relato por
Miguel Rodríguez Otero

Y

a sé lo que va a pasar, lo sé, lo he visto antes, y me arrugo en la esquina esperando que no me encuentren, que pasen de largo y no me vean, o al menos que no me cojan vivo. De la muerte se sale, ya lo he hecho un par de veces, pero esto es distinto, y sé lo que pasa después, cuando uno se cree a salvo: las cosas vuelven, se te hunden en el cuello y te rajan las palabras y los labios, como cuando uno delira, y una vez que te han encontrado te visitan a diario, se te clavan en los ojos y ya todo da igual. La sangre empieza a fluir más despacio, también los meses, que parecen condenas, se le entumecen a uno los miembros y los recuerdos y la voz sale entrecortada y torpe, como si el hijo del monstruo que llevamos dentro empezara a aprender el mundo recitando el silabario. Ya las veo venir; correré a besarte y me partirán los labios, me romperán las costillas a unos metros de ti. ¿Qué te llegará entonces de mí, cuando los músculos de la cara ya no obedezcan mi voz? No, no quiero que me vean, no quiero que me vuelvan a encontrar.

Yo creía que no, que esta vez no iba a ser así, «no, mi niño, ya no más», que nada de esto se repetiría, pero me equivoqué, amor, intuí su regreso, pasaría lo de siempre, lo de todos los días a las siete y cuarto de la tarde, por ejemplo, una de tantas horas putas e inciertas que marcan el final de lo que fui y que me asaltan una y otra vez fuera del reloj y del calendario, como las pesadillas recurrentes. Creo que en alguna ocasión yo fui uno de ellos. Ellos lo saben y ahora vienen a por mí. Piensan que les pertenezco.

Iba a suceder otra vez, seguro, quizás ya había empezado y yo soñaba que aún había tiempo, tal vez ya no soñaba y estaba pasando de nuevo, pero llegaste, viniste por fin y me tocaste la frente suavemente, me despertaste de la tormenta, «ven, amor, vámonos afuera, se está cayendo la casa, ven, sí, está lloviendo, date prisa…» y miré y vi caerse los techos, abrirse las patas de las sillas, romperse los marcos de las fotos; las cosas habían vuelto e iban a muerte, como siempre, arrasando piel, y manos, y el resto de horas del día. Esta vez venían directamente a por nosotros, «ven, amor, vamos afuera», ya sentía los cortes en los labios, «ven, mi amor», apenas me quedaban palabras, solo miedos, «ven», y sí, por fin te oí… eso fue todo, ven, y reventé las esquinas, estallé ventanas, rompí espaldas y relojes, pactos, salas de espera, y salí corriendo tras tu olor, lejos de las calles donde dejé al que fui, el que sabía y anticipaba lo que iba a pasar, el muerto, y corrí lejos a buscarte en medio de la tormenta y en la piedra del francés. Llegué exhausto, rasgado, solo pude decirte he llegado. Me curas a roce de labio. Las cosas huyen.

No nos volvimos a mirar qué pasó con aquella casa. Nosotros ya no estábamos allí.

 

 

Miguel Rodríguez Otero: Pues, verán, yo no tengo currículo, al menos nada interesante con lo que aburrirme una tarde de domingo. Como orientación: me gusta la sopa (prefiero siempre la cuchara), me destemplo con relativa facilidad y me chiflan los lápices. Empiezo a darme cuenta de que estas son las cosas importantes en mi vida: un mínimo sustento para poder seguir vivo, una temperatura afectiva a prueba de termómetros, y un rato de complicidad y de confidencia para ir contándose —con o sin lápiz— cómo ha ido el día. Esta es la mayor revolución social, emocional y vital que soy capaz de comprender. Lo demás, simplemente, me parece accesorio.

Hace años escribí un par de cosas cuyas referencias de publicación les detallo aquí:
– La Voz, New York. Resguardos (febrero de 2014 y 468 (diciembre de 2013).
Literal Magazine, Latin American Voices, Houston, TX. ISSN 1551-6962 Aproximadamente. 11 de Noviembre, 2010.
Narrativas, no.8, página 95. Enero-Marzo de 2008. ISSN: 1886-2519. El zapato.
Revista Virtual de Cultura Iberoamericana, New York. ISSN 1540-286X. Lacerta Monticola y La acera (2008).

🖥️ Web del autor: El cucurucho del pescao (http://elcucuruchodelpescao.blogspot.com.es/)

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  Ilustración relato: Fotografía por Benjamin Balazs / Pixabay [dominio público].
 

relato Miguel Rodríguez Otero

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