Página principal

Música en Margen Cero

Poesía

Pintura y arte digital

Fotografía

Artículos y reportajes

Almiar, en Facebook

¿Cómo publicar en Margen Cero?

Biblioteca de Almiar


 

Sala de espera
Gustavo Martínez


Siempre hubo algo que a Martínez lo tuvo intrigado durante años. Y es lo relativo a la duración de un sueño. Él siempre tuvo la sospecha de que un sueño puede tener una duración de una centésima de segundo. Y abonaba esta teoría con lo que le había ocurrido en varias oportunidades: el despertarse por un ruido violento como una voz enérgica, el golpe de una puerta o una explosión de un caño de escape en la calle. Había advertido que este ruido violento se incorporaba al sueño y encajaba perfectamente con el argumento de éste, de tal suerte que el ruido era el remate del sueño del cual despertaba.


Pero no podía aceptar que, invariablemente, este ruido accidental coincidiera con el argumento onírico encajando como la última pieza de un puzzle. Esto no era algo lógico. De manera que acuñó la teoría de que el ruido violento y el sueño eran casi simultáneos. Es decir, el ruido disparaba un sueño fulminante de una fracción de segundo o tal vez sin duración en el tiempo, y de esta manera ruido y sueño se integraban en una sola pieza.


Un día Martínez se despertó confundido. No podía darse cuenta cómo era que estaba ubicada la cama con respecto al dormitorio. Intentó imaginarse, sin abrir los ojos, de qué manera estaba ubicado él mismo en la cama. ¿Y el resto de las cosas? ¿La ventana a la derecha? Pensando mejor, la tendría enfrente. ¿Y qué sentido tenía ahora establecer esa ubicación de las cosas respecto a él?

Pero algo más le preocupó. ¿Estaba sólo? ¿Acompañado? ¿Era soltero? ¿Casado? ¿Vivía en pareja? No podía ordenar las ideas ni muchos menos recordar cosas. Abrió los ojos para poner fin a la confusión. Nada vio, o mejor, lo que vio fue todo negro, pero de un negro profundo sin matices.


Intentó estirar el brazo hacia un lado; no pudo, tal vez la ropa de cama muy apretada. Pero en todo caso no había sitio para otra persona. Luego hacia el otro lado; tampoco pudo por la misma circunstancia.


Le llamó la atención una cosa: el silencio tan puro, la ausencia total de sonidos.


Tenía dificultad en respirar, por eso tal vez no podía percibir ningún olor.


Un miedo inexplicable comenzó a invadirlo. ¿Cómo era posible que no pudiera conectarse con su pasado inmediato, con lo que había sido hasta ayer no más? ¿Y por qué le estaba ocurriendo eso?


Él mismo se exigió calma, tranquilidad para poder pensar y recordar. Tenía que salir de esto. Lo mejor sería levantarse y abrir la ventana o la puerta. Ojalá tropezara en la oscuridad con algún objeto. Ojalá tuviera que golpear la mesa de luz e insultarla como si fuera una persona. Tenía necesidad de ruidos, de golpes, de dolor. No esa angustia creciente sin solución.


Era una buena idea, pero, ¿si no podía levantarse? Lo pensó mejor y decidió quedarse un instante más, acostado, dilatando el momento que para él iba a ser el momento de la verdad.


¿De qué verdad? No lo sabía, pero intuía algo tenebroso.


Y como una densa niebla que se va abriendo lentamente, de esta manera comenzó a vislumbrar su pasado inmediato, un pasado de dolor, de sufrimiento, de enfermedad.


No quería volver a eso, no. En donde se encontraba ahora, no había dolor, no había luz, sonidos, olores, pero no se sufría. Tal vez tampoco habría placer. Pero prefería esto. La ausencia de dolor cuando se ha sufrido mucho es como el súmmum del placer.


Recobró totalmente la memoria, la conciencia de su situación, y volvió a su vida normal, anterior a la confusión, pero no al pasado inmediato, sino un año atrás, en donde no sufría todavía.


Pero no se olvidó de todo lo que había vivido en su «ensueño», y resolvió tenerlo presente para vivir mejor, para gozar de la vida en tanto esto fuera posible. Disfrutar de todo momento por insignificante que pareciere.


—¡Sr. Martínez! —casi gritó la asistente del doctor, sacándolo de su somnolencia.

Pasó al consultorio, entregó el resultado de sus análisis, y espero pacientemente a que el médico los estudiara.

—No se alarme, pero tenemos que empezar con un tratamiento severo sin pérdida de tiempo —dijo el doctor terminando de derrumbar a su paciente.

—Ya lo sabía doctor, no se preocupe, lo tengo asumido. Con toda confianza, ¿Cuáles son mis expectativas de vida?

—No es fácil la respuesta, todo depende de la respuesta del organismo al tratamiento, últimamente la ciencia ha hecho avances formidables en este tipo de enfermedad.

Como consuelo había sido bastante burdo pero él sabía que el médico no podría actuar de otra manera. Pero de todas maneras hubiera preferido una mentira piadosa al mazazo de la verdad.

—Doctor, necesito prepararme y preparar a mi gente, dígame algo aproximado, ¿un año tal vez?

—Mire, ha habido casos de recuperación sorprendente, por eso yo aspiro a que usted pase ese lapso que me dice, con largueza.

—Gracias Doctor —dijo él sorprendiéndose del sonido de sus palabras de despedida, por lo absurdas y sin sentido.


Y cuando llegó a su auto, al sentarse, sintió el dolor otra vez, más fuerte, más penetrante que otras veces, tal vez porque ahora se sumaba al mismo, la certeza, que durante un tiempo intentó soslayar.


Pensó en su futuro inmediato: un año de dolor, de sufrimiento atroz, de desesperanza.


Pasó el tiempo y por fin, creyó él que estaba llegando al final de su calvario. Ya no sentía las voces, no podía ver, no podía mover sus brazos, no sentía ningún aroma, tenía dificultad en respirar. No tenía conciencia de la ubicación de la cama, respecto al dormitorio, ni tampoco de la ubicación de él mismo en la cama.


Pero ahora, no quería comprobar nada.

—¡Sr. Martínez...!



_____________________
CONTACTAR CON EL AUTOR: gusmar01[arroba]adinet.com.uy

ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Olga Taravilla Baquero © (Participante en la 1.ª muestra de fotografía Almiar - 2002).





REVISTA ALMIAR - MARGEN CERO (2002-2003) - Aviso legal