relato por
Pedro J. Medina Criado

L

a explosión inmaculada de la unión de todos los colores cegaba la mirada allá donde los ojos se parasen. Un dulce olor a tierra mojada era transportado por una suave brisa que acariciaba con invisible tacto sus frías y bellas alas de algodón. En la lejanía pero perceptible para cuantos querían deleitarse, diferentes melodías discurrían una tras otra creando un ambiente de paz jamás conocido hasta no poner atención en aquellos maravillosos acordes de diferentes tonalidades y armonías. Junto a ellas, voces corales engrandecían el conjunto hermoso que ambos formaban. El pavimento, finas sedas que envolvían los pies y los acariciaban haciendo que caminar, fuese uno de los mayores placeres. Al anochecer, las estrellas se posicionaban entre ellos haciendo que con solo elevar levemente el brazo pudiesen acariciarlas. Los primeros rayos de sol les enfocaban directamente, pintando todo en un tono ocre como si un enorme bote de pintura estallase por unos minutos hasta volver la luz inmaculada del blanco impoluto.

Los ángeles vivían en aquel lugar; el más bello de cuantos existiesen en cualquier sitio del universo. Únicamente existían dos leyes, pues no conocían el concepto de la maldad. No sabían lo que era el dolor, la enfermedad ni la angustia, pues allí la oscuridad no podía acceder. La muerte les había llevado y dejándoles a las puertas retrocedía pues ni ella que tiene el gran poder de sentenciar a toda la humanidad, tenía acceso. Manantiales de cristalinas aguas descendían entre las nubes cayendo hacia aquel lugar alejado bajo sus pies llamado tierra y hasta donde les era imposible acceder, pues nunca ninguno encontró una arrolladora y gran razón para marcharse de lo que parecía un verdadero paraíso.

Pero a pesar de que todo cuanto les rodeaba no hacía otra cosa que llenarles de alegría y tranquilidad, uno de ellos, sentado en una nube, suspiraba amargamente como si en cada entrada de aire puro a sus pulmones este le hiciese daño. Apenas levantaba la mirada pues sus hermosas lágrimas serían una extrañeza de ser vistas por los demás. Sus ensortijados cabellos dorados se balanceaban por el movimiento de aquella nube que comenzó a volverse gris, fruto de sus lágrimas cargadas de nostalgia e insatisfacción. Una imagen le cegaba; un rostro le enfrentaba a aquel lugar alejándole de aquellas hermosas alas que portaba en sus fuertes espaldas; y una dulce sonrisa en su mente le impedía disfrutar como los demás.

Aquella hermosa chica que tanto quiso en vida, ya no podía acompañarle. Habían pasado dos meses desde que él víctima de un accidente dejó de pertenecer a aquel mundo y se convirtió en el precioso ángel de triste mirada. Y fue en el más frío crepúsculo de cuantos había presenciado cuando el joven, incumpliendo la primera ley y rechazando la eterna vida del descanso, dejó de caminar entre aquellas sedas y comenzó a descender con la ayuda de las suaves y delicadas grandes alas. Durante fríos días y congelantes noches, aquel triste ángel buscó a su hermosa mujer por todo el mundo pues no podía recordar el lugar donde vivían, ni su nombre, ni tan solo una mínima imagen que le diese una pista para acercarle hasta ella. El cansancio le recorría su frío cuerpo, y sus alas comenzaron a perder espesor y belleza. Aquel joven había cambiado su expresión de angustia por la de desesperación al ver que se acababa su tiempo y no podría cumplir su único sueño final. Cuando al fin recordó su ciudad, era demasiado tarde y el cansancio le impedía avanzar. Apenas unos metros hacia adelante, dio con el campo santo donde su cuerpo descansaba y, torpemente, encontró su cruz bajo la cual su hermoso rostro se descomponía sin poder evitarlo. Se tumbó sobre la tierra y cerró los ojos esperando desaparecer, pues todo lo que había logrado en tan gran esfuerzo solo había sido ver cómo el mundo, por segunda vez, le impedía estar con la joven chica del oscuro cabello que tanto quería. Entre sus sueños, un llanto desconsolado iba y venía como aquellas bandas sonoras que se escuchaban en la ciudad de los ángeles desde donde había descendido. Con sus últimas fuerzas, abrió los ojos y ante lo que pensaba que era un espejismo, allí estaba ella.

Sus rojos y desnutridos labios temblaban del frío y el desconsuelo; sus moradas ojeras estampadas bajo sus ojos por las noches en vela pensando en su ángel; y sus vacíos ojos forzosos por encontrar lágrimas, ya que casi todas habían sido derramadas, no la hacían sino aún más bella de todas las demás. Y fue entonces cuando aquel ángel incumplió en su último esfuerzo la segunda y más penada ley: aparecerse. Pero su agotamiento solo le permitió mostrarse como una tibia sombra postrada en el duro pavimento carente de vegetación más que seco musgo. Agarró su mano y con una gran y cautivadora sonrisa se despidió de ella como siempre había deseado pues no tuvo en su momento la oportunidad. Ella tan solo notó un leve cosquilleo en su mano y aquella sombra que en apenas unos segundo desapareció, pero fue suficiente para saber que el chico que le había robado el corazón había estado allí, junto a ella, y que seguiría acompañándola dándole fuerzas para avanzar con su vida.

Un abismo asfixiante apareció ante él, donde cayó sin poder hacer nada para evitarlo. Batió sus delicadas y castigadas alas pero sus plumas caían a mayor velocidad que su propio cuerpo por el inmenso agujero donde la temperatura cada vez era más elevada. Cuando iba a chocar contra las duras rocas cerró los ojos víctima del pánico y pensando en aquella chica dejó de respirar… al despertarse todo era diferente. Las sedas que antes acariciaban sus cuidados pies, ahora habían sido reemplazadas por puntiagudas rocas y espinas de rosas sin flor; las hermosas nueves que les portaban, ahora eran cambiadas por humo asfixiante que ascendía desde el interior de la tierra cargado de polvo y sequedad; y aquellas maravillosas y lejanas melodías, en aquel lugar se transformaron en gritos y lamentos sin ningún tipo de tonalidad, armonía ni el más mínimo toque humano. Pronto se dio cuenta de que había sido penalizado por sus acciones con el único castigo impuesto para ello, había dejado de ser un ángel para convertirse en demonio. Ahora le quedaba un largo camino de castigos y penas hasta convertirse en algo maligno, carente de sentimientos y sin alma en el corazón. Dejaría de recordar a la mujer que quería, dejaría de ver las maravillas que antes contemplaba, olvidaría el dulce olor de la esperanza, sus ojos jamás verían de nuevo la belleza de la blancura armoniosa de la unión pictórica, su boca por siempre suplicaría ser rociada con la fresca agua de las pequeñas cataratas de allá arriba… todo cuanto le rodeaba era malo, pero… el simple hecho de haber vuelto a verla, había sido suficiente. ¿Quién querría ser el ángel más envidiado si su corazón vacío comenzaba a pudrirse?…

De repente sobre la ciudad comenzó a llover. Una fuerte tormenta empapaba a todos los que paseaban por ella. Las nubes no paraban de descargar litros y litros de agua. Las nubes no paraban de volverse grises. Las nubes no paraban de tronar. Eran las nubes que antes le rodeaban y que ahora por su pérdida lloraban; eran las nubes que lloraban pena.

 

 

separador relato Pedro Jesús Medina Criado

Pedro Jesús Medina CriadoPedro Jesús Medina Criado. Joven autor natural de Bailén, un pequeño pueblo de la provincia de Jaén. Estudia Historia del Arte en la Universidad de dicha provincia.

Contactar con el autor: pe_jhota29[at]hotmail [dot] com

 

🖼️ Ilustración relato: Imagen por Enrique, en Pixabay.

 

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