relato por
Juan S. Sabogal

 

Historié

 

D

esde muy pequeño mis padres me hablaron de lo importante que es la belleza para nuestra sociedad; tanto así que sus esporádicos espacios de ocio, dedicaban largo tiempo a localizar este elemento, que veían como supremo, dialogando y debatiendo junto a sus pocos amigos que compartían dicha visión del mundo y veían como necesaria tal búsqueda.

A mis seis años, papá encontró este elemento y no tuvo reparo alguno en demostrarlo colgándose en la sala, vi como su cuerpo oscilaba de un lado a otro a través de la pequeña ventana martillada que separaba la sala de la cocina. A los pocos meses mamá igualmente pareció haberlo descubierto y lo demostró cortando sus venas con una delgada navaja. Estas dos imágenes han estado siempre en mi mente, mi padre colgado como un péndulo y mi madre bañada en sangre, con los ojos cerrados y una pequeña sonrisa como si en ese instante hubiese vivido el sueño más bello de su vida.

Hace 20 años esas imágenes se plasmaron en mi mente, en su momento no lo comprendí totalmente, sin embargo ahora soy yo quien busca de forma incansable ese elemento liberador, ello podría sacarme de esta rutina, ir a la fábrica, comer, al sonar la campana volver a mi habitación, descansar, horas más tarde abrir nuevamente los ojos e iniciar un día más; esto es insoportable, no lo aguanto más. Desde que el gran líder tomó el control, gracias al supuesto descubrimiento que hizo de la belleza, tenemos un día «libre», en el cual debemos oír todos sus discursos desde nuestras pequeñas habitaciones ubicadas en los complejos Hogar. Complejos que él mismo mandó construir hace diez años, cuando encontró la belleza y tomó la decisión monumental de no liberarse, manteniéndose en el poder para así liberarnos a todos con su conocimiento.

Un día libre más, intento relajarme y dormir, debería encender la radio y escuchar al líder, pero no, hoy no; miro fijamente el techo de mi habitación, comienzo a ver algunas figuras en él, mi mente comienza a divagar, de pronto mis ojos se cierran y mi mente se abre a los sueños —camino en un espacio amplio, verde, tranquilo, demasiado tranquilo, al fondo hay una pequeña habitación, de allí sale una fuerte corriente de aire, sigo caminando hacia aquel cuarto, toco la perilla con la mano, siento frío, el verde se torna oscuro, abro la puerta, el viento sopla directo a mi rostro, de pronto veo a mi padre colgado  y  mi  madre  acostada  en  una  cama  bañada  en sangre…—, mis ojos se abren de repente, tengo miedo, estoy mojado en sudor, mis manos tiemblan y de mis ojos comienza a salir un líquido, estoy llorando.

Un día más de rutina, el trabajo de siempre, la gente de siempre, todo parece una cadena de movimientos eternos; la vida es tan invariable que me está destruyendo, está suprimiendo lo poco que aún tengo de humano, me estoy convirtiendo en una máquina. Los sueños se han hecho menos frecuentes desde que vi a mis padres en uno de ellos, no he vuelto a tener la mente clara y mis días libres se han convertido poco a poco en un día aburrido y triste, aunque suene extraño comienzo a odiar esos momentos, quiero más trabajo, para no pensar, para no imaginar, para olvidarlo todo.

 

La belleza

 

He dejado de existir, soy una máquina, el trabajo me hace cada vez más feliz, cumpliendo mis labores diarias siento más placer que caminando o descansando en mi habitación; los sueños parecen ser ya algo del pasado, las lágrimas y el sudor que alguna vez de mi cuerpo salieron a causa de imágenes vistas mientras descansaba son algo del pasado, mi mente y mi cuerpo sólo se concentran en el trabajo; la búsqueda de la belleza parece no es una meta, no quiero pensar en ello, no quiero pensar, quiero que mi mente se mantenga vacía y que trabajo sea la única palabra que la cruce constantemente.

Ya que soy más productivo me han enviado a una mejor habitación a cierta distancia de la fábrica, cosa que me obliga a tomar transporte y realmente no me gusta, veo gente distinta cada día, gente que no sólo trabaja en mi fabrica, personas de muchos otros lugares y esto me hace sentir cosas que creí haber dejado atrás; desde hace dos semanas debo tomar el metro, ida y regreso, en el transcurso del día veo más personas de las que deseo ver, a veces hasta osan cruzar unas cuantas palabras conmigo, sin embargo al ver mi gesto de desagrado se detienen, decidiendo mantenerse en el estado que deberían estar todos, callados y con la mirada fija lejos de mis ojos.

Es día 5, las máquinas 16 y 27 fallaron toda la jornada, he tenido que quedarme unas horas más en la fábrica, no me gusta que mi tiempo se vea transformado, sin embargo es por el trabajo, así que vale la pena; al salir logro notar que la calle está demasiado silenciosa, tranquila, muy tranquila, me detengo frente a la estación del metro, los rieles suenan, ya viene, al abordarlo logró ver que hay un par de sillas vacías en el fondo, camino hacia ellas, pero justo cuando estoy a punto de tomar una, veo como una jovencita me empuja un poco y logra pasar primero, «qué falta de respeto» pensé en el momento; decido quedarme de pie mirándola fijamente con desagrado por un instante, sin embargo ella levanta su rostro y tiene una sonrisa enorme, me mira y dice:

—Puedes sentarte, aún hay una silla libre —y mientras estas palabras salían de su boca, con su mano derecha toca el espacio libre, estoy realmente cansado, sin embargo dudo por un instante pero finalmente decido sentarme.

—Me llamo Angelique, y ¿tú?

No le presté atención a la pregunta, de hecho hice como si estuviera dormido, sin embargo ella continuó preguntando.

—¿Cómo te llamas hombrezuelo?

¡Ah, hombrezuelo!, qué joven tan insolente, cómo puede llamarme así, sin siquiera conocerme.

—Dale dime, como te…

—16458 —la interrumpí furioso— ese es mi…

—Ese no es tu nombre —dijo Angelique— ese es tu número de identificación…

Es cierto, no es mi nombre, pero… ¿cómo me llamo?, no lo recuerdo, no sé y no puedo recordarlo, mis ojos se abrieron contundentemente y de pronto una sensación de miedo invadió mi cuerpo, mis pies y manos comenzaron a temblar y sentí sudor en mi frente, recordé aquel momento en que desperté de ese sueño…

—Dale, dime cómo te llamas, señor números…

Mi mente comenzó a divagar en recuerdos que ya creía olvidados, pero aun así no supe qué responder.

—No lo sé —mi boca actuaba autónomamente, no había pensado responder eso, simplemente lo dije—, no recuerdo cómo me llamo.

—Suele pasar, todos andan pensando sólo en el trabajo, en  el  líder,  pero  nadie  piensa  en  quiénes  somos  o queremos ser… —dijo despreocupadamente Angelique, mientras distraía sus manos con una pequeña envoltura de algún comestible.

Ella seguía hablando y mi mente continuaba intentando recordar mi nombre, pero no, no podía; movía toneladas de recuerdos a toda prisa para encontrarlo, veía imágenes de mis padres, de mi infancia, pero no escuchaba ninguna voz llamándome, diciéndome un nombre cualquiera, no puedo, no puedo; el suelo bajo mis pies desaparecía poco a poco, sentí levitar, pero no, no es levitar, soy un péndulo, como mi padre; el sudor comenzó a empapar mi cuerpo, de pronto pensé «¡sangre, estoy empapado de sangre…!».

—Sabes, a veces pienso que esta sociedad nos está matando, pero no en forma total, sólo mata nuestra mente, nuestros pensamientos… —continuaba diciendo Angelique.

No podía prestar atención a sus palabras, mi nombre no aparecía en ninguna parte de mi mente, mis recuerdos se desdibujaban alrededor de aquellas dos figuras, mi padre y mi madre, de pronto la voz de Angelique nuevamente retumbó en mi cabeza…

—Adiós 16458, espero encuentres tu nombre…

—Adiós Angelique —respondí igualmente de forma automática.

¡Adiós!, creo que nunca me había despedido de alguien, mis padres simplemente se fueron, amigos nunca tuve, de las máquinas jamás me despido en la fábrica; por un instante, vi cómo Angelique salía del vagón, me sentí solo de nuevo, sentí la soledad que había olvidado hundiéndome en mi trabajo, sin pensar, sin sentir, pero ahora pienso en muchas cosas y siento miedo, la tranquilidad que me rodea me asusta, ese silencio, el mismo que reinó en mi casa cuando encontraron a mi padre, el mismo que reinó cuando encontraron a mi madre y reina ahora en este vagón en medio de la noche.

No he logrado comprender cómo mi padre tomó esa decisión, pero por lo menos ahora comprendo lo que tal vez pasó por la mente de mi madre, mi nombre ya no importa, mi ser ya no interesa, ni estos recuerdos, ni estas ideas, ni siquiera la belleza que tanto creí poder encontrar como respuesta a lo que le ocurre a esta sociedad, tal vez la soledad es culpable de parte de estos problemas, pero más allá de ella no creo poder encontrar otra respuesta mayor.

Mi cabeza se siente llena de pensamientos, como antes, he llegado a mi parada, desciendo del metro y comienzo a caminar…

 

Slut

 

Por fin llegó a su parada, desciende del metro automáticamente sin pensar mucho, camina un poco, sale de la estación, desde allí se logra ver su edificio, camina y llega a la enorme puerta de entrada, el portero le abre sin decir palabra alguna, ya lo conoce, espera el ascensor, al llegar, de igual forma como ocurrió con el metro, ingresa, oprime el botón número 5 y continua su camino.

Un hombre solitario camina, camina sin un destino fijo, nadie lo sigue, nadie lo observa, es un hombre más entre la masa de hombres. Continúa caminando, en algunos momentos acelera el paso, en otros lo hace más lento, la oscuridad lo sigue como si su sombra no debiera aparecer en el suelo, genera la impresión de absorber la poca luz del entorno a cada paso envolviéndolo en una oscura y entristecedora sombra.

Llega finalmente a su piso, la puerta de su apartamento está justo frente al ascensor, a los lados tiene dos puertas vecinas, al interior de una siempre suele oírse un pequeño llorar, en el otro siempre suena la misma canción, Roadhouse Blues; nada de ello influye en este hombre, que camina simplemente; llega a su puerta, inserta la llave y gira la perilla, poco a poco se abre la puerta, la luz del pasillo ilumina el interior de la habitación.

La lluvia comienza a rodearlo, las personas que caminan a su lado corren buscando un pequeño lugar en el cual esconderse, él no los observa, no los determina, continua caminando, su cabello, su ropa, su maletín están mojados, pero así continúa, como si hubiese un destino inevitable que lo atrae, como si fuese una pieza de metal manejada a distancia por un gigantesco imán.

La puerta continúa abriéndose, el gran desorden de la habitación se hace evidente; al estar dentro, enciende la luz, cierra la puerta, se dirige al baño, patea algunas botellas en su camino, una se rompe al chocar contra la pared, sin embargo continua de forma automática, entra al baño, caga, orina, se levanta y lava sus manos después de limpiarse, sale, y se lanza sobre la cama.

La lluvia aumenta, ya no hay más personas a su alrededor, todos buscaron refugio para huirle a las gotas que caen y caen, él sin embargo continua su camino, a lo lejos de la calle se comienza a divisar un alto edificio de apartamentos, en el cual se logran ver poco algunos rayos de luz que escapan del interior, a medida que este hombre se acerca, el edificio se hace más y más alto, las luces definen los marcos de la ventana de mejor manera; cada vez es más grande el edificio, en las ventanas se comienzan a divisar sombras de las personas que habitan esos espacios, algunos manotean, otros simplemente se ven frente a una pantalla de televisión, en otros sólo se divisan sujetos solitarios observando las frías calles.

—Necesito parar —dice susurrando, luego aumenta su voz, ¡necesito parar!

Sus ojos cambiaron de expresión, el grito lo hizo diferente, esta vez no lo seguía una oscuridad, la luz comenzaba a vislumbrarse en su entorno, el desorden, los trozos de vidrio en el suelo tomaban color.

Finalmente llega a la puerta del edificio, la gente entra y sale, él simplemente se para frente al vidrio y por un momento, por un primer momento en todo su recorrido piensa en lo que está haciendo, por un segundo duda en la decisión que ha tomado, sin embargo continúa, empuja la puerta, y ya está en el interior, se dirige al ascensor pero, no, algo ocurre, prefiere tomar las escaleras.

Se levanta aprisa de la cama, patea las botellas y la ropa que está en el suelo, no resiste más el mundo en el que está, no se resiste más, debe cambiar, debe hacer algo, su mente, su cuerpo se lo exige, no aguanta más.

Las escaleras se hacen interminables, no siente avanzar, los escalones son tan iguales, que no ve diferencia alguna entre los primeros que pasó y estos que pisa actualmente; después de cierta cantidad de escalones levanta la mirada, piso 2, piso 3, el tiempo transcurre mientras él camina en busca de su destino, piso 4, piso 5, piso 6, escaleras y más escaleras, la oscuridad del espacio en el que está comienza a ahogarlo, se agita, comienza a ir más a prisa, más y más escalones, más y más tiempo, más y más pisos.

Comienza a revolcar la habitación, tira las pocas cosas que aún le quedan, los cuadros, las fotos, los recuerdos, todo lo tira por los aires, lo patea lo pisa, lo quiebra.

Piso 9, piso 10, piso 11, se comienza a agitar, su cuerpo parece no dar más, se siente cansado, pero aún quiere y debe continuar, el destino, su destino lo sigue guiando.

Entra a la cocina, tira los pocos platos que tiene, abre el pequeño cajón de su alacena, ve los cuchillos y toma uno.

Piso 14, 15, 16, continua subiendo, el cansancio se siente más, muchísimo más, los pies le pesan, pierde el aire, no puede respirar, no puede.

En el cuchillo se ve su reflejo, al igual que en los vidrios de la botella vacía que pateó, de pronto, sin dudarlo un segundo y con toda la fuerza que tiene, empuja la punta del cuchillo en su estómago.

Piso 17, 18… el hombre cae, sus piernas no dan más, sus pulmones reciben poco aire, se está ahogando, se está desmayando, por primera vez siente que vive, estas sensaciones le dieron vida, justo en el momento en que sus ojos se cierran para siempre.

 

separación texto No tiene importancia

Juan Sebastian Sabogal Parra. Es estudiante de Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de la ciudad de Bogotá (Colombia), creador del blog Liberté de Pensée (http://libertedepenseecolombie. blogspot.com.es/) y amante de la literatura, la pintura, la fotografía y el cine.

Contactar con el autor: soadlibrepensador [at] gmail [dot] com

🖼️ Ilustración relato: Heritage by Hani Zurob, Hani Zurob [CC BY-SA 4.0], via Wikimedia Commons.

 

relato Juan Sebastian Sabogal

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