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paraguas portada lluvia y silencio

Lluvia y silencio
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José M.ª Romero Martínez


Aquel recodo de la calle no tenía nada de especial. Tal vez por eso lo elegimos, porque nos hacía más invisibles de lo que ya éramos. Era nuestro absurdo secreto, el lugar en el que siempre nos refugiábamos durante los veinte minutos que duraba el descanso en aquel trabajo de verano. Nunca logré adelantarla. Siempre que me dirigía hacia allí, ya estaba ella sentada sobre el respaldo del banco jugando entre sus dedos con un cigarrillo que sólo encendía cuando advertía mi presencia. Nunca adiviné por qué alcancé a adorar con todas mis fuerzas ese gesto tan banal.

Podíamos pasarnos todo el tiempo sin decir una palabra y, sin embargo, notar cómo nos desahogábamos disfrutando de ese silencio que hablaba por lo codos. Me gustaba observarla mientras miraba el cielo y expelía suavemente volutas de humo por la comisura de sus labios. Tenía el flequillo recto y unos ojos fortuitamente negros. Su expresión era el claro retrato de una dolorosa melancolía. Seguramente por eso nos llevábamos tan bien.

Nuestra calle lindaba con la colorida valla de un hotel de cinco estrellas, desde la cual brotaba un tenue aliño de voces extrañas que embelesaban aún más nuestro ensimismamiento. «La mayoría son turistas alemanes. Durante todo el año curran sin parar y sólo tienen una semana de vacaciones. Por eso las disfrutan al máximo, mucho más que el resto», me aseguró convencida en más de una ocasión Aina, justo antes de dar la calada de turno al cigarrillo que tocaba.

Yo nunca le cuestionaba ese tipo de afirmaciones. A sus dieciséis años, un año más pequeña que yo, había vivido en muchas más ciudades y tenía más recorrido que yo en muchísimos aspectos. Siempre tuve la conjetura, no obstante, de que en ninguna se había sentido a gusto. Aina era demasiado especial para encontrar su sitio.

La única vez que andamos juntos hacía nuestro recoveco fue la única vez que llovió en aquel ardoroso verano. Yo era el que había traído paraguas y no tenía muchas ganas de acudir a nuestra cita diaria; y no hubiese ido si ella no hubiese insistido con tanto entusiasmo. Aquel día no nos sentamos en el banco pues no queríamos mojarnos el trasero. Permanecimos casi pegados debajo de mi paraguas observando cómo las gotas estallaban a toda prisa como kamikazes en los capós de los coches y en el suelo. Nunca antes había reparado en el apacible olor de su pelo.


Aquella noche fue ella la que rompió el hielo.


―¿Qué sueño te gustaría cumplir? ―musitó sin dejar de mirar al frente, probablemente a la nada.

Tardé unos segundos en responder, no porque quisiera reflexionar mi respuesta antes de contestar. Reparé en que ambos teníamos una de nuestras manos ocupadas; yo en el mango del paraguas y ella en el cigarro. Nunca he podido evitar eludir ese tipo de detalles sin importancia.

―Pues moriría por ser escritor ―me sinceré―. ¿Y tú?

El sonido de la lluvia volvió a invadir por unos instantes nuestros sentidos hasta que ella decidió romper con su estridente hegemonía.

―Yo… pues… ser yo misma.


La lluvia volvió a ganarnos la partida…



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Jose Maria Romero MartinezJOSÉ M.ª ROMERO MARTÍNEZ. Nació en Tarragona en 1984. En la actualidad está cursando el último curso de Ingeniería Técnica Industrial, especialidad Electrónica Industrial, en la Universitat Rovira i Virgili, de Tarragona (URV).

Ξ Web del autor: http://www.caenletrasdelbalcon.blogspot.com/

Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©


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