artículo por
Ciarán Burés Teixeiro

L

a figura de William Blake es como una luz que se agiganta por momentos a medida que uno se adentra en su densa y profunda obra poética, sin dejar de lado su faceta como grabador y pintor. Un artista integral, en suma, que fue despreciado en su época y considerado como un lunático después del rotundo fracaso de la única exposición de su obra en el año 1809 en Londres, su ciudad natal, y a la que nadie acudió. Por fortuna para nosotros su labor creadora es hoy ampliamente reconocida gracias a los trabajos de insignes críticos —entre otros podemos citar a Northrop Frye en su obra Fearful Simmetry, inédita en español— que resaltaron la importancia de sus visiones poéticas y lo citaron como un preclaro precursor de la incipiente Revolución Industrial que se estaba gestando en Inglaterra a finales del siglo XVIII, y que tan funestas consecuencias tuvo para la vida de los habitantes de la isla, en especial a los seres más desprotegidos, como las mujeres y los niños.

Francisco José Blanco Torres, en su ucronía bíblica Seréis como dioses también se inspira en la figura del poeta inglés, y lo utiliza como símbolo referencial en su búsqueda de la verdad y la libertad, tanto poética como humana. Se produce así una simbiosis entre William Blake y Orfeo, en la que este último, como protagonista principal de la ucronía, se identifica plenamente con su modelo poético.

Como ya hemos explicado con detalle en un trabajo anterior (véase el ensayo Una ucronía bíblica en el siglo XXI: Seréis como dioses) la génesis de la obra, encuadrada dentro del marco de la ciencia ficción a la que esta novela pertenece, analizaremos a continuación los aspectos más relevantes que tienen que ver con el propósito de este ensayo.

 

Poética

 

No cabe duda de que cualquiera que se asome a esta obra se sorprenderá por el hecho de la inclusión en la misma —no olvidemos que se trata de una ucronía— de varios poemas e incluso de una obra de teatro hacia el final de la novela, y a medida que uno avanza en la lectura de la misma, el mundo que nos describe el autor está lleno de personajes que llevan un estilo de vida tecno-lúdico, que a su vez los transmuta en seres enajenados que apenas puede considerárseles como humanos, y sí como futuros probetas encaminados a convertirse en seres digitales con alma de máquina. ¿De qué puede servir la poesía en tales circunstancias? En la atmósfera que se respira en la novela la poesía es un arte obsoleto, o caduco. Es ridículo, humillante incluso para quien se atreva a ejercerlo. Akira, uno de los amigos de Orfeo, un famoso pintor que desprecia en su fuero interno al poeta —en Seréis como dioses las artes plásticas aún conservan su plena vigencia, a diferencia de la poesía— lo expresa de forma irónica en una conversación que ambos mantienen en casa del propio Orfeo, donde el pintor se burla también de Ennio, otro poeta amigo de Orfeo.

 

—Te repito que la poesía es un arte muerto. ¿A quién le interesa hoy la poesía, aparte de unas pocas mujeres insensatas y aburridas? La poesía no sirve para nada en un mundo que no tiene necesidad de ella. ¿Dónde están los grandes temas que un poeta puede tratar? ¿En el amor, en la vida, en la muerte? Pero si uno puede tener a su disposición a todas las mujeres que quiera, y la vida, comparándola con la dura existencia que tuvieron que afrontar nuestros antepasados antes y durante las Grandes Guerras es una bagatela. ¿Y la muerte? ¿Dónde está el miedo a la muerte ahora que el Estado Universal rige los destinos del mundo y no hay temor a que un nuevo conflicto, por otro lado técnicamente imposible, nos obligue a alistarnos en el ejército por la fuerza y a morir en las trincheras? ¿Dónde están los grandes temas, Ennio? ¿Dónde?

Ennio no respondió y buscó la mirada de Orfeo, como si suplicara su ayuda. Orfeo estaba a punto de responderle cuando un súbito pensamiento cruzó su mente. No podía fiarse de nadie. Cualquiera de sus amigos, incluso los más íntimos, podía ser un agente de la kripteia. No era seguro arriesgarse. El conocimiento que le había proporcionado la información contenida en la memoria USB podía delatarlo como un individuo peligroso para el Estado, y no sentía grandes deseos —al menos por el momento— de convertirse en un mártir o en algo por el estilo. Apreciaba demasiado su yo físico para arriesgarse a perderlo por algo que aún no comprendía del todo (SCD pág. 7, cap. 1).

 

Pero Orfeo no se da por vencido. A lo largo de la novela sigue insistiendo en el papel redentor de la poesía, aunque eso conlleve poner en riesgo su propia vida. La posesión de una pequeña biblioteca digital de medio millar de libros no solo le convierte en un elemento subversivo y muy peligroso dentro del Sistema, sino que le ayuda a reafirmarse en su papel como poeta y ser humano al mismo tiempo. Él no quiere convertirse en un ser sin alma como los demás. No desea ser un autómata, una persona sin sentimientos, sin pasiones. Sin sueños. Y sobre todo sin imaginación. Cierto que el mundo que le rodea puede satisfacerle ampliamente a través de infinitas propuestas lúdicas. La realidad virtual es la obra maestra de su mundo, pero Orfeo, consciente de sus dones y de su singularidad, no se identifica con sus fríos valores. Para él la vida es lo más importante, la imaginación humana, y no la virtual. Por desgracia las perspectivas a corto plazo que Orfeo prevé para la imaginación, la libertad y el intelecto humano no son nada alentadoras. El futuro pertenece a la inteligencia artificial, y aunque en la ucronía no se mencione su presencia ni una sola vez, su sombra planea en dicha obra como una amenaza latente y presente; y su señorío es la consecuencia natural y lógica del progreso tecnológico logrado hasta el momento por la realidad virtual.

La negativa de Orfeo a comportarse como los demás la observamos al final del capítulo tres, en el que el poeta se ve obligado a unirse a la muchedumbre que celebra de forma impúdica la Fiesta de los Ahogados, un remedo de la fiesta celta de Halloween, cuando adopta una extraña actitud moral y se niega a unirse carnalmente con otras mujeres. En esta ocasión Nanna, una amiga suya y antaño su amante, y que ocupa un puesto muy importante en la cúspide social de la novela, viene a rescatarlo y los dos se encierran en una de las habitaciones de una gran mansión, donde, a diferencia de los demás, que se entregan a toda clase de placeres inimaginables en las habitaciones contiguas, se pasan la noche hablando de poesía. Es una escena ciertamente conmovedora. Dos almas que se niegan a perder su humanidad en medio de un mundo dedicado al culto a Eros, como si fueran los últimos seres humanos de una sociedad degenerada y decadente, una nueva Sodoma incapaz de salvarse debido a que es imposible encontrar a diez justos en la ciudad.

 

La última vez que estuvimos juntos no tuvimos tiempo para hablar de poesía.

—Lo recuerdo. Me pediste que te acompañara a los arrabales. Y después…

—Recítame algunos de tus poemas, Orfeo. Hace tanto tiempo que no los escucho.

—Como quieras —le dijo él. Orfeo la miró fijamente y comenzó a recitarle unos versos en los que había estado trabajando durante los últimos meses. Sus labios estaban tan cerca de los de Nanna que casi podían rozarse.

Mirar hacia el vacío, o hacia el interior

de uno mismo.

Negro pozo. Abismo de luz.

¿Quién puede conocer el secreto de esa prisión,

de ese muro de tinieblas

donde tres mil almas se mezclan en confuso desfile?

¿Ahogar mi voz en el cieno de mi charca?

Inútil tarea.

Quiero mi voz. Mi sangre.

La espiga de mis tres mil almas.

Una quiere la inmensidad y los desiertos de arena.

Otra persigue fundirse, ávida y sensual,

con la luz y las mareas.

Otra anhela amansar al león que ruge

fuera del círculo de fuego.

Otra desea alcanzar los pilares de la noche

y jugar al ajedrez con la Muerte.

Una suspira por abrazar las caderas esquivas de la

                                   brisa

y otra quiere hundirse en el húmedo vientre de mil

                                océanos.

Mis almas de barro. Mis pobres almas, condenadas a

                                la roca

y al suplicio del águila.

Los dioses me condenaron tiempo atrás a vagar

a través de esta ingrata tierra,

con dolor arrastro

esta pesada cadena.

Maldito seas, poeta, y malditas sean

tus negras almas.

Malditos sean tus versos y maldita sea la cadena

que los arrastra.

Es inútil conjurar tus visiones

con estéril sacrificio a Afrodita.

Deja que la diosa duerma sola en su lecho de mármol

y que la pálida sombra de su esclava dore su piel

bajo el ardiente sol de esta tierra.

Pues el trabajo es noble y la mujer siempre será

                           esclava

de sus entrañas.

Deja que el errante Ulises navegue en busca

de bárbaros mares,

deja que se pierda entre los muslos de Circe,

pues la carne a veces nos ayuda a consolarnos.

Hasta Penélope lo sabe. Ella también se consuela

en otros brazos.

Con una mano teje su paciente bordado

y con la otra acaricia sonriente

el duro falo,

mientras Ulises sueña con la piel canela de Circe

y la oscura melena de su león amaestrado.

No hay musas. Ni diosas. Esa es la verdad.

Sólo sombras. Sombras. Sombras que devoran sueños

y que engendran fruto amargo.

No hay musas. Ya lo he dicho.

Tampoco poetas.

Tan solo palabras huecas

y un león amaestrado.

(SCD pág. 17-18, cap. 3).

 

Versos que Blanco Torres pone en boca de Orfeo, y que no son más que una muestra de la enorme calidad de los poemas que impregnan la obra del autor gallego, y que no desmerecen ni desvían la atención de la trama principal de la novela. Al contrario, la enriquecen y le aportan una profunda densidad, estableciendo una clara línea divisoria con el ambiente opresivo, banal e inhumano que impregna a los personajes que se mueven en un mundo tan cerrado a cal y canto a todo desarrollo de las capacidades imaginativas del ser humano, coartando su libertad de manera tiránica.

A mi entender, y volviendo al tema que da inicio a este ensayo, no me parece en absoluto casual la elección de William Blake en la novela. Hemos apuntado al principio de este ensayo que el poeta inglés fue el único que se dio cuenta de los cambios que se estaban produciendo en la Inglaterra de su tiempo, y lo expresó con una clarividencia tan acertada que casi doscientos años después de su muerte no podemos por menos que asombrarnos. Reproduciré aquí uno de sus poemas, perteneciente a su obra Visiones de las hijas de Albión, 5:3-13, versos que el escritor Blanco Torres también incluyó en su ucronía.

 

¡Oh, Urizen, creador de hombres, confundido demonio del cielo!

¡Lágrimas son tus gozos! Vanos tus empeños de crear hombres a tu imagen.

¿Cómo podría una dicha absorber a otra? ¿No son ellas todas distintas,

sagradas, infinitas, eternas? Y cada una es un amor.

¿No ríe la boca ancha ante el obsequio, y se burlan los párpados estrechos

del trabajo que supera toda paga? ¿Elegirás al simio por consejero?

¿Al perro harás maestro de tus hijos?

Quien mira con desprecio la pobreza y quien se aparta de la usura

aborreciéndola, ¿sentirán de igual manera, les conmoverá lo mismo?

¿Cómo podría el donante de regalos experimentar la alegría del mercader?

¿Cómo el ciudadano industrioso, los dolores del labriego?

 

Además hay otro detalle que no debemos pasar por alto. El William Blake de la ucronía no es el mismo William Blake de la «vida real», el cual nació en 1757 y murió en su cama en 1827. En la ucronía Blake no muere de viejo. No podría hacerlo aunque quisiera, porque en el mundo que allí se describe todos son jóvenes y perfectos. Nadie envejece. Todos disfrutan de vida eterna. Pero Blake no vivirá para siempre. Su comportamiento heterodoxo y su arte comprometido y radical le harán chocar contra el rígido Leviatán, el Sistema político de su época, el mismo que a su debido tiempo se encarga de silenciar a los disidentes que elevan su voz en el desierto.

Blanco Torres describe con colores sombríos el final del poeta inglés: condenado a muerte por el Parlamento, será fusilado, y su cuerpo sufrirá el ultraje de ser arrojado al Támesis. Su obra, como la de todos los artistas del pasado, será silenciada con el tiempo, cuando las Tres Grandes Guerras que asolarán el mundo que se describe en Seréis como dioses se llevarán también como triste trofeo las últimas bibliotecas y museos que aún queden en pie, poniendo fin a la memoria viva del hombre. Las guerras y el Estado Universal.

Dos son, pues, las diferencias del William Blake «real» con las del William Blake que nos retrata Blanco Torres. O tres. El Blake que todos conocemos murió de viejo en su cama, entonando canciones, y aunque en su época su obra no fue lo suficientemente reconocida, lo sería al cabo del tiempo. Ese es el destino de los precursores, de los visionarios. Pero el Blake de Blanco Torres tiene como hemos esbozado más arriba un destino mucho más sombrío. Aunque dotado de vida eterna, muere «joven», fusilado por orden del Parlamento. Menospreciado e ignorado en su época, su obra tampoco alcanzará el reconocimiento que merece. La rápida evolución del Sistema y las Tres Grandes Guerras que darán a luz como consecuencia de las mismas el nacimiento del Estado Universal, ahogarán la voz de este magnífico poeta. Solo el azar, o la mano divina, pondrán en manos de Orfeo la obra de Blake, y aquel será el único testigo que recoja la antorcha de la llama poética.

 

Libertad

 

Sin embargo Orfeo no es el único que recogerá de entre las frías cenizas el legado de Blake. Dos mujeres lo ayudarán en esta tarea. Su antaño amante y fiel amiga Nanna, que se ha embarcado y convencido a Orfeo para que le acompañe en una aventura que los llevará a desentrañar parte del pasado perdido de la humanidad, será la que despierte a Orfeo de su poético letargo. Y esta incesante búsqueda tendrá su recompensa en la figura de Deirdre. Este personaje, a quien le he adjudicado en un ensayo anterior el epíteto de Sophia gnóstica, será clave en el destino de los tres personajes. Todos se influyen entre sí, pero lo harán de un modo en el que todos se enriquecerán con la experiencia. Una catarsis que los purificará del mundo deshumanizado en el que les ha tocado vivir. Deirdre, en su papel de ser que revela verdades, la Sophia gnóstica, le abrirá los ojos a Orfeo, y a su vez ella misma abrirá su alma al poeta.

 

Yo no dicto las reglas —dijo él, poniéndose a la defensiva—. Este mundo lleva funcionando así desde hace varios siglos.

—El individuo es la piedra angular que sostiene al Sistema. Si dejarais de comportaros como niños y os convirtierais en hombres el mundo sería totalmente diferente.

—Eres muy ingenua, Deirdre. ¿Crees que es tan fácil cambiar el mundo? ¿O que lo hagan las personas? ¿Por qué lo harían? ¿Por un mundo mejor? ¿Por una vida más fácil, llena de comodidades y placeres de todo tipo? Pero si ya tienen todo lo que quieren.

—No —insistió ella—. Os falta lo más importante.

—¿El qué?

—La libertad. Solo las personas libres pueden elegir. Sin elección no hay libertad, Orfeo. Sin elección no eres más que un autómata, un esclavo que sirve a los intereses de otros.

—La gente no desea ser libre. Les gusta su vida de esclavos. Son felices así. No tienen preocupaciones, ni ataduras, ni responsabilidades. Nada les impide hacer lo que deseen en cada momento, siempre que no vulneren los intereses del Estado.

—¿Y a ti te gusta esa vida?

—No —dijo él—. Si me gustara no escribiría poesía (SCD pág. 32-33, cap. 5).

 

En un principio Orfeo se negará a recibir la ayuda que le ofrece Deirdre, pues desconfía de ella y piensa que puede ser un agente de la kripteia, la temible y temida policía secreta del Estado, pero el poeta no tardará en dejarse convencer por la sabiduría de la chica —y también por sus encantos— ya que al vivir en los arrabales de la ciudad de Ágade y al pertenecer a los ilotas, la clase social que sostiene al Sistema con su trabajo físico, no se comporta como el resto de las mujeres con las que Orfeo siempre ha tratado. Deirdre es un ser más puro, más inteligente y consciente de su humanidad. Inocente, pero no ingenua, y al mismo tiempo poseedora de unos conocimientos que abrirán los ojos de Orfeo a un pasado remoto.

Con lo expuesto hasta ahora, estamos en condiciones de afirmar que la libertad enlaza perfectamente con la poesía en Seréis como dioses. Como poeta libertario, Orfeo se inspira claramente en William Blake. Me atrevo a afirmar que es Blanco Torres —una conclusión lógica por otra parte— quien habla a través de su personaje. Citando de nuevo al poeta inglés, reproducimos a continuación unos versos pertenecientes a su obra Jerusalén 15:14-20:

 

Vuelvo la mirada hacia las escuelas y universidades de Europa

y veo allí el telar de Locke y su trama, causa de horribles estragos,

bañado por las ruedas hidráulicas de Newton. Negro paño

que se enrosca pesadamente en las naciones: con crueles mecanismos

de múltiples ruedas, las cuales contemplo, rueda moviendo a la rueda con tiránicos

dientes

moviéndose por compulsión unas a otras, no como sucede en Edén donde,

rueda dentro de la rueda, giran en libertad, paz y armonía.

 

No más rueda moviendo a la rueda, sino rueda dentro de la rueda. Bellas palabras: libertad, paz y armonía. Palabras del poeta inglés inspiradas sin duda en la visión del carro de Jehová que contempló el profeta hebreo Ezequiel, un carro sostenido por cuatro criaturas vivientes, y cada una de ellas provista de un rostro de hombre, de toro, de león y de águila. Rueda dentro de la rueda, girando en libertad, paz y armonía. El hombre en armonía consigo mismo y con sus múltiples dones, potenciando sus facultades imaginativas y sus sueños, en contraste con la adusta rigidez de un árido mundo cuyos únicos valores son el materialismo, la fría y pura abstracción, y la tecnología que aspira a sustituir al hombre en la tierra con su más lograda creación: el hombre-máquina y la inteligencia artificial.

Sí. No más rueda moviendo a la rueda. Seréis como dioses es una obra de múltiples lecturas y estilos, una novela corta de una densidad tan profunda que harían falta más ensayos como este para poder examinarla hasta en sus más mínimos detalles, pero ciñéndonos al tema que hemos propuesto al inicio de este ensayo, y dejando el subtema de la libertad para su desarrollo en estos párrafos finales del artículo, tenemos que añadir que el personaje de Orfeo y la figura de William Blake se complementan, y estableciendo una analogía bíblica, se podría decir que son como dos de los cuatro rostros que portan cada una de las cuatro criaturas vivientes del carro de Ezequiel.

No más rueda moviendo a la rueda. Cansado de pertenecer a un mecánico engranaje que lo hace sentirse como una pieza más del Sistema, Orfeo anhela salir del dentado entramado que le obliga a levantarse todos los días para iniciar su lento camino como una dócil res al matadero de su alma, y una vez consumida esta en un trabajo gris y monótono, vegetar en las redes de la realidad virtual, diluyéndose en los falsos paraísos de la libertad digital, perdiéndose en innúmeros programas lúdicos que lo llevarán hacia otras épocas de la historia humana, como la Irlanda medieval o la conquista española de México, buscando desesperadamente como un hambriento digital en los falsos hologramas de la realidad virtual que inundan su mente, una vida más plena y libre que la que se ve obligado a soportar todos los días, con el fardo añadido de una vida eterna que aumenta su infernal suplicio, atormentado Ixión atado con serpientes a una rueda ardiente que da infinitas vueltas en el Tártaro.

Blanco Torres lo expresa de manera lúcida en un párrafo brillante al final de la novela, donde describe la impresión que le produce a Orfeo la visión de un mundo deshumanizado después de sus catárticas experiencias.

Nada de belleza, ni armonía. Nada de rueda girando dentro de la rueda. Nada de libertad. La rueda del Estado movía a la minúscula rueda del alma humana con tiránicos dientes. Rueda moviendo a la rueda, rueda moviendo a la rueda. Todos formaban parte del maldito engranaje que la hacía mover. Todos eran culpables por mantener y formar parte del Sistema que los oprimía sin que ellos fueran conscientes de su esclavitud, de la jaula de oro que los cercaba con sus sólidos barrotes (SCD pág. 61, cap. 8).

 

Es fácil extrapolar el tormento de Orfeo a nuestro triste mundo moderno, pero como he comentado antes no disponemos del suficiente espacio para tamañas reflexiones.

Y la tiránica rueda ya se ha detenido. Rueda dentro de la rueda, la libertad poética es una de las principales causas del rescate de Orfeo del laberinto virtual de la novela, ayudado por otros personajes como Deirdre y Nanna —siempre la mujer como iluminadora espiritual del hombre en la obra de Blanco Torres— que le abrirán las puertas a un mundo más puro en el que podrá entrar en contacto con otros seres humanos y también consigo mismo, en libertad, paz y armonía, siguiendo las palabras del visionario poeta William Blake, faro y precursor de la imaginación, la libertad, la poesía y todo otro don inherente al ser humano.

 

_____________________________

Ciarán Burés Teixeiro es el seudónimo de un autor residente en Galicia (España).
Contactar con el autor: arquilocobures [at] yahoo [dot] es

🖼️ Ilustración del artículo: Colorful Showcase, By William Cho (Colorful Showcase Uploaded by russavia) [CC BY-SA 2.0], via Wikimedia Commons.

* N. del E: Se ha procurado mantener en los poemas de esta página la anchura de las líneas y las sangrías tal y como los escribió su autor. Para su lectura en un dispositivo móvil aconsejamos que el aparato se sitúe en posición horizontal.

 

reseña novela Seréis como dioses

Más artículos en Margen Cero

Revista Almiarn.º 82 / septiembre-octubre de 2015MARGEN CERO™

Siguiente publicación
Poemas por el autor puertorriqueño Jonatán Reyes ('Jonatán Medusa'): Al…