relato por
Rocío Escriba

 

A mi amada Villarreal con sus putas y borrachos tristes

 

S

olía ir por los callejones de Malambito a comprar libros, en ese entonces estaba con la artillería valdelomariana, tuve la suerte de encontrar la colección de su poesía completa, era un libro original y no tenia polillas como muchos libros que abundaban por ahí. Con la joyita en la mano me dirigí a Quilca, a pocos metros divisé que se acercaba una manifestación, miré alrededor, busqué una salida. No había; tuve que atravesar el tumulto cual salmón que va contra la corriente, empecé a sentir codazos y pisadas, cubriéndome los senos con el libro, logré salir ilesa.

Le  conté este hecho a mi amigo Javier, que se rio porque él solía llamarme «pez».

—Ahora ya sé qué pez eres: un salmón, y de esos bravos que viven en los ríos más fieros —me dijo mientras hurgaba sus bolsillos.

—La Villarreal está llena de salmones, casi siempre nos cruzamos con huelgas, manifestaciones y no sé qué otras mierdas —dije algo ofuscada.

—Por eso me salí de esa Universidad, en realidad soy sanmarquino,  fue  la  primera  Universidad  que  ingresé,  y  a Física —expresó un orgulloso Javier.

—Qué contrariedad,  pero  nada  descabellado, ¿volverás? —le dije.

—He  estado  pensando,  quizás  el  otro  año  me  anime  y  vuelva —masculló.

—Entonces no eres un villarrealino frustrado —enfaticé.

—¿Quisiste ingresar también a la San Marcos? ¿Cómo muchos villarrealinos? —me preguntó intrigado.

—No, primero postulé a La Cantuta para Psicología, no ingresé. Mi pobre madre sufría, no sólo porque no ingresé, sino que la hija de la vecina, que tenía mi edad, habíamos terminado juntas el colegio y bla bla bla, sí lo hizo. Cuando postulé a la Villa, estaba en una contradicción entre Historia y Literatura, tenía que decidirme ya. Mi pasión por la lectura me llevó a este puerto literario, para mi bien o para mi mal. Pero de algo sí estoy segura, que cuando salí de dar mi examen de admisión me dije: Si no la agarro aquí, me voy a San Marcos, sin dudarlo. Y aquí me ves, tratando de pasar el tercer año, con sustitutorio o aplazado, pero igual tratando —dije alzando mi copa.

—Salud por eso mi pequeña salmón —dijo un sediento Javier. Brindamos.

 

Javier, no se acuerda cómo llegó a casa luego de salir con las venas empapadas de trago y marihuana; su madre le reprochó y le dijo rudamente que a la próxima cuando se meta le avise, porque esa vaina te deja algo turuleco. A doña Rosa como a toda madre, no le parecía bien que su hijo se drogue casi siempre que salía a beber, pero tampoco se escandalizaba, mientras no te envicies, eran sus palabras. Javier era muy inteligente para pegarse, y su madre lo sabía.

—Madre, el otro año volveré a San Marcos, felicítame tu hijo está regresando al carril —dijo muy sonriente.

—Oh, qué alegría, qué bueno hijito que hayas tomado esa sabia decisión, ¿y cómo así te animaste? —expresó la madre muy emocionada.

—Me aburrí de escribir cuentos malos, o quizás haya por ahí  algunos  buenos,  pero  estoy  cansado  de  dedicarle  todo el  tiempo  a  la  Literatura,   por  eso  dejé  la  Villarreal  también —masculló.

—Ay hijito, tú sabes ya mi opinión, mientras tú seas feliz, a mí no me importa lo que seas, si quieres no seas nada, de todas maneras vivimos de las rentas que nos dejó tu santo padre, que Dios lo tenga en su gloria.

Doña Rosa era la madre que todo adolescente quería tener.

Los dos salmones se encontraron después de cinco meses en un evento literario.

—¡Hey, Javier! —dije. Un tímido Javier voltea, se emociona.

—¿Romi, cómo estás?

—¿Cómo me ves? —dije mientras modelaba.

—Ja, ja, ja, te veo bien, un lindo salmón —expresó Javier lascivamente.

—Desaprobé tres cursos, por irme a beber contigo, tú tienes la culpa. Así que ahora me llevarás a cualquier bar de baja reputación y beberemos hasta perder la razón —argüí alzando mis cejas.

—Me parece una excelente idea —dijo Javier mientras me cogía la cintura y me susurraba al oído que estaba loca.

Nos fuimos a beber a una cantina de mala muerte, pequeña, con luz tenue, con una rockola que repetía la misma canción, y nos encontramos con Charly un amigo de la Universidad.

—Hey, y tú qué haces por estos lares, Charlycito —le dije.

—El buen Charly seguro buscando putas —dijo Javier seguidamente.

Pero horas más tardes el silencio nos abrumó. Charly nos contó su desgracia. Le habían diagnosticado leucemia, y él no quería luchar con la enfermedad, no quería ir al hospital ni nada de eso, se había fugado de su casa, se había refugiado en cantinas y putas, esperaba a la muerte valientemente, como todo salmón, como todo villarealino.

 

Rocío Escriba. Es una autora nacida en Lima, Perú (1988). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal.

📩 Contactar con la autora: rosi_escriba[ at ]hotmail [.] com

 Ilustración relato: Foto por formulario PxHere

 

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