Casi un cuento

Carlos Almira Picazo


Casi un cuento


U

na mañana de 1944 B. resbaló en la escalinata de una Biblioteca de Buenos Aires. El golpe en la cabeza, sin revestir gravedad, lo dejó inconsciente durante varias horas. Nadie, especialmente el propio B., puede llenar ese intervalo. Cuando se despertó en el hospital ya era de noche, y tuvieron que sedarlo porque quería a toda costa saber su nombre. Le dijeron que se llamaba Jorge Luis Borges y que era un amante de los libros raros y de Europa. Para demostrárselo, le enseñaron su cédula y dos volúmenes que llevaba a devolver en el momento del accidente: sendas antiguas sagas islandesas. Alguien le mencionó su domicilio en Buenos Aires, sus viajes a Londres, su vasta familia, su amor por los hoteles y las ruinas italianas. Apabullado por tanta información, B. se durmió al fin.

Al día siguiente, en un discreto hotel de Buenos Aires, B. dedicó toda la mañana a anotar su biografía: lo que había oído en el hospital la víspera, y como fogonazos inverosímiles que le venían de algún fondo del tiempo. Al cabo de pocas horas tenía una visión completa y coherente de su vida. Hizo una comida frugal, durmió una corta siesta, y salió al caer la tarde para familiarizarse con el escenario de su nueva identidad.

El nombre de Jorge Luis Borges, la afición desmedida por los libros raros y las épocas remotas y heroicas, y el gusto por los viajes, le colmaron de satisfacción. Tras examinar la escalinata donde había sufrido el accidente, paseó por los Parques y Avenidas cercanos a su quinta familiar (donde por una mezcla de pudor y prudencia, decidió no entrar aún, aunque vio las ventanas amarillas y oyó voces, quizás de familiares, en lo que debía ser un patio ajardinado). Se sumergió en un largo paseo por los arrabales, hasta que la noche le aconsejó volver al hotel donde se había inscrito con un nombre supuesto.

Después de rescribir la biografía del tal Borges, para darle coherencia y rellenar las muchas lagunas que lo acosaban, decidió hacer un viaje a Europa. Descubrió con asombro que tenía dinero y amigos, que la Segunda Guerra Mundial agonizaba, que su padre ya había muerto, y que era amado por una desconocida.

En el barco una noche cierto camarero, para consolarlo tal vez, le contó que él mismo había sufrido un accidente parecido años atrás, y perdido la conciencia durante horas, y que al despertar le habían tenido que recordar su nombre y su vida. B. cerró el libro de Snorre Sturluson que estaba leyendo: «¿Y usted les creyó?», le preguntó. «¿Cómo no, quiere usted una manta?».

B. se quedó solo en la cubierta bajo las estrellas sonriendo como Jorge Luis Borges.



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