Esto también dura poco

L

os cuentos de Jeisson G. Ospina disponen del fragmento como una tensión intensa que desborda el lugar común de la vida así cruda y carente de esperanzas. En el riguroso cuidado del lenguaje, las palabras envuelven la verdad de los personajes hasta el gesto del horror de la cotidianidad enfrentada al extremo con sus posibilidades ante el espejo de la escritura. El límite de la infamia llega a tergiversarse en cada relato con lo mediocre de unas vidas apenas sugeridas que resultan suficientes como engranajes, fichas ocultas y organizadas para descomponer la necesidad de pertenecer a algo o a alguien. De allí el título de Esto también dura poco, la constante pérdida, necesaria y potente, entre el carácter de una realidad explícita, despojada de la inutilidad, lo patético y evidente, y que nos dirige hacia el silencio creador, a la sombra de un Carver, en las vidas empañadas por lo mínimo de sus deseos. Encontramos así un silencio en cada cuento, la idea de una imagen-figura que conecta el miedo o el asalto a la lógica de las rutinas. Este ritmo nos precipita a perder la necesidad de cuestionar la importancia obligada de la realidad, y nos dirige a ver la saciedad de lo que somos en lo mínimo, desprendidos de la facilidad descriptiva. Cada fragmento en este libro agrega un tono distinto a la idea de qué es lo que se cuenta, y qué es un final. Para ello, el ritmo narrativo se renueva en lo mínimo, el hilo parte de la cotidianidad y nos conduce a través de anécdotas que se van desvaneciendo para luego plantear finales no solo como elementos responsables de la noción de cuento, sino como el ejercicio de las decisiones de un estilo personal. En esta arquitectura el autor nos propone una fuerza literaria que se sigue construyendo con originalidad hacia sus propias reglas de verosimilitud y complejidad, que enuncian un lugar para habitar la ficción con la rigurosidad del detalle.