubrirme en la medida de lo posible. Tampoco valdría la pena
intentar decir algo, ellos tenían muy claro que les había visto la
cara y que no habría manera en que lograra pagarles, ni siquiera si
me despojaban por completo de mis pocas pertenencias, así que me dediqué
a esperar que terminaran.
Después de una eternidad de patadas
y golpes, uno de ellos —a esas alturas mi vista estaba completamente
nublada por la sangre de mis ojos y cara— me levantó, me arrastró
delante de un mingitorio y estrelló mi cabeza contra la orilla, la
cual produjo un dolor mucho más intenso que el de mi cabeza contra
el piso, el redondeado borde se clavaba en el costado de mi cráneo
o masacraba mi oreja izquierda, teniendo repercusiones en todo mi
cuerpo, la estrelló en repetidas ocasiones, mínimo cinco; yo perdí
el conocimiento después de tragar un poco de la orina que salpicaba
al golpearme.
Desperté en el baño, encima de
los lavabos, al intentar pararme caí al piso, después de un rato de
padecer en él, logré ponerme en pie con ayuda del lavamanos y verlo
todo. El espejo estaba destrozado, igual que el resto del baño, igual
que yo. Supongo que cuando perdí el conocimiento se dedicaron a aventar
mi cuerpo inerte a través del lugar, golpeando con cuanta cosa fuese
posible.
Pensé en lavarme la cara y salir
de ahí, pero rápidamente desistí de la idea de limpiarme y me dirigí
a la salida del baño. Antes de lograr llegar a ella, aparecieron dos
sujetos, no dijeron nada, me tomaron de los brazos y me sacaron del
lugar.
Tiempo después me encontré
detenido por las autoridades, acusado de daño en propiedad ajena.
En esta ocasión tampoco intenté defenderme, no tenía sentido.
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Web del autor:
http://cbortoni.blogspot.com/
ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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