relato por
Maximiliano Braslavsky

 

S

i te viera tu mamá dibujando corazones en las paredes de su cuarto con el marcador rojo que te compró papá para la clase de plástica…

Posás los ojos en la elevación del trazo que de pronto desciende. No te atrevés a pestañar hasta terminarlo. Suponés que te alejará de las líneas aún sin hacer.

El primero, ya está. ¿Pensás que ella al descubrir ese dibujo lo volverá a besar? No te gastes en mirar hacia atrás, ni tampoco a los costados… no hay nadie.

Ahora, te sentís culpable. ¿Y cómo no estarlo? Arruinaste con tus dotes de artista precoz la pared nueva. Pasás la lengua por tus labios que tiemblan, sin atreverte a ver el poco color que ofreciste. Te rascás la nariz, observás los cuadraditos que componen las baldosas del suelo. ¿Los contaste? ¿Te doy una pista? Son más de cien.

¿Por qué no dibujaste el silencio que estas acostumbrado a oír? El que surge cuando se llega al final de un libro y no hay letras que se mezclen. ¿Cómo lo harías?

¡No busques mi voz en el comedor! Menos intentes huir desesperado hacia tu escondite, donde te ahogás en el odio, por no saber cómo explicar la necesidad de que todo sea como antes. Solo dignáte a responderme. Tu boca se va abriendo, despacio como un ave que emprende vuelo.

—No lo dibujaría, para mí el silencio es una pared blanca.

Escuchás la manija de la puerta principal moverse de arriba hacia abajo. Dejás salir un suspiro, otro, otro y otro hasta verte envuelto en la agitación. Ya no podés pensar, tenés miedo. La única solución es esconderte bajo la cama. ¡Andá, pero no te olvides de tirar el acolchado así te cubrís los pies!

Cada paso retumba en tus oídos. Tu madre es la primera en entrar. Lo único que observas son sus rodillas desparejas y, apenas, el final del vestido azul. Seguido, unos zapatos blancos de hombre que se acercan al principio de la cama. Se detienen. No es tu padre, ya que jamás le gustaron los de ese color. Según dice: «son los que más fácil se manchan». Además, cuando se acercó lo hizo con aquella lentitud que a él lo irritaría. Estás decepcionado. ¿Dónde está papá? ¿Por qué ella entró con ese?

Una lágrima rueda por tu mejilla, luego varias, hasta cegar tus ojos. Estas tragándote el dolor. No te importa ser descubierto, porque el plan de reconciliarlos sin decir una palabra, falló.

Tu mamá ve el corazón gigante dibujado en la pared. Tenés miedo de que se arranque todos los pelos. El desconocido, inmóvil.

—¡Guille, Guille, Guille! —grita, desesperada.

Listo, ¿para qué seguir escondiéndose? Lo único que vas a tener que resistir son esos alaridos que callan cuando su voz se quiebra. Salís de a poco. Primero sacás la cabeza y acto seguido todo el cuerpo. Te cuesta levantarte, pero al ver sus facciones frías, te pones de pie.

—¿Qué hiciste? ¿Te volviste loco? ¡Pero! Me costó un montón de plata pintar de nuevo la pared.

—Perdón —bajás la cabeza, pero la duda te penetra. Necesitás saber quién es ese hombre que viste de traje y sin hablar observa la situación. ¿Quién es él?

—Él es un amigo que me está ayudando con todo esto.

Lo entendés o eso creés En vez de papá, está ese. Necesitás oírlo de aquellos labios, pintados de rojo fuego. Fijás la vista en su mirada. Por si al mentirte sus pupilas se escapan. Preguntás:

—¿Qué es «todo eso»?

Te hace sentar en la cama y acaricia tu pelo enmarañado.

—Bueno… mirá con… papá. ¿Vos queres que mami se ponga tristona? Si ella está mal, nadie recibe regalos, ni chocolates, tampoco chupetines y menos figuritas. No queremos eso. Yo necesito seguir mi vida… sola, digo juntos… digo… él es tan bueno…

—¿Por qué se fue, mamá?

Ella siente la necesidad de terminar la conversación y recurre a la frase que todo niño odia:

—Cosas de grandes, ¿viste?

Ya es de noche. La luna se esconde entre las nubes y apenas algunas constelaciones, deseosas de mostrarse, alumbran el cielo. Hay una mochila al lado de la puerta principal. Una sombra que se mueve hacia el interruptor. La luz se enciende. Sos vos. ¿Estás seguro de que querés que este sea el desenlace? ¿Realmente sos capaz?

—¡Sí, me voy! —agarrás la mochila y cerrás la puerta. 

 

línea Por aquel corazón

 

Maximiliano Gastón Braslavsky (Buenos Aires, 1992). Escritor y entusiasta de los relatos y poesías. Su creación lírica ha sido reconocida en varios casos: premio a su poema Sobreviviendo al Recuerdo en el «V Concurso Literario Scholem Aleijem 2010 – Bicentenario», He amado al tiempo (revista Gibralfaro, 2012), El hombre cansado de amar (revista Gibralfaro, 2013). Como medio propio de divulgación de su obra creativa, ha creado dos blogspot titulados Transitando recuerdos (http://transitandorecuerdos.blogspot.com.es/) y Las palabras que quería (http://laspalabrasquequeria.blogspot.com.ar/).

🖌 Ilustración relato: Pintura por Fons Heijnsbroek
(flickr.com/photos/abstract-art-fons/10084664413/) Lic. Commons [CC0]

biblioteca relato Maximiliano G. Braslavsky

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