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Las idas de
Andrea

por
Salvador Luis


Andrea partirá hacia Nueva Delhi esta misma noche. Acabo de despedirme de ella en la puerta de la sala de embarque. Su pasaje es sólo de ida y en primera clase, un asiento al lado de la ventana. Si lo desea estoy seguro de que no se perderá la oportunidad de hacerlo Andrea podrá disfrutar de la imponente vista de las aguas septentrionales. Yo sé cuánto se deleita mirando a través de las ventanillas de los aviones. Cuando regresó de la luna de miel, Andrea me comentó que no despegó los ojos de aquel cuadrilátero transparente ni por un segundo, ni siquiera para recibir la bandeja de comida de parte de la azafata. Hizo lo mismo cuando se desplazó a Lisboa, a Johannesburgo, a Québec... A Andrea le encanta viajar por vía aérea y yo la he complacido innumerables veces. En esta oportunidad quiso ir a la India, y como de costumbre llamé a mi agente de viajes para separarle un boleto.

 

Yo nunca he puesto en tela de juicio las inclinaciones de mi esposa. Cada quien tiene su forma de defenderse del tedio, de escapar de la rutina. Pasatiempos hay por montones, y esta extravagancia de Andrea no tiene por qué parecerme eso que dije hace un rato: una extravagancia. A Andrea le deleita viajar sin su marido, y punto. Siempre regresa a casa luego de unas cuantas semanas, pletórica, resplandeciente, con algún recuerdo en la bolsa de mano. Mis amigos más cercanos me ofenden continuamente y especulan que ella tal vez tiene amantes briosos en otras latitudes, pero ellos se equivocan, esa no es Andrea. A mi mujer tan sólo le fascina viajar, observar el cielo con detenimiento, el mar, las cumbres cubiertas de nieve. Ella sería incapaz de irse de vacaciones con otro hombre, sencillamente porque su obsesión es distinta, algo que escapa a la infidelidad, al juego artero entre cónyuges. Yo la entiendo plenamente. Un ser humano tiene el derecho de apartarse del resto de personas de cuando en cuando y desinhibirse. Yo, por ejemplo, soy un filatelista y me encierro en el estudio todos los jueves por la tarde junto con mi lupa.

 

Definitivamente, ella no es una inmoral como me sugieren. Andrea sólo planea viajes de dos o tres semanas y se sienta al lado de un cuadrilátero transparente cuando ingresa a la cabina de pasajeros. Eso me lo ha jurado y yo le creo. Aun cuando nunca haya viajado con ella. Aun cuando mis amigos y familiares intenten convencerme de alguna infame conspiración en mi contra, de la presencia de una pantera con las zarpas bien afiladas; yo siempre me he convencido de que Andrea no es más que un alma viajera que disfruta dando vueltas alrededor del globo, pues ni sus ojos alegres, ni las atrevidas comisuras de sus labios después del beso de despedida, me hacen ver sombras a mi alrededor.

 

 

 

Acechador

por
Salvador Luis

 

 

Todo este tiempo he intentado pasar desapercibida. Esté donde esté me siento acosada, y sé que no es una ilusión o un simple presentimiento de medrosa. Sé que él está ahí, aguaitándome, cuando me doy un baño, cuando leo un libro en la sala, y hasta cuando duermo. Me he acostumbrado a hacerlo con la lámpara encendida porque es en las noches cuando más se ensaña conmigo, se mete debajo de mis sábanas y arroja mis almohadas al piso; me roba el sueño con descaro, a veces hasta por noches enteras.

Pero no sólo es en mi lecho de reposo. El miércoles pasado, en la oficina, lo vi ocupando mi lugar, desordenando el archivador, hurgando entre mis papeles, derramando el café sobre los estudios de mercado. Y tuvo el cuajo de exasperarse con los demás, lo hizo inclusive con el jefe de departamento. Fue necesario disculparme personalmente y hacer horas extras para que se olvidara de ese incidente tan bochornoso; si no, hasta me hubiese costado el empleo.

Francamente, hasta ahora yo no entiendo cómo es que se enteró de mi existencia, si toda la vida he sido una persona metódica, una mujer sin adicciones. Siempre me levanto muy temprano, junto con el noticiero. Compro el mismo periódico que solían leer mis padres y hasta la misma marca de margarina. De regreso a casa sigo sin pestañear la prolongación de la avenida oeste, esa pista de nunca acabar; y, jamás, ni siquiera en épocas de desidia, paso por alto las recomendaciones de mi odontólogo.

Muchas veces he querido hacerle creer que no estoy en el apartamento, pero desdichadamente siempre da con mi guarida. Es muy obvia, debajo de la cama es el primer lugar donde se busca. También lo he hecho en el armario, entre todos los trastos que almaceno ahí dentro, pero ese sitio es igual de predecible. Por eso, últimamente, he optado por esperarlo en el comedor, con dos copas y una botella de tinto. Ahí conversamos por unas cuantas horas hasta que se cansa de la charla y parte satisfecho, aguardando, sin lugar a dudas, un próximo encuentro nocturno, o quizás uno matinal, o sabe Dios anhelando qué barbaridades.

Ahora es hora de soportarlo una vez más. Acaba de tocar la puerta con ese ritmo tan suyo, con esos golpes pausados que parecieran detener el tiempo. Sé que no vale la pena hacerme la sorda o maquinar planes ingeniosos para librarme de su compañía. Supongo que en futuras ocasiones podré correr e imaginar que escapo de él, pero ya jamás esconderme.

 

 


CONTACTAR CON EL AUTOR: salvadorluis[at]salvadorluis.net

Sitio web del autor:  http://www.salvadorluis.net

Ilustración relatos: Fotografía por Pedro Martínez ©


 

Salvador Luis (también conocido como Salvador Luis Raggio Miranda) nació en la ciudad de Lima, Perú, el 8 de junio de 1978. A los dieciséis años inició su travesía literaria escribiendo relatos breves y algunos cuentos para su propia satisfacción. En 1996, participa con éxito en los Primeros Juegos Florales de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas obteniendo el primer premio en la categoría de cuento gracias a su obra El Bodrio. Ha sido editor de Miambiance, publicación de humanidades en inglés del Miami-Dade Community College, es fundador y director de la revista electrónica de literatura Los noveles y miembro de la Sociedad Nacional Hispánica Sigma Delta Pi, en el Capítulo Alpha Chi. Actualmente, radica en los Estados Unidos donde cursa estudios de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Miami, especializándose en producción y dirección cinematográfica. Salvador Luis es autor de las colecciones de narrativa Eslabones y La circunferencia y en estos momentos acaba de concluir su tercera entrega: Miscelánea o El libro geminiano.




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