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La rosa negra
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Jorge Mateo


La desgracia es plural. La desventura,
en este mundo, multiforme.
E. A. Poe


Me pides que recuerde esa triste historia, demasiado dolorosa. Hace mucho tiempo que quedó oculta en mi memoria, pero si ese es tu deseo, abriré la vieja puerta que guarda esa desgracia. No quiero que me interrumpas, no quiero que la comprendas, no quiero preguntas, tan sólo escucha…

Es la historia de un hombre, uno cualquiera, al que el mundo real no le deparaba más que visiones incomprensibles, y su mundo de meditación y ensueño le aportaba esas realidades que tanto añoraba. En este mundo había un jardín, que el hombre visitaba cada día, siempre que tenía un rato. Pensaba mientras paseaba por él, observándolo, disfrutaba con ello aunque sabía que no era un jardín bonito. Caminaba por él sin rumbo, apreciando cada una de las flores que allí había. Pocas, muy pocas eran las que quedaban con algo de vida, alguna todavía espléndida, la mayoría ya marchitas o en terrible decadencia, y aunque en ocasiones era muy doloroso para el hombre verlas así, sabía que era así como debía ser, en ese estado como debían estar.

Y hubo un día que, como tantos otros, caminaba por su preciado jardín vio algo que le llamó la atención. Poco a poco, creciendo su curiosidad a cada paso, fue acercándose a ese punto de atención, descubriendo que aquello era una nueva flor. Había en el jardín una rosa negra, rodeada de espinas, erguida allí donde antes no había nada. Sorprendido, decidió saber algo más de esa flor y no había día que al entrar en su jardín no la visitase, ya que veía como lentamente iba cambiando sus pétalos, su aroma, todo iba madurando, y ello le causaba gran expectación.

La belleza de la rosa negra aumentaba a cada día que pasaba. Bonita como ninguna otra flor en el jardín, cruel con sus espinas, negra y fría como la noche, aquella flor le cautivó como jamás lo había estado antes. Todos los intentos de acercamiento por parte del hombre eran en un principio en vano, pero la belleza le había apresado, y aún con el dolor de los continuos fracasos lo seguía intentando. Pero un día, al visitarla, descubrió que ella le había abierto un camino entre sus dolorosas espinas. La emoción fue intensa, y paso a paso fue acercándose hasta estar junto a ella, no lo podía creer. ¡Estaba allí! ¡A su lado! En los días sucesivos visitó diariamente la rosa negra, permaneciendo a su lado el mayor tiempo posible, hablándole del jardín, de las otras flores, las marchitas y las todavía vivas, su significado, porque quería que aquella flor comprendiese lo que tenía a su alrededor, y con ello se sintiese más a gusto. Deseaba esto porque al poder haberla observado todo este tiempo más detenidamente de cerca, comprendió aún más su encanto, su bella y perfecta imperfección, la mezcla de delicadeza y peligro, todo aquello era increíble y no quería que aquella rosa se sintiese extraña y llegase un día en el que deseara irse a otro jardín. Ya era una realidad, deambulaba de un lado a otro deseando entrar al jardín para poder verla de nuevo, totalmente preso de sus sentimientos; más de una vez la añoranza le tiñó de lágrimas sus ojos, aquel hombre habría sido capaz de hacer cualquier cosa por aquella flor. Absolutamente enloquecido, se preguntaba qué pensaría de él la flor, si sabría que la amaba, si le agradaría su compañía. Con ella, se detenía el tiempo, todo a su alrededor desaparecía mientras una lluvia de sentimientos caía sobre su mente, tan fuertes que en ocasiones sentía ganas de gritar, y tan bonitos que descubrió que se puede llorar de amor. Se sentía el hombre más feliz y afortunado de la tierra por tenerla en su jardín, su flor…, su preciosa flor…

Y un día ocurrió. Ocurrió que, como de costumbre, fue a buscarla ávido de amor, pero esta vez no estaba. La sorpresa inicial dio paso a la inquietud, luego a la desesperación, más tarde a la locura, y todas y cada una de las flores vieron como el hombre la buscó por todos lados, en cada rincón de su preciado jardín, llorando, gritando por el dolor y la desesperación, pero no la encontró. La locura de aquel momento le hizo comprender que jamás había amado a ninguna flor de aquella manera, con toda su alma. Sus pasos se convirtieron en un correr alocado, desesperado, en todas direcciones, con los ojos envueltos en lágrimas y el alma rota por el dolor, notaba como el corazón se le iba rompiendo a cada paso. Y entonces se quedó totalmente inmóvil, petrificado, sin aliento, porque la había visto. Estaba allí, fuera del jardín, fuera de su alcance, alejándose lentamente. Aquel momento que tanto había temido llegó. Intentó en vano moverse, gritar, suplicar que no se fuera, pero ni un sólo movimiento pudo hacer, ni tan siquiera una simple sílaba salió de su garganta, le resultaba imposible.

Más tarde lo comprendió, y sonreía mientras le caían lágrimas por las mejillas. Había comprendido que desde ese momento él se había convertido en flor, que poco a poco iba muriendo…, marchitándose… en su… jardín…

Esta es la historia que me has pedido, puede que no sea lo que querías oír, lo que esperabas, pero así sucedió cómo aquel hombre murió en vida, y el hombre que un día conocí esta ahora en un sitio que está más allá de los sentidos, de la razón.


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putomoto[at]hotmail.com

ILUSTRACIÓN RELATO: Black Rose, By César Astudillo from Collado Villalba, Spain (Suddenly, a black rose) [CC-BY-2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)],
via Wikimedia Commons.