La Ciudad de
los Mil Ojos Brillantes
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Rocío de Juan
Romero
Aunque
nadie se atreva a acercarse a ella, Amara existe en algún lugar
en medio del desierto. Una ciudad solitaria, única, el último bastión
de una inconfesable cultura. Sobrevive como un monolito mudo a las
vicisitudes del mundo que le rodea.
Hay muchas singularidades que fundamentan el
temor a Amara. Como el hecho de que sea una ciudad amurallada y que,
sin embargo, sus parapetos exhiban un sinnúmero de ventanas. No se
trata de troneras o cañoneras, sino de verdaderas ventanas, con su
marco, su antepecho y su dintel. Nadie comprende el sentido de que
estén allí. Arruinan la función defensiva de la muralla.
Además, las ventanas de estos muros se abren
y se cierran en una secuencia inversa a la que dicta la lógica. Durante
el día permanecen cerradas y el color ocre de las contraventanas se
confunde de modo camaleónico con la piedra en la que se incrustan.
Sin embargo, por la noche, la situación cambia. Con la llegada de
la oscuridad, todas y cada una de las múltiples ventanas se abren,
dejando paso a una extraña luz blanca, parpadeante, que procede del
interior de la ciudad. En la soledad del desierto Amara parece refulgir,
y se transforma en la Ciudad de los Mil Ojos Brillantes.
Hace mucho que nadie se atreve a acercarse a
Amara y se han olvidado las rutas que un día permitieron contemplarla.
Nadie ha vuelto a comprobar si Amara continúa todavía allí. Se ha
convertido en una ciudad de leyenda.
Aunque no sólo por las ventanas en sus murallas
o por sus luces nocturnas. También se interrogan acerca de la fuente
de recursos de Amara, que se encuentra en medio del desierto, sin
un oasis en las proximidades. No obstante, la gran pregunta es acerca
de sus habitantes, sobre quién vive allí, escondiéndose de la luz
del día y, en cambio, lanzando señales luminosas al amparo de la oscuridad.
Nadie les ha visto, quieren creer que no existen, pero debe haber
«alguien». Y el debate acerca de la naturaleza de éstos ha ofrecido
muchas respuestas fantásticas, escalofriantes las más de las veces.
Nadie se atreve a indagar en los secretos de
Amara. Prefieren pensar que la ciudad desapareció en la última tormenta
de arena. Que el último temblor la sepultó en las profundidades de
la tierra. Ahora ya sólo la mencionan las madres para amenazar a sus
retoños. Sólo existe en las pesadillas de los timoratos. Pero nadie,
en realidad, cree que todavía pueda seguir allí.
Amara tuvo una vez la oportunidad de regresar
a la geografía oficial. Sin embargo perdió esa ocasión y se instaló
de modo definitivo en la leyenda.
Sucedió durante una singular audiencia del sultán
Rashid al-Harun, el Bendecido, señor de los Cien Desiertos, entre
ellos aquel donde Amara estaba situada. Un hombre le relataba sus
viajes extraordinarios, prosternado sobre la alfombra, con los ojos
fijos en el suelo, a respetuosa distancia del sultán. En un momento
dado, el viajero admitió haber estado en Amara. El Bendecido pareció
dudar, pero instó al viajero a proseguir. Y éste reunió ánimos para
su siguiente frase, aún más perturbadora. Declaró que había estado
en Amara y que «ellos» le habían ordenado que se presentase al sultán,
para transmitir su mensaje.
El Bendecido se rebulló en su asiento. Se estremeció
mientras dirigía la mirada al frente, como si contemplase una visión
de pesadilla proyectada en aquel momento ante sus ojos. Sólo a duras
penas logró tomar conciencia de la situación y reaccionar.
Con un mudo y elocuente gesto dio una orden a
un miembro de su guardia personal, y éste se aprestó a cumplirla.
El guardia se acercó en silencio al hombre que aún permanecía arrodillado,
con la cabeza apoyada sobre la alfombra, y alzó su afilada arma. La
cimitarra centelleó en el aire y rasgó con su silbido la quietud ominosa
instalada en la sala. Cuando la cabeza del viajero rodó, El Bendecido
pareció recobrar la serenidad.
Ya retirado a sus aposentos, el sultán se sumergió
en una larga sesión de narguile. Al cabo de la misma, los vapores
exhalados por la pipa de agua parecían haber conducido de nuevo a
Amara al territorio de brumas donde habitan las leyendas. El Bendecido
deseó con capricho infantil que esa noche, al cerrar los ojos, lo
hicieran también con él aquellos mil ojos brillantes de la ciudad
de sus pesadillas.
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ROCÍO
DE JUAN ROMERO
(Bilbao, 1977), ha recibido
varios premios y accésits con relatos breves y microrrelatos, casi
todos ellos con publicación incluida.
@
rociodejuan77(at)yahoo.es
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ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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