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El imperio de las luces
Óleo sobre lienzo (1954)
René Magritte (Lessines, 1898 - Bruselas, 1967)

Presentamos esta vez a uno de los más inquietantes pintores del surrealismo: este movimiento es definido por André Breton, en 1924, como «el dictado de pensamiento carente de todo control ejercido por la razón y fuera de toda preocupación estética o moral». Su origen es literario, pero lo trasciende para convertirse en una actitud ante la vida, crítica y a la vez constructiva exaltando la importancia del azar y el sentido de rebeldía, pero rechazando su carácter negativo y destructivo. En conversaciones posteriores, Breton y Eluard inciden en la exploración del inconsciente y la imaginación, en el método de la escritura automática y en el estudio de las teorías del psicoanálisis de Freud.

Defienden la inconsciencia, el sueño y la locura, así la transposición del inconsciente a las artes visuales garantiza la libertad de estilo de sus componentes.

Magritte, como Dalí, se decantan por un arte figurativo de escenas insólitas a veces plagadas de ambigüedades.

Magritte se formó en la Academia de Bruselas. Tras realizar sucesivas búsquedas abstractas, futuristas y cubistas, se orientó hacia el surrealismo bajo la influencia de G. de Chirico, a cuyo movimiento se unió en París desde 1.927 hasta 1.931. En sus cuadros reproduce con técnica absolutamente académica objetos y personas convencionales agrupados de manera paradójica. Con posterioridad pasó por un período neoimpresionista así como por experiencias futuristas y abstractas, antes de volver a su verdadera vocación: un arte en el que la apariencia rigurosamente objetiva provocara inquietud o sorpresa. Inspirada en lo absurdo (El movimiento perpetuo), en la parodia (Esto no es una pipa) o en lo insólito (Filosofía en el gabinete), y basada en la técnica fría, su pintura reflexiona sobre temas metafísicos.

A diferencia de otros pintores surrealistas que pintaron de manera espontánea o que en ocasiones se dejaron llevar incluso por una especie de «escritura automática» el procedimiento de Magritte fue, por el contrario, de manera totalmente consciente y depurada: «el arte de pintar, tal y como lo concibo, representa objetos, de manera que les sea posible resistir a las interpretaciones habituales».

Magritte luchaba así contra lo que él solía llamar los hábitos tradicionales del pensamiento que nos hacen explicar los cuadros y cortan de ese modo las preguntas que estos últimos intentan suscitar. El objetivo de la estrategia de Magritte es impedir o frenar ese mecanismo de interpretación y en particular el de la interpretación simbólica, entendida como el hecho de buscar un significado oculto, más allá de lo que se nos muestra: Lo importante, en efecto, es comprender cuál era el objetivo de Magritte. A sus ojos, ver un tablero en su verdad, no es mostrar esa verdad mas allá de lo que es mostrado en una especie de trascendencia que remitiría a una significación simbólica o alegórica, sino verse confrontado a la inquietante extrañeza que emana de los objetos mas familiares en cuanto los tomamos en cuenta por si mismos y no por aquello a lo que podrían remitirnos: Mi concepto de la pintura tiende a restituir su valor a los objetos en tanto que objetos (lo que no deja de molestar a las mentes incapaces de ver una pintura sin pensar automáticamente en lo que ésta podría tener de simbólica, de alegórica, etc.).

Tal es la gran ambición filosófica de Magritte: producir imágenes que den qué pensar. ¿Cómo? Precisamente, arrancando a los objetos cotidianos su significación habitual, planteando la pregunta del sentido, y una vez abierta esa pregunta sin condenarla a una explicación demasiado fácil, cuyo único objeto sería tranquilizarnos: El pintor puede pensar con imágenes si no se somete a los prejuicios que lo hacen considerarse un artista que expresa, representa o simboliza ideas, sentimientos o sensaciones. El pensamiento de un pintor se identifica con imágenes cuando la inspiración lo libera de esos prejuicios. Entonces ya sólo comprende los objetos aparentes que el mundo le ofrece: cielos, personas, árboles, sólidos, inscripciones, etc., reunidos en un orden que no es indiferente.

El cuadro que proponemos a nuestros visitantes junto a un atractivo y fascinación indudables, ilustra el tipo de problemas que se planteó Magritte en sus pinturas. Desafía nuestro pensamiento creando combinaciones no encontradas en la naturaleza.

Pintó una serie de variaciones de El imperio de las luces en las cuales exploró el aspecto simultáneo del día y de la noche. En la porción superior de la composición muestra el cielo de la luz del día con la luz del sol en las nubes, mientras que en la parte baja representa obviamente la noche, con la luz de la farola y sus reflejos. Sin embargo, su capacidad para combinar día y noche es tal que todo parece estar en armonía y la combinación forma una representación visual completa.

Escuchemos al propio Magritte hablar de su obra: [...] un lugar nocturno bajo un cielo luminoso, en El imperio de las luces plasmé diversas ideas: un paisaje nocturno y un cielo tal como lo vemos de día. El paisaje lo asociamos con la noche y el cielo con el día. Yo creo que esta simultaneidad del día y de la noche tiene el poder de asombrarnos y cautivarnos. A este poder lo llamo poesía.

Creo que queda poco que añadir ahora, dejémonos llevar por esa poesía.

Carmen López León


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Ilustración: Rene Magritte by Wolleh, Lothar Wolleh [GFDL (http://www.gnu.org/ copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/ licenses/by-sa/3.0/)], via Wikimedia Commons.


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◻ Publicado en Revista Almiar (2003). Reeditado en junio de 2020, durante la pandemia de la Covid-19.

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