poemas por

David Roca Vergara

 

Raro es el recuerdo


Las arenas esconden el secreto,

arcano de las playas y los mares.
Sólo ellas lo conocen, lo disfrazan
en su mapa de gránulos salados.

Yo no sé por qué estoy aquí, desnudo,
tendido sobre una duna de raros
reflejos que huyen de la opacidad
de mi espalda quemada por los ríos.

Estábamos en la playa, en familia.
Mi padre salvaguardaba el Jack Daniel’s
en la destilería y mueble-bar
que desoía la ley seca de Einstein.

Entonces caminó el hombre cercano
sobre los espumarajos que ingrávidos
manaban de los despojos de Venus,
y materializó el cubo y la pala.

Ahora, solo en esta playa inmensa,
cavando en el arenal que recuerdo,
busco trocitos de cristal hollado
por unos pies que antaño sí sangraban.

 

Una visitamargencero-img001

Un día el invierno llegó a tu casa.
Sentiste su fría lengua en la boca
y tu voz rodó al suelo como muerta.
Acobardado, echaste los cerrojos.

Solo en tu habitación tuviste miedo,
y olvidaste la luz y la palabra.
Las paredes de la casa agrietaron
tus gritos y llamadas de socorro.

Por la noche, esperaste alguna estrella,
mas sólo viste vómito de sangre
negra y cuervos en lo alto de la nada.
Al día siguiente, amaneciste otro.

 

Lluvia abrileña
margencero-img002

Es la lluvia que afuera
cae sobre el asfalto,
la lluvia que germina
en las tardes de abril.
Tras el cristal, yo la veo nacer
tan alta en el espacio,
que siento mucho su muerte rastrera
ya en tierra. Es un alivio
saber que el azar no siempre es oscuro,
y que algunas gotas fecundarán
ciertos cuerpos humanos
al raso. Esa muchacha, por ejemplo,
que ahora pasa con prisa inmediata;
o esa otra, seductora,
que casi me sonríe
mientras espera el verde del semáforo.
Todas son importantes
para la lluvia y su instante de vida,
pero son mis ojos los que en verdad
agradecen algo de movimiento
femenino en las calles.
Mujeres que, transgrediendo la ley
del paraguas, en los charcos esbozan
una pisada leve,
un rostro juvenil,
una mirada cómplice.

Yo, tras el cristal, quisiera ser algo
más que un simple voyeur;
acaso exprimirme en llanto infinito,
y confundirme entre las gotas últimas
de la lluvia como lágrima o charca.
Entonces sentiría
el cálido contacto
de la piel, sin distancias,
y, momentáneamente,
sería surco feraz de sonrisa.

Alguien me dice que sueño. La noche,
su vómito en los párpados,
se abalanza sobre la oscura tez
del asfalto, y avasalla en esta hora.
Sólo la lluvia permanece viva
bajo la luz triste de las farolas,
y yo, tras el cristal,
le veo tejer los castos pañales
de lo que siempre nace.

 


Trasnoche

Salta de la cama, hombre,
que ya viene la noche del insomnio
y los viejos poetas.
Agarra un cuerpo y sella sus mentiras
con un beso feroz,
o convoca a los sueños en el wáter.
Antes de hacer nada piensa en los tuyos
y en lo mucho que te quieren. Quizá
estás siendo demasiado egoísta,
posiblemente no valgas la pena.
En todo caso, y sólo
si tú quieres, sal fuera;
la calle acoge siempre
a los hombres de yertas almohadas;
unge las horas malas con su brea
y da paso a la vida de los otros.

La carne con la carne
bailando un cha-cha-chá
no es lo mismo que cien
pestañas pendientes de un vaso triste;
sin embargo, nadie estrecha mi mano
cuando escucho el canto de las sirenas.
Lo único que pido ahora es cordura,
cordura y un vítreo amanecer
de yo defenestrado.
Aunque se vierta el zumo…

poema Al fondo del pasillo

Al fondo del pasillo

Algunas veces me acuesto al rayar
el alba, cuando los pájaros cantan.
Medito hasta muy tarde
frente al televisor, y arde el cerebro.
La cama está muy sola,
con su frío reclamo
sonando en los pasillos.
¡Ojalá tú estuvieras esperándome
bajo las sábanas! Pero estoy solo,
y el día casi nace.
En los portales la alborada siembra
su rocío amarillo,
y el lechero recoge la cosecha.
Qué oscuro frío el de las cosas rotas
por el canto del gallo…
El bramido del mar
sonará más quedo, y los estudiantes
ambientarán las marquesinas a ambos
lados de la calle. La lluvia empieza
a caer fuera, dentro.
La alcoba se humedece
con el relente de la aurora y yo,
dormido, espero al fondo del pasillo.

 

poemas Huellas de la vida

David Roca Vergara vive en un pueblecito de la provincia de A Coruña llamado Valdoviño, donde nació en el año 1979. Cursó estudios de filología hispánica durante un año, y su vida ha sido y es bastante caótica. Los poemas aquí publicados forman parte de una obra titulada Huellas de la vida, su primer poemario, inédito en la actualidad.

Contactar con el autor: darover[at]outlook[dot]es

 

Ilustración poemas: Fotografía por JoshuaWoroniecki / Pixabay [dominio público]

 

mar de poesías David Roca Vergara

Más poemas en Margen Cero

Revista Almiarn.º 75 ▫ julio-agosto de 2014MARGEN CERO™ 

 

Siguiente publicación
Exposición de 16 imágenes de retratos y autorretratos que utilizan…