Las caras de un egreso
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Son las ocho y media de la noche, estoy frente a las puertas 1 a 16 del Aeropuerto de Ezeiza. Mientras espero que el tiempo avance hasta que mi abordaje esté autorizado, observo a los pasajeros de un vuelo de Iberia y los pasajeros del vuelo a Miami.

A pocos kilómetros desde aquí, quizás, Buenos Aires retumbe en un candombe de cacerolas y aquí los rostros son sombríos. Ya no hay festejos de partidas para el que se va prometiendo tarjetas y regalos a su regreso. Hay extranjeros indiferentes de los rostros sombríos y muchos, muchos que se zambullen en abrazos sin fin. Decenas de veces partí de Ezeiza, pero hoy veo muchas lágrimas, muchas, como si el llanto de un país entero se concentrara en un varios cientos de humanos que son forzados a exiliarse. Las escenas se repiten en esta película real, recién una muchacha estuvo pegada a quien parece ser su novio por un largo tiempo, luego estalló en sollozos, fue un grito esperado por muchos para también estallar en sollozos, un padre camina con su hijo abrazado sonriendo entre lágrimas, una niña de once o doce años, se vuelve, una y otra vez, a atraparse en las piernas de su padre, su abuela con la boca abierta, sus pómulos estirados y los ojos inundados trata de separarla, su padre tiene que partir, están rodeados todos de familiares testigos, cada uno tendrá su oportunidad para dilatar un abrazo y un beso. Esposas con esposos, padres con hijos, hijos con padres, amigas con amigas, hermanos con hermanos, son cientos de rupturas.

Por supuesto no todos los que se van son los expulsados de hoy, algunos se van porque fueron los expulsados de ayer, y hoy son testigos de las despedidas de los que reciclan el exilio. Fue político, es económico, es social, en definitiva es el mismo exilio, el no elegido.

Mañana llegaran a nuevas tierras, se emborracharan por un tiempo en lo nuevo, en lo «asombroso», compararán, vivirán sus primeros años con un pie en el nuevo país, mientras el otro sigue en Argentina, limpiando pisos de oficinas o de casas, lavando autos, trabajando en la construcción, sirviendo mesas de restaurantes, rezongando contra una cultura nueva que pretende ser diferente y no tiene la sensibilidad de aceptar, ni reconocer, ni incorporar la nuestra, todos pensarán que serán los primeros en generalizar una cadena de empanadas, o popularizar el dulce de leche a través del hemisferio Norte, se molestarán por que su educación no es reconocida y en muchos casos estarán asustados y heridos porque no es reconocido el derecho a trabajar, a estar, a estudiar. Mientras tanto, en su dolor de no ser y su pobreza económica, enviarán cartas o hablarán por teléfono a los mismos que hoy los abrazan, son ricos, la están haciendo, no te preocupes, el salir valió la pena, por favor vengan a visitarme. Mándenme un poquito de país, de ese que trato de oler por las comidas de un restaurante argentino, o del corte de carne que no es el mismo y por supuesto peor, de amigos que son casi todos egresados con una bandera común, la celeste y blanca.

Luego, despaciosamente, irán moviendo sus manos a través de los mares o a través del continente, siempre conservarán un pie en su origen, volverán a mirar las fotos que los flashes hoy iluminan y se morderán los labios, a veces por los que estuvieron en esas fotos y ya no son posibles volver a relocarlos a través de los vidrios al llegar nuevamente al aeropuerto. Volverán una y otra vez, cada vez con menos que lo esperan en esa puerta de remiseros y Manuel Tienda León. Ya con hijos o quizás esposas/os en la nueva cultura, un nuevo idioma aprendido pero nunca totalmente comprendido, siendo aún el extranjero en la nueva tierra, y con la paradójica situación de ser ahora el extranjero de la tierra de que fue expulsado. Será el gallego, el tano, el yanqui, en fin los mismos que hoy los abrazan lo analizaran en sus palabras, en sus gestos, en sus emociones, para que sepa bien que ha cambiado. Le pedirán que opine y cuando opine le dirán, claro vos lo dices porque no vivís aquí. Y caminará por las calles de su barrio o su pueblo original, el que haya elegido como punto de referencia de su niñez, y tratará que los árboles que fueron estén en su lugar, que doña Margarita y don Octavio todavía se sienten a tomar mate en la casa de la esquina que fue nuestra, comerán el pan y la torta negra que fue de pibe, la carne con muchos cortes nuevos, verán los que fueron niños ser hombres, será el silencio de las voces que popularon ayer ese barrio.

Quizás algún día, nuestros nietos, en algunos casos monolingües de lenguas diferentes, escriban sobre el país que fue, en ritmo de música de su país expresarán sobre «el abuelo un día» el país de sus abuelos, los que salieron por primera vez o salieron por muchas veces, pisando lo que son hoy azulejos grises del aeropuerto de Ezeiza.

Miguel A. Cavallin


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