artículo por
Víctor Corcoba Herrero

E

l tema de este año para el Día Mundial de las Aves Migratorias (14 y 15 de mayo) es El uso de las tierras a vista de pájaro. La cuestión es que se quiere concienciar a la ciudadanía del drástico impacto que el uso humano de la tierra tiene sobre las aves migratorias y en los ecosistemas de los que dependen. Por desgracia, el mundo en el que vivimos se mueve más en el caos que en el espíritu de la belleza, por eso refleja también la necedad de modos de vida. No podemos usar las tierras a nuestro antojo como si se tratara de un material que nos pertenece, debemos considerar el hábitat como algo de todos para el presente, pero también para el futuro, lo que implica que el ser humano tiene que aprender a dominar la furia de la destrucción y ver la forma de reconstruir un planeta que sufre a causa de la avaricia del ser humano. Cuando todo lo queremos para sí, todo lo perdemos. Lección que aún no hemos aprendido, a pesar de tantos conocimientos adquiridos.

Observamos que, permanentemente, se derrochan energías que amortajan el ambiente natural, el valor de la diversidad biológica de nuestras vidas, no en vano dependemos de esta variedad de savias para poder vivir. El que desaparezcan las especies por causa de nuestras actividades humanas es una mala referencia, yo diría que es una diabólica noticia, porque si una especie se extingue, no me cabe la menor duda, el ecosistema va a pasarnos su factura de sufrimiento. En el gran libro de la naturaleza se encuentran todas las claves para huir de la pasión egoísta y todos sus abecedarios nos hablan de que aquello que es contrario a la naturaleza es también nocivo al ser humano. Tampoco hemos aprendido a leer el mundo. Por ello, creo que ha de avivarse el deber de la solidaridad, que es un deber impreso en el uso de las tierras, de manera que todos los bienes deben llegar de manera equitativa a todas las personas. Por otra parte, también es necesario implicar a los verdaderos cultivadores de las tierras en las opciones y decisiones que atañen a ese destino del suelo, pues cada día son más los espacios de cultivo que se están orientando hacia otros objetivos. Dejemos trabajar la tierra al que la trabaja, continúa siendo un buen propósito. Asimismo, que la familia rural recupere su lugar que hoy no tiene en el corazón del orden social es tan justo como preciso. De lo contrario es caer en la decadencia de los principios.

El ocaso no es bueno para nada. Esas embajadoras de la biodiversidad que son las aves migratorias también están en declive por el cambio climático, por la pérdida de hábitats naturales, en beneficio de un desarrollo urbano desmedido y, en parte también, por un turismo descontrolado, junto a otros factores propiciados por la codicia humana. Ante estos hechos se evidencia que las sociedades han devaluado el precio de algo tan grande como es la responsabilidad. Si fuésemos más responsables tomaríamos buena nota de todos estos desajustes y haríamos mucho más por detener la continua pérdida de biodiversidad. Uno puede ver a vista de pájaro todos estos desórdenes, fruto del mal uso de las tierras y del abuso de las personas, pero luego tiene que hacer algo para poder garantizar las distintas especies animales y vegetales. Se trata de un esfuerzo que requiere una consideración global ética y un respeto por una naturaleza que no admite conflictos. Ciertamente, el ser humano puede poseer la palabra, pero el hábitat imprime un carácter que debemos tenerlo en cuenta.

Cuidado con desafiar el orden de la naturaleza y sus leyes naturales de las que formamos parte. No se puede permanecer bajo modelos de vida mezquina, ni ser necios, hay que ir más allá del reciclaje, para que germine una nueva cultura que conozca y se reconozca como parte de esa naturaleza, especialmente sensible a un medio ambiente común para todos. Por tanto, la dimensión económica tiene que dar paso a una magnitud más anímica, más de cognición en el buen uso de la tierra.  Los deberes no son pocos. A vista de pájaro tenemos que volver a pintar de verde los caminos del mundo. Pongamos corazón. Cuidemos de abrazar esas aves migratorias que buscan espacios de libertad. Acariciemos mares y ríos con los aires de la pureza. Que se contagie el planeta de poesía. Hemos de salvar cada instante de nuestra existencia antes de que sea demasiado tarde. El hombre sigue siendo el mayor destructor de vida. No tiene en cuenta los cauces de los ríos, ni los manantiales de aguas, ni los mantos verdes, ni tampoco las rutas migratorias. Siempre se repite la misma historia, cada individuo no piensa más que en sí mismo.

Vaya mi recuerdo, pues, para esas aves migratorias que llevan consigo el vuelo de lo creado para ser recreado, que transitan por vías que tienen cada día menos posadas, que sufren todo tipo de inclemencias pero que no retroceden, sabedoras por instinto natural que la utopía está en el horizonte. La ilusión despierta el empeño y solamente la paciencia lo termina. Llegará el día en que las aves migratorias volverán a injertar versos en el aire y en el que los humanos retornaremos a la morada del sueño para reconquistar tiempos perdidos. Ya está bien de vivir en un mundo de cosas y que a uno le consideren una cosa más.

 

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Víctor Corcoba Herrero
VÍCTOR CORCOBA es un escritor que vive en Granada; licenciado en Derecho y diplomado en Profesorado de E.G.B, tiene varios libros publicados. La Revista Almiar viene publicando los artículos de este autor bajo el título genérico de Algo más que palabras.

@ Contactar con el autor: corcoba [at] telefonica.net

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 Ilustración artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

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