Soles
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María M.
González Bourel
Como eres flor de chincherkoma, hermosa
mía,
en mi mente y en mi corazón te llevaré.
(Poesía quechua)
¿Cómo podrá atenuar el brillo
que desde ayer ilumina sus ojos?
Chuncay se ha descubierto
en el espejo de aguas y se ha visto distinta.
Sus compañeras evitan
su presencia desde hace algún tiempo, pero ha escuchado el murmullo
de sus voces apagadas por las galerías y la sacerdotisa ha anudado
varias hebras de colores en secreto.
Ella sabe, que las otras
saben, que el extranjero se ha detenido un largo rato bajo su ventana
salpicada de estrellas y sabe, también, que ha aprendido su lengua
en el palacio del Inca.
A Chuncay le han prohibido
mirar a los hombres y le han alejado del Cuzco desde muy niña, pues
ha sido elegida por su hermosura para el culto del sol.
Vive recluida, en comunidad
silenciosa con muchas doncellas y un solo destino: iniciarse en los
ritos que la instruyan para las festividades religiosas como todas
las mujeres consagradas al ceremonial.
Pero, desde hace pocos
meses, la irrupción de los forasteros de trajes exóticos ha conmovido
la serenidad de la fortaleza que guardan celosamente las montañas.
La sacerdotisa está preocupada,
enciende sahumerios por todas partes y no les permite salir de sus
celdas, aunque es demasiado tarde.
Entre las llamas de los
vivaques, Chuncay, ha reconocido al joven de la cabeza con sortijas
de oro y un escalofrío le ha recorrido todo el cuerpo. Bajo un alfanje
de plata, se han encontrado en los anocheceres muchas veces y el lucero
de las alboradas ha espiado sus despedidas.
Y ahora, le sucede esto
que Chuncay no puede disimular bajo los pliegues de la túnica que
se agloba sobre su vientre combado. Sonríe, suelta sus negras trenzas
y se perfuma con flores de chincherkoma que prende a sus cabellos.
De su nuca destellan chispas de luna como en todo su cuerpo, que se
distiende, jubiloso, ante el vigor del primer fruto de la tierra de
Inti y el sol ardiente de Castilla con lejanos fulgores visigóticos.
ILUSTRACIÓN:
Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
De
María M. González Bourel
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