relato por
Ana María Manceda

 

S

er docente y atender a una familia no es poca cosa. Llego corriendo a cocinar, luego de tirar la cartera y los libros en un sillón, me coloco el delantal y comienzo a preparar la salsa, luego pondré el agua a hervir para los fideos. Me encanta sentir el olor del ajo, el perejil y el laurel dorándose con la carne picada ¡Ay!, se me fue la mano con la sal. ¡También! Me quedé enganchada con la clase. ¡Cómo me podría sustraer al apasionado mundo del cosmos! ¡Las caritas de los chicos cuando una explica el Big-Bang, la expansión del universo, los cuásares, los agujeros negros!

Al tomar conciencia me admiro de todo lo que podemos hacer las mujeres en una hora ¡Ni que decir en un día! Mientras abro la lata de pomarola recuerdo que tengo que poner la ropa de color en el lavarropas. Con un pie cierro la heladera y cuando paso por un pequeño espejo que coloqué estratégicamente en un lugar aledaño a la cocina me asombra ver mi imagen. Antes de volver al colegio por la tarde, necesito un buen retoque, con este aspecto no puedo presentarme ante los alumnos.

Todo listo para comer, escucho la puerta, suena el cencerro de bronce, seguramente es mi eternidad. Siempre me emociona su llegada. ¡Lucio fue tan esperado! ¡Lo amo tanto! Como todo pre-adolescente tiene días que está comunicativo y otros que las únicas palabras son: —Bien; —Nada. Lo que sí le gusta y se devora es lo que cocino. Su padre llega más tarde y la vorágine cotidiana nos envuelve. Hoy es un día que no charla mucho, está pensativo, me sumo en mis pensamientos. ¡Hm! Por la tarde tengo que dar fotosíntesis: —¡Chicos, este proceso es la base de la vida! Sin las plantas en el planeta no existiríamos, las hojas poseen clorofila para captar la luz del sol y las raíces absorben el agua de la tierra, con estos elementos…

—¡Mami… Fito escuchó a los duendes… —mi mente parece un torbellino y aterriza.

—Perdón hijo ¿Qué me decías?

—Ves, después me decís que no te cuento nada. 

—Bueno… bueno, te pedí disculpas, por favor explícame lo de los duendes.

—Lo que pasa es que a vos no te gusta ir de campamento.

¡Huum! Pensé en mi pobre columna, en mi cómodo colchón y todo lo demás que necesitaba para el bienestar.

—Lucio, sabés que los fines de semana corrijo trabajos, el tiempo me es escaso.

—¡No! A vos te gusta estar con los libros, además no creés en los duendes para vos si todo no está comprobado no existe.

Me sentí angustiada y culpable, como todas las madres que trabajan.

—No es tan así Lucio, por favor, contame la historia de los duendes —su cara se iluminó.

Seguimos charlando sobre el tema, en esta zona de la Patagonia es muy común escuchar leyendas de origen mapuche, historias de ovnis u otras con matices mágicos. Llegamos a un acuerdo, el próximo fin de semana largo iríamos de campamento ya que pronto llegaría la temporada de lluvias y nevadas.

Camino hacia la escuela se mezclaban en mi mente dos temas; la fotosíntesis y el campamento… ¡Uy… uy…! Utensilios, víveres, antiinflamatorios. En fin, debo dejar de rumiar los preparativos y poner manos a la obra. En algo tenía razón mi hijo.

Y llegó «El Gran Día», elegimos Semana Santa, que para nuestra suerte cayó los primeros días de abril. San Martín de Los Andes es muy estable, climáticamente hablando, para esta época, noches y mañanas frías, soleadas y tibias a la hora de la siesta. El colorido impresiona los sentidos, uno se enfrenta con luminosos colores verdes, ocres, rojos, amarillos… el cielo azul… muy azul.

Durante el trayecto a Yuco, lugar elegido para acampar, observamos con detenimiento el paisaje. El Cerro Chapelco empieza a mostrar manchones de nieve y los senderos del bosque se alfombran de otoño. Ni bien llegamos nos dedicamos a armar la carpa, el tiempo apremiaba, teníamos que ganarle al crepúsculo. En realidad este trabajo no me gusta mucho pero es tanto lo que hay que hacer y el entorno es tan bello que mi fastidio se esconde en las tareas. Sammy, la perrita Foxterrier, tan querida por nosotros, corre como loca hasta el lago y vuelve alegre a recibir mimos para luego retomar su circuito. Los animales captan de manera extraordinaria la libertad de la naturaleza.

Desde la entrada a la carpa se ve el majestuoso lago Lácar ¡Cuánta belleza y misterio encierra! Dejo volar mi mente recreando la época de las glaciaciones que lo formaron y una agradece que el destino nos haya traído millones de años después a vivir en esta geografía. Hay que hacer la hoguera, Lucio y su padre buscan ramas para alimentar el fuego. Preparo el mate, lo compartiremos junto a la fogata mientras se hace la comida, la noche se está anunciando y el frío también.

Comemos cordero con papas, a la olla y bien condimentados, bebemos vino, gaseosas y charlamos. Las ideas surgen como una lluvia benefactora, nos olvidamos de discutir sobre la economía hogareña, la ropa tirada, los platos sucios. Conversamos sobre leyendas, sobre el Cuero del lago que muchos nativos vieron flotar en distintas épocas, de los ovnis que estacionan detrás de algún cerro, o de los que salen velozmente desde las profundidades del lago. No puedo con mi genio y al mirar el cielo espectacular, con la Cruz del Sur indicando soberana nuestro hemisferio, pienso en voz alta lo maravilloso que es estar viajando en esta nave azul, acompañando al sol en su viaje por el espacio ¿Qué seres de otras galaxias o desde la nuestra, nos acompañarán en este fascinante deambular por el cosmos? Los ojos de mi hijo se encuentran con los de su padre, cómplices, como resignados a esta mujer educadora. Luego, el silencio. Al acostarnos solo se escucha el murmullo del bosque.

La mañana nos sorprendió muy fría, vigorizante, y le devolvimos la sorpresa con nuestras risas, no es común que despertemos con tan buen ánimo, siempre apurados y conscientes de nuestras obligaciones. Sammy, feliz con los paseos. Lucio y su padre tratando de aprovechar los últimos días de pesca permitida. Me deleito observando la vegetación, la riqueza de este bosque patagónico, la mente medita y goza.

En vísperas de nuestro regreso al hogar decidimos como cena de despedida asar las truchas pescadas. ¡Un manjar! Luego de las tareas posteriores a la cena nos preparamos para dormir, hacía frío, me acerqué para abrazar el cuerpito caliente de mi hijo ¡Doce años! ¿Cuántas ilusiones jugarían en su cabeza? El tiempo pasaba y seguía abrazada a él, pensaba que la rutina no nos permite preguntarnos estas cosas. ¿O será que el futuro nos da cierto temor? Los padres siempre estamos ayudándoles a construir su propio destino pero pocas veces tratamos de conversar con ellos sobre sus sueños, sus anhelos, sus miedos. Es como si quisiéramos empujar el tiempo, pero en realidad ellos nos necesitan. ¡Ya! ¡Ahora!

Mi marido dormía y Sammy estaba descansando arrollada a los pies de Lucio, cuando en el silencio de la noche se escuchó el crujir de las hojas sobre el suelo otoñal. La perra se incorporó, movió las orejas como buscando la dirección de los sonidos. Lució se sentó como un resorte y me miró, nuestras miradas se cruzaron y recordé que se parecían a las milagrosas miradas de ese único e irrepetible momento en que lo amamantaba. Con una voz casi quebrada me dijo: —¡Los duendes! Escuchamos juntos, abrazados, cómo los reposados pasos hacían sonar las hojas, como teclas de un piano. Luego se alejaron, suavemente, dejándonos una milagrosa melodía en nuestros oídos y en nuestros espíritus. Lucio seguía mirándome, en ese momento quise atrapar el instante en que su niñez huía hacia la adolescencia y supe que sea cual fuere su destino, jamás olvidaría que cuando escuchó el paso de los duendes sobre las hojas caídas del otoño, estaba abrazado a su madre.

 

linea cuento duendes hojas

Ana María MancedaAna María Manceda. Escritora de San Martín de los Andes. Neuquen. Patagonia Argentina. Nace en Tucumán (Argentina). Desde el año de vida se afinca con sus padres en la ciudad de La Plata donde realiza sus estudios primarios, secundarios y universitarios. Estudia Ecología en la Universidad Nacional de La Plata. Hace treinta y cinco años vive en la Patagonia Argentina (San Martín de los Andes). Realizó trabajos de investigación como docente de nivel secundario(fue profesora de geografía y biología en el C.E.P.E.N. N.º 13 de San Martín de los Andes hasta su retiro) en las cátedras de geografía y biología. Coautora del Libro de los cien años, historia, geología, antropología, geografía, educación de San Martín de los Andes (premio especial de editores argentinos) y ¿Quién fue el verdadero fundador de San Martín de los Andes?, para FUNDACIÓN SAN MARTÍN DE LOS ANDES. Hace diez años participa públicamente en literatura. Seleccionada con Mención de Honor y primeros premios para diversas antologías por certámenes convocados a nivel nacional e internacional en poesía y narrativa(en forma continua desde el año 2000). En octubre de 2008 recibe el 1.º Premio en Certamen Internacional ARTES Y LETRAS 2008 en narrativa por su obra Derrumbe (Editorial Novelarte. Córdoba; Argentina).
Integrante de REMES (Red mundial de escritores en español); de SEA (Sociedad Escritores de Argentina); de POETAS DEL MUNDO, de WORLD POETS SOCIETY; de UNIÓN HISPANOAMERICANA DE ESCRITORES. Miembro de Asociación de Escritores y Artistas del Orbe y JURADO DEL CEM (Centro Editorial Municipal de San Martín de Los Andes).

🔗 Web de la autora: Buceando en el infinito / Murmullos en la Patagonia

Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

biblioteca relato Los pasos de los duendes

Más relatos en Margen Cero

Revista Almiarn.º 58 / mayo-junio 2011MARGEN CERO™

 

Siguiente publicación
«Qué lejos recuerdo ese primer concierto que di a mis…