relato por
Mauro Litvak

N

unca nadie imaginó que esa hermosa niña, que todavía soy, en apariencia, diría cosas tan horribles y llenas de bronca como las que estoy diciendo ahora. Pero por supuesto esto no lo digo en voz alta. Cuando, por ejemplo, el otro día, me sirvieron el goulash vegetariano y pasado y gomoso, lleno de setas y berenjenas, yo, en esos casos, sonrío; y digo «che, que rico que está todo» o por ejemplo, cuando mi vieja me pregunta «cuchi, ¿qué te pasa?» yo le digo «nada ma», y le sonrío y le pregunto «¿vos… cómo estás?» y ella me contesta algo y yo le vuelvo a contestar y le sonrío.

También tengo la suerte de tener una familia con plata y en estos días puedo comer mucho chocolate. Y también tengo la suerte de, cuando termine de juntar estas putas plumas, poder bajar al sótano y darle de comer a las hermosas serpientes de mi puto abuelo.

El otro día mis amigos decían que el zoológico de Mendoza está hecho un asco. Yo no lo dudo, yo nunca voy. Yo solo cuido a los pobres animales que vienen de África, Oceanía, y bocha de lugares, en el sótano de mi casa. En serio, mi abuelo trafíca animales. En realidad en casa no parece nada ilegal, no hay mucho control al respecto. Simplemente ocurre. Y yo no sé qué hacer. Casi nunca le digo a nadie. Simplemente bajo y les presto atención y les tengo respeto. Yo también de alguna manera estoy encerrada, y cuando deje de estarlo voy a respetarlos igual. Los animales grandes duran poco en el sótano, se los llevan rápido, a la mayoría en general. Pero a las serpientes se las olvidaron me parece. Siempre pensé que les tenía pánico pero son hermosas y simpáticas, por el momento, por mi experiencia. Admiro eso, porque yo estoy acá como una forra puteando y diciendo giladas y no es que tenga todas a favor, pero ellas… pobrecitas. Por ejemplo el metal de las rejas está oxidado y huele horrible. El espacio es mínimo. Las admiro porque deberían odiar y ser agresivas, pero simplemente se dejan tocar. Seguro que si les pido que me ayuden a juntar plumas lo harían. Sin ningún problema. Pero claramente no puedo. Y por cuestiones de tiempo y de poca soledad e independencia, en esta puta casa, excesivamente familiar, tengo simplemente que obedecer órdenes. Ojalá pudiera jugar como me gustaría. Pero solo puedo darles de comer y acariciar la punta de sus cabecitas hermosas y raras. A veces incluso, si tengo suerte y si hay conexión, cosa difícil, porque tiene que haber mucho silencio y se tienen que sentir muy seguras y a gusto, me dan ese lengüetazo característico: el reptilesco y sensual. Pero no ocurre normalmente, como se piensa. No sé mí me hace bien. Les juro que si yo sonrío del placer, ellas también. Son tan hermosas… qué sé yo si esto interesa, bueno así es… este negocio turbio y malvado nos permite vivir bien y tener pileta y cuarto propio. Vivimos mi abuelo, mi vieja, mi hermanito y yo. Y a veces el novio de mi madre que tiene apenas dos años menos que mi abuelo. Mi abuelo lo odia porque el novio de mi madre es hippy, y menos mal que por el momento no sabe nada del sótano. Solo sabe que mi abuelo trabaja para el zoológico y que es un tipo malo al que simplemente conviene esperar que muera y entonces heredar… creo que pienso así porque hace unos años empecé a crecer mal por culpa de la vergüenza. Creo que la primera vez que me sentí avergonzada fue en una panadería cuando se me cayó del corazón la confianza en mí misma; simplemente me quedé paralizada ante cómo me miraban las tetas; empecé a odiar en serio. Pensamiento negativo tras pensamiento negativo llego a conclusiones pesimistas como la campeona siniestra y posesiva que soy en este momento. No hago más que juzgar a la gente. En cierta forma me gusta. Hago como que todo me chupa un huevo. Según la gente, yo no debería quejarme tanto, porque lo tengo todo. Yo les digo que se metan un palo en el ojete. La verdad es que ya de a poco dejo de ser una pendeja y me empiezo a dar cuenta de todo. Ya tengo las tetas y ganas de coger, y todo eso me da derecho a decir que todos los infelices del mundo a mí no me pueden venir a decir nada. Tengo miedo de que mi familia lea esto, porque por lo general soy educada en voz alta. AHG qué asco, no sé si es el pis o el vómito. Apoyé la mano de lleno en algo húmedo y que huele horrible, creo que es el pis del gato. «El gato enano» le decimos, debe tener unos cinco meses. El otro día lo meó a mi hermanito mientras dormía, y se armó un quilombo terrible en la casa. Yo ese día lo acaricié y le dije hermoso, pero hoy me toca a mí sufrirlo, porque me está rompiendo las pelotas mientras junto las putas plumas del puto almohadón que abrió mi vieja para cambiarle el relleno o algo así. Qué estúpida que es. Me huelo la mano, no me molesta lo asqueroso ahora, estoy soberbia, y eso me gusta. Tengo que aprovecharlo para ser feliz. Me doy cuenta, mi consciencia me indica, que ser tan putamente asquerosa, decir tantas veces la palabra puto y sus derivados, y otro tipo de guarradas, como estuve diciendo hasta ahora, tal vez no sea del todo correcto. O tal vez sea un poco excesivo. Simplemente DEMASIADO. Pero la verdad es que me chupa un huevo. Todos hablan así, la puta sociedad. Soy adolescente y me hago cargo. Y cualquier pelotudo o pelotuda que me venga a hacer juicio de valor me la puede chupar bien chupada, porque tal vez es simplemente mi intención artística o lo que sea. Tal vez por eso acabo de estornudar y todo el puto manojo de plumas que había juntado en la palma derecha se fue a la mierda, y el puto gatito de mierda se puso como loco y se divierte muchísimo.

Lo agarré y lo tiré, me encanta verlo volar.

Recién respiré fuerte y casi se me mete una pluma por la nariz… por si alguien se puso a pensarlo, o le surgió la duda en algún momento, yo no tengo padre. Simplemente vive en otra parte del mundo y por Facebook se lo ve feliz, pero yo no le doy mucha pelota. Solo le chusmeo sus fotos y lo veo con su novia de turno, una tetona. Siempre me imagino la leche en sus tetas. Es asqueroso hablar con tanta bronca pero perdón, en este momento no puedo hacerlo de otra forma. Las putas plumas parece que se reproducen o el gato las escupe, cada vez son más y más. Les juro que cerré todas las ventanas pero siguen volando y no caen nunca. También les prometo que quiero intentar hacerles un bonito relato sobre algo feliz y educado. Ahora mismo les podría seguir contando sobre las serpientes, que son mi momento de escape emocional o lo que sea. Pero no puedo así. Lo que pasa es que seguramente tenga interrupciones de odio y se distorsione todo el ambiente ancestral y emotivo y hermoso que quisiera componer. Quiero hablar de ellas y yo, del sótano hermoso, y de otras cosas que me gustan cuando pueda estar más tranquila… no estoy tranquila porque este castigo de mierda no me permite estar con Marcos. Me invitó a salir, deberíamos encontrarnos en este puto momento. Es un depresivo e infeliz con sonrisa fingida que me viene chamuyando por Msn desde hace un par de meses. Es verdaderamente hermoso. Es un raro-raro. Por momentos insiste en tener los fabulosos huevos dorados de pascua y me invita a salir, como hoy; y por momentos desaparece o no habla y no lo entiendo. Me gusta cuando nos juntamos y simplemente caminamos en silencio. Aunque no lo parezca soy muy tímida. El otro día, después de como ocho o diez salidas, por fin me dio un beso; y debo confesar que fue muy romántico el momento. Veníamos en silencio hace como una hora, caminando por hermosas calles chetas de mansiones del siglo pasado y después de un extenso y ridículo silencio, cuando ya estábamos lejos de mi casa y él me acompañaba a la parada del colectivo, en la única sombra de una calle larga y soleada, empedrada, bajo la única sombra del único y hermoso y gigantesco árbol, él me dijo: «bancá»; y nos detuvimos abruptamente, y yo pensé que se le habían desatado los cordones o algo así, pero él me encajó un beso. Y ahora pienso en coger con él, con ese puto niño raro.

Ya el sol empieza a irse.

Creo que nunca voy a poder con todas estas plumas. Mi madre está por llegar con su novio viejo. No se me ocurre alguna excusa más que la verdadera; que básicamente es decirle que es imposible juntar todas estas putas plumas. Pero sé que eso significa la muerte psicológica de mi alma. Yo solo quiero el permiso de poder ir al sótano con mis serpientes. Marcos hoy ya fue. No llego ni en pedo. Además conozco a mi madre, y más a mi abuelo, y les aseguro que es más hermoso ser una hija de puta y putear y hacerse la canchera que no sé… en serio, no sé. No me puedo escapar, simplemente sé que no me conviene. Y acá voy, a gatas estoy avanzando. Juntando plumas en mi puta mano acercándome al gran espejo. Miro atrás y parece que no hice nada, todas las plumas blancas en el aire, en la alfombra y el sillón. Me veo y pienso en odiarme. También pienso que no vale tanto la pena. Pienso que soy bastante linda, que mis tetas todavía van a crecer un poco más, que tengo una linda nariz, que me parece que estoy bastante bien; que estoy bastante buena como dice el niño raro. Y sonrío; sonrío porque el día que me dijo que estaba rebuena yo medio que lo reté, lo reconozco, histéricamente, porque ¿cómo me va a decir eso? le dije, «eso no se le dice a una chica» y nos reímos un montón con eso, me acuerdo. Me gusta mucho la verdad: yo en cuatro patas, a gatas, enfrente del espejo. Me veo y me gusta.

 

línea roja cuento Mauro Litvak

Mauro Litvak. Escribe desde los 14 años, aproximadamente. Ahora tiene 22. Desde el 2012 asiste a talleres de escritura creativa en Buenos Aires. Próximamente se editará su primera publicación, una novela corta llamada La casa JEN, por la editorial Casa de Gatos.

📩 Contactar con el autor: maurolitvak[at]hotmail.com

🎴 Ilustración relato: Feather2, By Hariadhi (Own work) [GFDL or CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons.

 

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