artículo por
Mario Rodríguez Guerras

E

l problema para explicar el sentido del arte del siglo XX se debe a la dificultad para dar una definición del arte que abarque los distintos períodos de su historia. Las numerosas opiniones que se han vertido son, en el mejor de los casos, descripciones —y parciales—. Tal hecho ha permitido que muchos autores hayan confeccionado obras que se ajustan al criterio de algún teórico y por ello deben ser admitidas por la crítica. Otras veces, se simula el trabajo de otro artista reconocido y tampoco se poseen razones para poder negarle la calificación de artista. Las consideraciones vertidas sobre esta cuestión tienen por objeto justificar ciertas obras o justificar al autor de las consideraciones, pues el prestigio del crítico exige que alcance la definición adecuada; y, en muchos otros casos, es una determinada intención la que dirige la opinión del crítico.

Por otra parte, la consideración del arte del siglo XX como trasgresor nada dice de la obra sino del uso. La mayoría de los artistas son personas comprometidas, de la misma forma que durante muchos siglos los artistas eran creyentes. Pero sería absurdo analizar el trabajo de Miguel Ángel, Leonardo y Rafael por su contenido religioso. En cambio, los críticos modernos aceptan revisar obras del siglo XX por su intención. Lo único que se deduce de tal hecho es la ideología del crítico y con ello su dificultad para realizar un análisis más perfecto de las obras que estudia. Si de la existencia de la Capilla Sixtina no podemos deducir la existencia de Dios podemos, en cambio, emplear este ejemplo para entender que en el arte corrosivo su intención corrosiva carece de valor artístico y que el análisis de las obras debe ser el de su contenido.

Por lo tanto,  para entender el arte del siglo XX debemos aclarar qué es el arte pues no parece que se haya llegado a ofrecer respuesta adecuada a tan necesaria cuestión y las teorías tan diversas demuestran la falta de una definición precisa y que, por la diferencia que existe entre lo que se expone y lo que se observa, han resultado incomprendidas por el público y hasta por los artistas, que quedan, con tantas explicaciones, más confundidos que sin ellas. El error en la definición del arte es lo que ha producido los errores en la explicación del arte del siglo XX.

Podemos decir que el arte es la expresión del sentimiento del hombre. Pero debemos precisarla. En primer lugar, debemos ampliarla diciendo: cuando se conoce el mundo. En segundo lugar, se observa que esta definición supone al artista como hombre universal, como sujeto cognoscente que se erige en representante de la humanidad.

Entonces, tal definición de hombre universal con un conocimiento universal solo podría ser aplicada a los artistas griegos, y a los pocos que han existido después de ellos con sus mismas características. Y así es: Fuera de las obras supremas, las que expresan el conocimiento del Hombre, no hay Arte. Pero nos queda el arte que expresa el sentimiento temporal o individual del hombre y que, en el siglo XX, a la vista de sus expresiones, ha demostrado sufrir una absoluta incomprensión y se nos exige la pertinente aclaración.

¿Por qué desapareció el arte griego? Porque el hombre desea el cambio. Pero todo cambio solo se concibe como una evolución. La era griega evolucionó a partir de sus inicios hasta el siglo XXI pero no, como se ha venido creyendo, como degeneración de las formas. Lo que evoluciona es el modo de pensar que ha dado lugar a esas formas. ¿Cómo si no podría mostrarse tan continua la historia del arte? Por ejemplo, sobre el arte del siglo XX también se ha pensado que toda la evolución de ese siglo ha sido una imitación de las formas de las primeras vanguardias. Pero no ha sido así. Esas opiniones son mera descripción formal de los procesos. Se sorprenden los sabios del origen simultáneo y variado del arte abstracto y del arte pop. El origen está en el modo de pensar, en la evolución del modo de pensar que es algo general de un tiempo.

Cuando analizamos una obra debemos preguntar cuál es su sentido, o si acaso tiene alguno, solo entonces, si le posee, determinaremos que es arte. Sin conocer el sentido, no distinguiremos la intención. Debemos distinguir el sentido de la intención. El sentido hace referencia al fundamento de los movimientos de un tiempo. La intención hace referencia al uso deliberado de una obra. Por eso, hoy no tendría sentido pintar como Miguel Ángel porque cada tiempo exige una aportación. Determinado el sentido, el que corresponde a su tiempo, debemos valorar la altura del estilo resultante con respecto a otros ¿Deberemos recurrir a Aristófanes para que mida y pese los estilos de nuestra historia?

El arte es algo concreto, no es un convenio. El arte del siglo XX ha sido definido por tres factores muy bien percibidos por la crítica pero mal valorados. 1.º La negación de la obra como arte y su consideración de objeto. 2.º  La mayor consideración al concepto que se quiere expresar que a la obra y su acabado. 3.º El anonimato del pintor, al menos como intención inicial del artista.

1.º – Como nosotros mantenemos, las vanguardias realizaron un estudio científico de la obra de arte lo cual significa analizar los elementos que la componen, materia, técnica y figura. Según nuestra definición, el artista de ese siglo no ha realizado arte sino ciencia. El estudio científico presenta los elementos que estudia por separado. Tales elementos son objetos. Desde ese punto de vista, las obras de los artistas no son obras de arte, son la exposición de los elementos que las conforman, es decir, son componentes.

El arte del siglo XX presenta objetos en lugar de arte, como manifiestan numerosos artistas y como confirma la teoría. El error no es de descripción, es de interpretación. El artista no reduce el arte a un objeto sino que, en cierto modo, nunca hace arte, luego no precisa reducirle, y lo que hace es mostrar conceptos sencillos mediante objetos simples.

2.º a) Al faltar la idea y la unidad en la obra de arte, el crítico debe explicar el sentido de una construcción tan simple y tan ajena al mundo del arte. Ante la falta de una fundamentación teórica que hubiera permitido definir claramente el significado de esas obras, se buscan argumentos con los que justificar la validez de tales objetos. Entonces se dan vueltas alrededor de las obras de los artistas —los cuales actúan con honestidad—, para conjugar sus creaciones con algún principio aceptado por la crítica y la sociedad.

La valoración, por ejemplo, de los cuadros negros de Stella solo nos demuestra que el pensamiento del siglo XX ha sido un pensamiento racional. Por irrefutables que resulten los argumentos con los que se justifiquen esas obras (y todas las de contenido similar) no dejan de ser unas rayas negras. La satisfacción que pueda producir su contemplación será el indicador del grado de sensibilidad de quien juzga.

Los griegos creían en las ideas eternas; los romanos, en el poder terrenal; el hombre del renacimiento, en la belleza; y el hombre moderno en la ciencia. Y, en cada época, el hombre ha producido las obras de arte que se ajustan al pensamiento de su tiempo. El arte griego es el arte supremo de nuestra cultura porque poseía el sentido más elevado, mientras que el arte del siglo XX difícilmente alcanza esa calificación. Sin embargo, con la valoración del arte-ciencia que hace el hombre racional puede aparecer por encima de las creaciones áticas. Esto solo demuestra el perspectivismo que posee el hombre actual que juzga como supremas las obras que se expresan de la forma que él mismo siente, y es una necesaria interpretación que muestra la coherencia entre el sentir y el juzgar del hombre de un tiempo, pero un hombre que no ve más allá de su tiempo.

b) Aún así, nosotros afirmamos que tales obras poseen un sentido y que son necesarias. De esta forma, se entiende que se llamen obras de arte a estas construcciones tan vacías de emociones. Se precisan como forma de continuidad del arte anterior pues esta forma de evolución es inevitable, por lo que resultan imprescindibles ya que sin ellas no se podría dar el siguiente paso de la evolución cultural. Pero que sean necesarias no dice nada de su valor, mejor dicho, del grado de su valor. El contenido de estas obras es, en ocasiones, tan pequeño que se agota con una mirada, después de la cual, no merece la pena volver a verlas —suponiendo que con esa mirada se haya captado su sentido—.

Estas obras deben conservarse en los museos y deben ser tratadas en los libros de arte para expresar su sentido y para poder presentar la evolución artística de forma continua. Pero, según un criterio clásico, en modo alguno pueden ser presentadas como obras de arte ni exaltado un contenido del que carecen: porque no son, desde ese punto de vista más exigente, obras de arte, son los elementos con los que los artistas verdaderos confeccionan sus obras, las cuales ya son obras de arte. El que en el siglo XX las obras de arte (hablando de aquellas cuya catalogación como arte nos sorprende) posean un sentido artístico, no significa que posean un valor artístico. Por eso, desde un punto de vista, el del contenido, negamos que sean arte, mientras que desde otro, como necesidad, afirmamos que lo son. En el siglo XX hay obras de arte intrascendentes porque, a diferencia de tiempos precedentes en los que el artista mostraba el conocimiento del hombre a través de sus sentimientos, este siglo ha mostrado conocimientos científicos sobre el arte. Por eso, se habla del arte como objeto del arte, porque el ojo que todo lo ve se ha querido ver él mismo. Como confirmación de esta exposición recordamos que muchos artistas negaban que sus obras fueran arte y que otros muchos no deseaban que su labor llegase a los museos ni a las galerías. Como decimos, los artistas eran honestos en lo que hacían y en lo que decían sobre su trabajo. La teoría moderna ha trasladado la cuestión artística a la social, la cual dominan. Sus argumentaciones han consistido en convencernos de que toda evolución es un progreso, tomando este término como perfeccionamiento. Entonces, el arte más tardío debía ser superior al anterior. En cuanto a la técnica es cierto que la técnica actual ha superado a la pasada, pues el progreso la ha perfeccionado, en cuanto al contenido que expresan, sin embargo, no ha ocurrido lo mismo. Pero, si observamos la vida individual, pronto nos percatamos de que la existencia se permite un perfeccionamiento en las primeras etapas del crecimiento y que todo lo demás es reducción. En la misma cultura, el arte griego, del cual procede toda otra forma de la cultura en el mundo occidental, fue superior a todo lo que le sucedió, lo cual es visto como decadencia de la cultura griega. Este ha sido el error de apreciación del arte del siglo XX, suponer que se habían superado las creaciones anteriores al entender que la superación artística era simplemente superación técnica. En torno a esta idea se han generado las teorías de arte y, en el siglo XX, al advertir los sabios un rechazo por parte de los artistas de la técnica, perciben ahora el contenido como si se tratara de algo nuevo en el arte y pretenden apropiarse de él pero no por amor al arte, por amor a su título.

3.º – El último aspecto referido del arte del siglo XX, el del anonimato, es otra postura del artista honesta y coherente con la labor realizada, la de ofrecer un catálogo de elementos de construcción artística; labor absolutamente aséptica, carente de individualidad y sin mérito alguno que pueda reclamar su autor.

En definitiva, las obras creadas por los artistas durante el siglo XX poseen un sentido, el que les otorga el principio generador y, por atender a este, son obras de arte. Ahora bien, como resulta que tal principio es excesivamente racional, el contenido que ofrece el arte consiste en el análisis y descripción del propio arte, resultando que el artista de este tiempo se ve obligado a proporcionarnos un mero catálogo de elementos de construcción lo que, por un lado, contrasta con toda la tradición cultural en la que se utilizan tales elementos para otros fines superiores y, por otro lado, la confección de este archivo más parece una labor técnica que artística, lo que tampoco puede satisfacer plenamente a un espectador exigente.

Los artistas del siglo XX realizaron una labor necesaria. Estaban, pues, obligados a ejecutarla, les gustara o no. Nadie les ha pedido su opinión, como nadie se la pidió a los griegos. La causa, el desarrollo del principio generador, existe, luego, es necesario que se produzca su efecto, es decir, resultaba inevitable que, en ese preciso momento, el arte se trasformara en ciencia. No existe efecto sin causa. Dando la vuelta a la expresión (toda causa produce un efecto), se entenderá cómo nosotros hemos podido realizar la interpretación de las obras científicas de los artistas del siglo XX mediante la aplicación de los Principios de Razón Suficiente.

 

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Contactar con el autor: direccionroja [at] gmail.com

Otras publicaciones en Almiar del autor: El arte como lenguaje · La era social (1.ª parte) · Pero, ¿qué hace esa vaca en un museo? (1.ª parte)· Hamlet (1.ª parte)

 Ilustración del artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

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