relato por
Daniel Luchina

N

o soportaba vivir más con él. No era algo del momento, se lo venía planteando hace mucho. No era solo escuchar sus reproches sino el temer convertirse en él, una versión envejecida de sí mismo. Cada vez que se veían su mirada le decía «yo te dije», «¿cuántas veces lo hablamos?», y su mirada, su aspecto… temía terminar así. Un tipo con la mirada triste, cansada, con ojeras que reflejaban años de estudios, trabajo y sacrificio. Unos ojos que decían que todo es en vano, que cuando le hablaban enrojecían de odio y hacía que sus arrugas se le marcaran con más fuerza, unos ojos que no disimulaban lo que las palabras trataban de endulzar y tampoco podían esconder las lágrimas. Él no quería verse así, por eso trataba con esfuerzo el encontrar la felicidad en cada cosa que hacía, en cada mujer que amaba como si fuese la primera y la última y en cada nuevo emprendimiento. Simplemente para no parecerse a él.

Todas las mañanas hablaban antes de irse a trabajar y cuando llegaba por las noches tenían una pequeña charla sobre lo transcurrido en el día llena de reproches y de consejos llenos de «yo hubiera hecho tal cosa», «préstame atención cuando hablamos o vas a terminar como yo», etc. Y todo lo que hacía era tratar de no ser como él, no quería tener esa espalda encorvada, ese andar perdido ni esa mirada triste y melancólica. Trataba de no cruzarlo pero era inevitable hacerlo al menos dos veces al día. Evitarlo era esencial, se sentía fuerte, joven y seguro pero cada encuentro, cada charla, era peor que la anterior y sentía que verlo le hacía sentir avejentado, triste y taciturno. Lo evitó durante dos días, se levantó unos minutos más temprano, desayunó rápido y se fue sin siquiera mirarlo y por las noches se entretuvo tomando unos tragos con amigos y cenando con ellos para volver con el tiempo justo como para ducharse y acostarse sin siquiera intercambiar una sola palabra.

Al tercer día de no verlo se sentía mejor que nunca. No había escuchado un reproche, un «sos un inútil», ni había recibido ninguna mirada de desaprobación. Eso necesitaba, sentirse seguro. Es difícil cuando alguien te mira con ese asco todas las mañanas y es la última mirada que recibís por las noches y te muestra cómo vas a terminar si seguís cometiendo errores uno tras otro. Se levantó, puso a calentar el café, se acarició la cara para despejarse un poco y se dio cuenta que no podía ir a trabajar con ese aspecto. «Una cara feliz se nota más con una buena afeitada», se dijo. Entró al baño, se paró frente al espejo y ahí estaba, como todas las mañanas con esa cara de viejo cansado, triste y fracasado diciéndole: «Acá está. Esto es lo que sos. Así terminaste por no escucharme…». Vio que se le llenaban los ojos de lágrimas como todas las mañanas y abrió el agua caliente para empañar su imagen, quizás con eso evitaría ver cómo esa mirada le decía «me arruinaste le vida», mientras le caía una lágrima lentamente.

 

Daniel Luchina
Daniel Luchina.
Editor responsable de la Revista Cultural El Libertador, de la Ciudad de San Nicolás de los Arroyos, Provincia de Buenos Aires; a la vez escribe en el blog EnCuentos Breves (http://encuentosbreves.blogspot.com/) y preside una ONG llamada «Compromiso Cultural Ciudadano» que tiene como prioridad trabajar por la igualdad social a través de la cultura.

📧 Contactar con el autor: danielluchina70 [at] gmail [.] com

🖼️ Ilustración relato: P1110171as, By Matheus7474 (Own work) [CC-BY-SA-3.0], via Wikimedia Commons.

 

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