Por mera casualidad
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Roxana Heise
Eso de la predestinación no
va contigo, no señor. Sabes que naciste por mera casualidad,
porque alguien dio en el blanco equivocado un día de acción de gracias
que prefieres olvidar. Hoy muerdes el polvo de tu propio genoma. Pensar
te resulta un fastidio. Desearías ser no deliberante, interdicto quizá,
o un activista de la nada en medio del desierto de este siglo oyendo
el megáfono del sinsentido, gritando a las cuatro paredes de tu alma
que Dios es la parodia central del aturdimiento humano.
Ríes, sólo para no perder
la costumbre del buen humor. Tienes los dientes gastados de sujetar
las penas que cogiste en el camino y el cerebro mojado con el producto
de tu transpiración síquica. Pudiste haber nacido en otro mundo,
en Siberia por ejemplo, para congelar tu alma del espanto y caminar
sin rumbo por parajes solitarios, o en la India quizá pletórico de
hambre, pregonando el sermón del desierto e inventando oraciones para
la incredulidad. En último caso pudiste ser soldado en Irak para olfatear
la pollera fétida de la muerte y luego escapar despavorido escupiendo
adrenalina por las calles. Pero nada, eres sólo el doctor de corazones
en la radio más variopinta del dial. El flaco pelirrojo de voz indefinida,
a punto de colapsar con el hipo que le viene cuando quiere llorar
con las historias relatadas por sus fieles auditores. Y no se trata
de empatía en términos estrictos: es la vida que grita encapsulada
en cada célula, la ligereza de ser, de dejarte hacer cada día sin
poder reconvertirte, la historia reciclada de amor y desamor, la noche
encuadrada por tu propia ventana, la luna que te observa espectro
vacilante, payaso fatal, mujer que te abandonó en tierra de nadie
para que olieras su ausencia por los siglos de los siglos, ¡Oh Getsemaní...,
si al menos tuvieras fe!
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IMAGEN:
François Besch, François Besch [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)],
via Wikimedia Commons.
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