
Algo más que un paseo
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Ángel Balzarino
Apenas
llegaron a la plazoleta, él se desprendió de su mano y comenzó
a correr hacia el grupo de chicos que como todos los días lo esperaba
para jugar. Impetuoso. Profiriendo gritos de alegría. Como un pájaro
que abandona su jaula. Sin otra preocupación que disfrutar estos momentos.
Y una vez más comprendió que también para ella permanecer allí, observándolos,
lograba contagiarle tanto júbilo y entusiasmo. Está bien. No dispare.
Yo le... Una sensación en la que se mezclaban la ansiedad, el regocijo,
la certeza de ser dueño de un invencible poder, lo invadió al notar
el temblor de la voz y el sorpresivo pánico reflejado en el rostro
de la muchacha cuando le apuntó con la pistola. Imperativo. Con una
seguridad que no admitía duda. Casi tuvo ganas de lanzar una brusca
carcajada, como si fuera la única forma de manifestar el inefable
placer que alcanzaba en cada asalto, durante el breve e intensísimo
tiempo en que tenía el privilegio de ejercer un total dominio sobre
los otros. Poné aquí todo lo que tengas. Rápido. Luego de sentarse
en el banco habitual, sacó una revista de la cartera, pero no llegó
a concentrarse en la lectura y se limitó a mirarla bastante distraída.
Como siempre, toda su atención fue ocupada por él, gratificada al
observarlo reír y gritar y correr infatigable junto a los otros chicos.
Es lo más importante y querido. Casi lo único que tengo ahora. No
podía evitar cierto desgarramiento al considerar el reducido universo
que formaban ellos dos después del abrupto alejamiento de Rodrigo,
y por eso, no sólo por amor sino fundamentalmente por angustia y el
anhelo de tener un sostén para sobrellevar la soledad, se aferró a
él. Nos necesitamos los dos. Ya nada podremos hacer separados. Obsesiva
se transformó la necesidad de compartir cada momento, de gozar su
compañía pero también de hacer todo lo posible para protegerlo de
cualquier daño o peligro. Encendió un cigarrillo y, dispuesta a eludir
cualquier otra cosa, sólo quiso verlo jugar en la plazoleta. Apurate.
No vamos a estar aquí toda la tarde. La voz perentoria y furiosa del
Cholo quebró de pronto esa especie de encandilamiento y repentino
deseo que ella logró despertarle con su cuerpo túrgido y provocativo
dentro del vestido demasiado ajustado. No. No es el momento para eso.
Aunque sería lo más agradable. Bruscamente tomó conciencia de lo que
debía hacer allí, en ese local y frente a la muchacha pálida y temblorosa
que con evidente torpeza sacaba los billetes del cajón y los ponía
en una bolsa. Aquí tiene. Es todo. Como si hubiera concluido una fatigosa
tarea, le tendió la bolsa deformada por el cúmulo de billetes. ¿Estás
segura? El tono resultó entre amenazador y algo divertido mientras
le apoyaba la pistola entre el pronunciado pliegue de los senos, convertido
el caño en una prolongación de su mano, ávida por explorar la tibieza
de la carne suave y palpitante. Abrió otro cajón y en forma maquinal
retiró algunos billetes. Dale. Vamos. Esto se va a llenar de gente
en cualquier momento. Aferró la bolsa, ya firme y decidido a cumplir
su propósito con la eficacia de siempre. Ni se te ocurra moverte de
aquí. Agitó por última vez la pistola frente a los ojos desorbitados
y después corrió hacia donde estaba el Cholo. Tropezaron con algunas
personas, entre desaforados gritos de sorpresa y alarma ante la visión
de las armas desnudas, al salir a la calle en vertiginosa carrera.
Apurate. Ya perdimos demasiado tiempo. Agrio y pleno de reproche el
tono del Cholo. No trató de justificarse ni de esgrimir una disculpa.
Sólo compartió la preocupación y rabiosa premura por ponerse a salvo,
sortear las numerosas siluetas que dificultaban el paso y llegar hasta
el coche donde los esperaba Santillán. Pero todo pareció tornarse
oscuro, incomprensible, producto de una absurda pesadilla, cuando
surgió el grito convertido en orden escueta e inapelable. Alto. No
se muevan. Como ya era habitual, observó que un rictus amargo reemplazaba
la sonrisa y quedaba con el cuerpo rígido, en súbita actitud de rebeldía
o de muda protesta. Vamos. Ya es tarde. Mañana vendremos otra vez.
Debía apelar a su paciencia, utilizar las palabras más tiernas y afectuosas,
ofrecer algún caramelo o barra de chocolate, para que el final del
juego no resultara tan doloroso. Aunque hubiera querido que se prolongara
indefinidamente, pues ella disfrutaba tanto como él de los momentos
que pasaban allí, era necesario poner un límite. Cuando recuperó la
sonrisa por obra de las deslumbrantes promesas de otras jornadas de
juego más extensas y divertidas, abandonaron la plazoleta. La colmaba
de alivio cada vez que se restablecía entre ellos una comunicación
íntima y jubilosa, aunque siempre le tocaba ceder ante la voluntad
y los caprichos de él. Lo principal es verlo feliz. Y que pueda tenerlo
cerca, para abrazarlo y besarlo. Después de marchar un rato, él soltó
su mano y, libre, comenzó a correr por la vereda, dando saltos y efectuando
diestras jugadas con alguna pelota imaginaria. Faltaban dos cuadras
para llegar a la casa cuando, al doblar una esquina, vio a varias
personas moverse en forma desordenada, profiriendo gritos y palabras
incoherentes. No tuvo tiempo de indagar el motivo de tanta agitación.
Quedó paralizada por el seco estampido de un disparo. La reacción
del Cholo fue rápida y contundente. Con el rostro desfigurado por
la bronca y vociferando maldiciones, disparó contra la figura uniformada
que pretendía cortarles el paso. ¿Quién le avisó? ¿Cómo pudo...? Inútilmente
procuró encontrar una justificación a la trampa que de pronto los
cercaba. Corré. Dale. Abrumado por la confusión y el desconcierto
—con el policía haciendo fuego parapetado detrás de un coche, la gente
corriendo en busca de un lugar seguro, el horror expresado en gritos
histéricos—, sólo quiso eso. Escapar de allí. Ponerse a salvo. A cualquier
precio. Sobre todo después de escuchar el quejido del Cholo y verlo
desplomarse como una especie de muñeco desarticulado, con los brazos
abiertos y una mancha roja en el pecho. Terminaré igual si no salgo
de aquí. Ya. Rápido. Convertida en el tesoro más preciado, aferró
fuertemente contra el pecho la bolsa llena de billetes, y apretó el
gatillo. Una vez y otra y otra. Descontrolado. Sin un blanco definido.
A cualquier figura que pretendiera frustrar su huida. Sebastián. Urgida
por el pánico y la desesperación, procuró alcanzarlo para brindarle
su amparo, mientras lo llamaba en un clamor desolado. Y siguió repitiendo
el nombre querido con voz cada vez más débil, enronquecida, quebrada
por el llanto, después que cesaron los disparos y la gente ya se había
dispersado y un silencio ominoso comenzó a cubrir la calle casi desierta,
sin poder apartar los ojos del cuerpo diminuto y quieto de él.
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ÁNGEL BALZARINO nació el 4 de agosto de 1943 en Villa Trinidad (Provincia
de Santa Fe - República Argentina). Desde 1956 reside en Rafaela (Santa
Fe - República Argentina).
Ha publicado ocho libros de cuentos: El hombre que tenía miedo
(1974), Albertina lo llama, señor Proust (1979), La visita
del general (1981), Las otras manos (1987), La casa
y el exilio (1994), Hombres y hazañas (1996), Mariel
entre nosotros (1998) y Antes del primer grito (2003),
y tres novelas: Cenizas del roble (1985), Horizontes en
el viento (1989) y Territorio de sombras y esplendor (1997).
Varios de sus trabajos figuran en ediciones colectivas, entre otras:
De orilla a orilla (1972), Cuentistas provinciales (1977),
40 cuentos breves argentinos - Siglo XX (1977), Cuentistas
argentinos (1980), Antología literaria regional santafesina
(1983), 39 cuentos argentinos de vanguardia (1985), Nosotros
contamos cuentos (1987), Santa Fe en la literatura (1989),
V Centenario del Descubrimiento de América (1992), Antología
cultural del litoral argentino (1995), Palabras rafaelinas
(1998), Palabrabierta (2000), Primer Encuentro de Narrativa
– Bialet Massé – Nacional (2005), Leer la Argentina (2005).
Su cuento Rosa ha sido incluido en Cuéntame: lecturas interactivas
(1990), Avanzando: gramática española y lectura (3.ª Edición,
1994, 4.ª Edición, 1998), y Realidades 3 (2003), obras editadas
en los Estados Unidos.
Otro cuento, Prueba de hombre, integra la antología Narradores
argentinos (1998), publicada por la Revista Cultura de Veracruz,
México.
El cuento El acecho fue incluido en el libro Leer, especular,
comunicar, editado en 2002 por Advance Materials, del Reino Unido.
Además de poseer una página web propia -www.rafaela.com/balzarino-,
sus trabajos son difundidos a través de innumerables sitios por Internet.
Colabora de manera habitual en diversas publicaciones: Siembra, de
Alcoy (Provincia de Alicante), España, San Quintín, Cantera Verde
y Albatros viajero, de México, Panorama de las Américas, de República
de Panamá, Polígono de cuentistas y poetas, de Buenos Aires, Tercer
Milenio en la Cultura, de Rosario, Gaceta Literaria y Hoy y mañana,
de Santa Fe, La Palabra, Suplemento Cultural del Diario La Opinión,
de Rafaela.
Entre las numerosas distinciones por su actividad literaria se pueden
mencionar: Premio Mateo Booz - 1968, Primer Premio Ciudad de Santa
Fe - 1970, Premio Nacional ALPI - 1971, Premio Jorge Luis Borges -
1976, Premio Anual por el Bienio 1976-77 de la Asociación Santafesina
de Escritores, Mención Especial en el género narrativa Premio Alcides
Greca- 1984,
de la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe, Premio
Fondo Editorial años 1986-1995-1996,
de la Municipalidad de Rafaela, Faja de Honor 1996 y 1998 de la Asociación
Santafesina de Escritores.
Web del autor: http://www.rafaela.com/balzarino
De este autor puedes leer
el
El día negado y
una selección de relatos
* ILUSTRACIÓN RELATO:
Gun outline, By INVERTED (Own work) [Public domain], via Wikimedia
Commons.

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