Juan Antonio Molina
El edén |
La vida, en esta tarde de cal y adobe, se derrama por la exhalada [memoria, por el taciturno tornasol, el tartamudeo del agua, un mirlo perchado en una rama de estramonio bajo la luz poniente. Infinitos escombros de piedras rituales se acumulan en mi sien donde se vuelven aire, lodosos espejeos y vislumbres, sombras indivisibles en las correosas órbitas del deseo. Entretejidos ecos aletean presencias de un edén subvertido, palabras rotas sobre zócalos en forma de puñales, llamas líquidas que se derraman por las concavidades del agua. Mis pasos descienden entre cirros y albañales, bajo manchas de buganvillas en los muros, inciertos como voces de ventrílocuos, hasta el centro de la náusea, en el corazón imperfecto de la soterrada salamandra. Tu voz, de sacerdotisa y oráculo, que no ha ido a la fuente, ni al templo, ni a la cripta, ni a la enésima cueva donde el dragón de hojas de roble y cascos de caballo copula con las princesas de sangre de gules, me contiene en el vértice rotundo del susurro. Me enredo en la anatomía de los caminos ahondados por las horas, instantes de húmedas sílabas, plateados surcos de silencio que pueblan el jacinto que dormita en un búcaro de zinc. Me hablas con el sonido de los planetas, casi en los límites del alma, confundida entre zorzales dormidos. Rostros olvidados abren sus alas en los brocales de la monotonía, danza el agua sobre piedras gangrenadas, vaho y aserrín en las desiguales formas del día cubierto de cicatrices, en las flores incestuosas de los paraísos derrotados. Las sosegadas hojas del árbol de jade cobijan los recuerdos que han sido nunca, después, ahora, siempre. Abro las manos a las abdicaciones y los eclipses de verdes claridades, al fuego eterno de cada día, entre élitros y el agudo canto de los insectos, epifanía de agua y sol junto al árbol de sándalo, vida sin atributos entre flores petrificadas y convergencias delirantes de cielos de basurero y arco iris. Obstinación luminosa alrededor de incisiones de cítaras en las piedras y en las zarzas huidas del verbo, luz en una gota de agua donde beben el murciélago y la serpiente, mariposas ensangrentadas volando hacia jardines en descomposición. Apuro el cuenco del crepúsculo de plumas sobre cenizas y encinas [negras, no habrá memoria de estos instantes de ríos invisibles y templo [deshabitado, de agonizante corazón y osamentas de vidrio dispersas en los dormidos zaguanes donde caben la noche y sus [sombras. Sobrevendrá un taciturno paraíso de eléctricas centellas balanceándose en mitad de la madrugada, como cordillera de perfil transparente y óseo, transfigurándose en espacios sin comienzo. Por la encrucijadas de los muros con cárdenas heridas el viento rebelado removerá recuerdos y estanques de hierro, será una resplandeciente máscara para el día, un eco infinito en los despoblados caminos del alma, palabras antiguas que arderán como astros.
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Ilustración:
Fotografía por Pedro
M. Martínez ©
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