relato por
Rafael Ureña

 

N

o sabría decir con certeza cuántas veces vi pasar los minutos en mi reloj, con el rostro apesadumbrado, lleno de dudas y temores. No sabría contar exactamente el número de horas que había pasado observando la pantalla de mi móvil, leyendo y releyendo las palabras que contenía aquel mensaje.

Era de Laura, la que era mi novia desde hace un año.

Respiré hondo y pasé mi mirada perdida por aquellas líneas negras que formaban palabras, las cuales construían frases que ocultaban significados extraños y desconcertantes. Las había escrito ella, la mujer a la que yo quería y besaba todos los días. Hablaba de nosotros, de momentos pasados que una vez vivimos y de las miradas que quedaban en el recuerdo, aquellas que nunca se desvanecían.

Y sin embargo, para mí eran tan desconocidas como si las hubiera escrito un extraño.

El correo empezaba con un «Recuerda», pero hacía tiempo que había olvidado recordar, era como si todos aquellos momentos hubieran formado parte de un gran sueño, en donde otro hubiera sido el protagonista de mi gran historia de amor.

Temblando, sin saber por qué, me encendí uno de los cigarritos que reposaban en mi mesita de noche, le di una honda calada y exhalé el humo mientras forzaba mi mente a recordar las emociones que me recorrieron tras dar aquel primer beso a Laura.

¿Recuerdas el día en que nos besamos por primera vez? Fue en aquel parque, hacía frío y tú me pusiste sobre mis hombros esa chaqueta negra que llevabas aquel día.

El primer recuerdo, el primer significado y todo un misterio para mí. Aunque podía ver con claridad los árboles bambolearse por el viento que hacía aquella tarde, no podía contemplar con detalle el rostro de la mujer que me observaba, tan sólo entreveía el largo cabello negro que caía sobre su espalda, su esbelta fisonomía. Todo lo demás estaba en brumas, sin definir, como una ecuación demasiado compleja como para poder resolverla.

Y sin embargo, en aquella escena construida por mi mente a partir de los breves retazos que me quedaban, mi «yo» de aquel momento sonreía por algo que ahora me era imposible de entender, no, más bien, y quizá, en aquel momento sólo fingía entenderlo.

De pronto, ella encogió el cuerpo y se frotó los brazos con energía.

—¿Tienes frío? —preguntó aquel «yo» que me resultaba tan desconocido.

—No, sólo que el viento es gélido y a veces sopla un poco más fuerte de lo debido —dijo con determinación—. Además, estoy bien abrigada con este abrigo, ¿lo ves?

Alzó los brazos en alto, mostrándome aquella gabardina de infinidad de colores, pero, en realidad, no era así aquella prenda, la lana que la formaba estaba tintada por un sólo color, pero simplemente, como tantas otras cosas, se habían difuminado en algo indefinible, incomprensible. De pronto, Laura empezó a reírse y en un segundo, miles de risas de diversas tonalidades recorrieron la empedrada plazoleta. Intenté, entre ellas, distinguir la sonora carcajada de mi novia, pero me fue imposible. Y cuando cesó, las otras se desvanecieron como si nunca hubieran estado allí.

—Anda, no digas eso. Sé que tienes frío —le dije con un tono triste en mi voz.

Lentamente, me quité la chaqueta y cubrí su cuerpo con ella. Laura no dijo nada, tan sólo desvió su cabeza hacia un lado. Pero, entonces, recordé algo más, la expresión que tenía en aquel instante. Sus labios, finos y rosados, se curvaban en una tenue sonrisa. Expresaban tristeza, resignación, duda. Pero no podía entender el significado de aquellos sentimientos ni el motivo que los causó.

—Te he dicho que no tengo frío —me respondió débilmente. Luego, volvió a observarme con determinación—. Bésame.

Y yo la besé, entre los árboles que se balanceaban, entre el viento susurrante, en aquel parque olvidado por mi memoria que ahora empezaba a recordar que mientras la besaba estreché su cuerpo contra mi pecho buscando su calor, pero no lo encontré. Apreté con fuerza mis labios contra los suyos, esperando encontrar la pasión que me provocaba, pero no la encontré. Todo lo que hallaba, todo lo que hallé, fue vacío.

¿Recuerdas aquella noche? Tú te quedaste en mi casa. Eso es algo que nunca olvidaré, nuestros sentimientos y nuestras emociones siempre serán eternas.

Otros recuerdos aparecieron ante mis ojos.

Habían pasado varias horas desde aquel primer beso y ahora me hallaba tumbado sobre la cama, encima de mí estaba Laura. Me observaba con pasión, sin embargo, no sonreía. Lentamente, empezó a quitarse la ropa, primero el suéter de lana, luego la camisa y finalmente el sujetador. Dos pechos ovalados aparecieron ante mi rostro como dos bellas esculturas, eran perfectas, inmaculadas y rosadas, ahí donde yacían los pezones.

Recuerdo que las acaricié, recuerdo que las besé, que en aquel momento era como si sólo pudiese hacer eso, pero ahora, indagando en mis recuerdos, me pregunto si realmente era aquello lo que quería.

Nunca alcé la mirada hacia sus ojos, nunca me esforcé en escuchar sus gemidos y sentir lo que ella sentía en aquellos instantes. Ella sólo era carne y huesos para mí, nunca me di cuenta que en su interior yo era algo más. Más que un hombre al que besar, para Laura, era un hombre al que amar.

Aquella noche, follamos como locos y como si de una repetición se tratara volvíamos a follar una y otra vez. Iluso de mí, cruel estúpido que no pudo entender lo que yacía tras su cálida piel, pues por muchos besos que le ofreciese o por tantas veces que la penetrara no podía darle lo que ella esperaba encontrar en mí. Y siempre volvíamos a caer en el mismo círculo vicioso, yo me corría, encendía un cigarro y me quedaba fumando, observando tras la ventana mientras Laura me miraba pensativa. Y tras dar mi última calada, me cogía el rostro, me besaba y volvíamos a follar.

Durante aquella noche, muchas veces me hice la misma pregunta:

—«¿Por qué, por qué, por qué? ¿Qué busca hallar en mí?».

No lo entendía, ¿acaso mi cuerpo no le era suficiente? No, claro que no. Pues ahora lo comprendo, ahora lo veo; Laura no buscaba el placer de la carne, sino el placer de los sentimientos. Pasión, deseo, amor. Eso es lo que buscaba aquella noche.

Vuelvo a ver el reloj, ya casi es la hora de irme, suspiro resignado y releo las últimas palabras escritas en el mensaje.

Hoy, pensando en ello y en todos los momentos que hemos vivido, me he puesto a llorar, porque me he dado cuenta de que no me quieres, ni nunca me has querido, de que nunca he sido nada para ti y que todo ha sido una mentira. Pero si me equivoco y realmente sientes algo por mí ven a las 9 y 30 donde nos vimos la primera vez. Si no vienes, no vuelvas a hablarme nunca más. Te quiero, no lo olvides.

Movido por las manecillas del reloj, me levanto del borde de mi cama, apago el móvil y salgo de mi habitación. Afuera hace frio.

—«Igual que el día que conocí a Laura» —pienso con tristeza.

Mis pies empiezan a moverse guiados por el conocimiento del camino que voy a recorrer y se detienen en una cafetería no muy lejos de mi casa. Dentro, Laura me espera, con los ojos fijos en el vacío y dando leves sorbos a su cappuccino.

Luego, voltea su cabeza hacia el cristal, me ve y una leve sonrisa aparece en aquel hermoso rostro, pero yo no me muevo, sólo la observo con el semblante compungido.

Ella alza su mano temblorosa hacia mí.

—«Ven» —me dice tras el ventanal—. «Te quiero, no me dejes sola. Ven».

Me observa, esperando angustiosamente lo que tanto desea pero mis ojos rehuyen su mirada y cuando vuelvo a verla ya no sonríe, ni existe esperanza en su corazón, tan sólo llora desconsoladamente.

Y sigo mi camino.

Pero, mientras camino sin destino, mi mente saca a la luz la primera vez que la vi. Yo, sentado en la mesa de aquella cafetería, hablando con Leo, mi amigo de la Universidad, la veo entrar, nuestras miradas se cruzan y una tímida sonrisa aparece en sus labios.

—Tío, está buenísima y se ha fijado en ti. Ve y dile algo, seguro que te la ligas —me susurra Leo al oído.

Sorprendido, volteo mi mirada hacia Leo.

—No sé, no me acaba de gustar —le digo dubitativo, pero él se ríe.

—Tío, si no te gusta o es que eres gay o un idiota. Así que ve y dile algo.

Y ahora, caminando sin destino, con mis recuerdos como único testigo, río y lloro amargamente por lo idiota que fui de no poder amar a una mujer tan hermosa como Laura.

 

separador La mirada perdida

 

Rafael Ureña Egea. Es un joven escritor novel que busca publicar sus relatos.
Fue ganador del premio AMPA del instituto IES Pare Vitòria,
en Alcoi (Alicante), con el cuento Cuando la luna cae.

Contactar con el autor: ure_90 [at] hotmail [dot] com

📸 Ilustración relato: Reflejo, fotografía por Alexas_Fotos / Pixabay [dominio público]

 

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