Página principal

Música en Margen Cero

Poesía

Pintura y arte digital

Fotografía

Artículos y reportajes

Almiar, en Facebook

¿Cómo publicar en Margen Cero?

Biblioteca de Almiar



FOTOGRAFÍA: Pedro M. Martínez

Yo cuento
__________
Javier Munguía Rendón

A Shazareth

Fuiste esperada por mí durante una hora. Como no llegarías (lo sé), no tuve más remedio que hacer pedazos, sin rabia, los folios donde no eras más un personaje sino esa mujer que sería esperada por mí durante una hora, que no llegaría.

Yo había empezado a escribirte se puede decir que con amor, luego con desmesura, luego con una furia que se asemeja menos a la locura que al rencor. Porque no llegarías.

Pero puedo volver a escribirlo todo, a pesar del cansancio y del rencor. Echar todo atrás y empezar con una línea distinta. Algo así como: «Teresa se arrepintió a tiempo de no ir donde Anselmo —yo— la esperaba desde hacía media hora». O mejor: «Anselmo la vio venir por Avenida y pensó que la emoción le haría leve presión en estratégico lugar del cuello, matándolo instantáneamente». Esa era mi frase. Pero no es cierto, porque, ya lo he dicho, tú, Teresa, ya no eras lo que habías sido cuando escribí la primera línea. Las solamente palabras que tú eras entonces no hubieras opuesto resistencia...

Dejaste de serlo. Terriblemente dejaste de ser eso que tú eras (palabras) para empezar a ser eso que tú eres (palabras). No adelantemos nada aún. Porque ahora que no has muerto, el único consuelo que me queda si puede llamársele consuelo es contarlo para que ya no suceda, para que siga sucediendo. Yo sé lo que digo.

Después de que te atreviste a no morir, «yo moría en tu lugar», escribí. «He sido muerto al cruzar Avenida, rumbo al cine, por un automóvil negro». Una muerte así de vulgar, para mí. Mas no morí. No pude hacer otra cosa sino contar lo que había pasado y que tú y yo no sabíamos como lo saben quienes leen.

Yo me convertí en un viejo amargo tratando de matarte, o de morirme. No conseguí ninguna de las dos cosas; confinado a escribir y escribir y escribir, a recordar que me esperas detrás de cualquier esquina que no sea la esquina de Avenida, a donde nunca llegaste.

De tal modo que no hay evento: pura historia. Nada sucedió después de que no murieras. El resto es retrospección, aunque... Veamos cuándo empezaste a ser lo que eres:

Tus antecedentes son una tarde de octubre, un jardín de facultad de letras, la hermosa cabellera de Shazareth: de ahí naciste.

Shazareth no hablaba sino que miraba a un punto indefinido de las puertas de entrada a la facultad. Lili dijo algo parecido a la marea sube porque la luna está muerta, y yo pensé una vez más que Lili no era Lili, más bien que Lili ocultaba otra Lili detrás suyo.

Cuando Bere y Gladys se fueron, asomaste entre la cabellera de Shazareth. Te toqué instintivamente. Lo supe todo a partir de ese momento. Me despedí, te llevé conmigo, lo único que no sospeché es que fuera para siempre.

Cuando estuve en casa pretendí escribirte. No pude sino pensar que de algún extraño modo serías esperada por mí durante una hora, que no llegarías.

De modo que lo hice: fui a esperarte a la esquina de Avenida, sabiéndolo, absurdamente consciente que no llegarías, que yo te esperaría hasta las tres.

Todo esto lo escribí con aire de serenidad, con pesar. Soy viejo, de modo que no se me puede pedir que no sea estúpido, es la edad.

Quiero seguir contándolo aunque haya dicho una o dos mentiras. Saltando hechos demasiado conocidos (que tú te negaras a morir, por ejemplo) diré que al fútilmente creer que volvería a empezar, que tendría una benigna hoja en blanco una vez más, me vi feliz.

No pude, no puedo dejar la pluma, y he aquí la verdad: nunca hice pedazos estas hojas, no pude y de todos modos no moriste, no moriste y yo lo quise, lo deseé con toda mi pasión aunque no haya hecho trizas estas hojas, lo juro.

Aunque..., y aquí se abre la posibilidad. Como no había qué contar sino hechos que ocurrieron ya, y en teoría la historia se acaba aquí mismo, FIN, sin resolución, se pueden contar todavía las cosas que no ocurrieron, ocurrirán, nos hubiera gustado que ocurrieran, para que todo pueda terminar para nosotros, Tere, y que dejemos de ser la misma cosa aunque de algún modo no podamos ser sino dos personajes ligados intrínsecamente, porque el texto nos absorberá.

Yo cuento: Después de esperarte media hora te vi venir por el cine hasta Avenida, sin reconocerme. No dijiste nada —aquí el que escribe soy yo— sino que me miraste de una manera en que yo no había sido mirado jamás. YO FUI MIRADO POR TI DESPUÉS DE HABERTE ESPERADO MEDIA HORA, así hubiera podido empezar pero vaya. Yo te miré también, mas comprobé con dolor que la mía no tenía la mitad de fuerza que tu mirada, que la mía no era sino la mirada del viejo que soy, próximo a morir, joven y arrastrándote consigo.

Tú me tomaste de la mano, porque yo he decidido que me tomaras de la mano solamente, y los dos nos miramos y entonces y sólo entonces estamos en igualdad de condiciones en medio del bullicio de la gente que no lo estaba, que transitaba por Avenida. Y aquí se acaba, se empieza a acabar esto que he venido contando a raíz de que tú no hayas llegado. Al cruzar la calle, un auto negro, un vulgar automóvil negro te hizo pedazos, sí, yo te vi morir sin sorpresa, aunque el auto nos hiciera pedazos, sí, el equilibrio hecho trizas, escindido, imponiendo necesaria ruptura, torpe, sin malicia, del deseo, del ya no vengas, del delirio, de cualquier cuento que se sepa un buen cuento.



_____________

ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©





REVISTA ALMIAR - MARGEN CERO™ (2002-2003) - Aviso legal