artículo por
Isabel C. Pérez Cruz

 

Resumen

Una revisión de la crítica existente sobre las influencias del Modernismo, y especialmente sobre Rubén Darío, abundante en exceso, encaminó la investigación de esta monografía por una de las aristas menos exploradas, y no por ello, menos importante: la huella de síntesis cultural que dejó su obra poética en aquellos escritores hispano-americanos que le continuaron. Esta idea pudo concretarse en el siguiente problema de investigación: ¿Es posible determinar en la poesía hispanoamericana la huella de síntesis cultural que dejó la obra poética de Rubén Darío?

Para resolverlo se usó el método de revisión bibliográfica, el análisis de contenido estableciendo un paralelo entre la obra de Darío y la de los poetas seleccionados. Se siguió un orden aleatorio, quizás la constante fue la de que todos los seleccionados son autores reconocidos, Premios Nobel, y casi todos incluidos en los currículos de las materias escolares. Se abre la posibilidad de profundizar una vez más en las influencias del modernismo en la poesía hispanoamericana, desde una perspectiva más sociocultural y antropológica, tratando de iluminar esa zona de la transculturación y la síntesis cultural presente en su poesía, quizás una de las menos abordadas.

Se puede apuntar que Rubén Darío mantiene su influencia en la poesía hispanoamericana hasta nuestros días de muy diversas maneras, pero entre las menos exploradas están: La expresión de la síntesis cultural que conforma nuestros pueblos, reuniendo en un mismo cuerpo al hombre americano y su cultura. La síntesis apresada en los versos de Darío, se ha identificado en el paisaje, los modos de actuar, las cosas elementales y cotidianas, la vida de los pueblos indios y criollos: y de una forma u otra los que le sucedieron continuaron esas huellas. La latinidad, lo hispanoamericano, esa es la esencia propia que ha hecho que su obra sea universal y que los que la han continuado sean universales también.

Introducción

Sin tener que acudir a frases que pueden encontrarse en cientos de textos escritos sobre uno de los poetas más grandes del continente y que además es reconocido por otros poetas, grandes también a nivel mundial, es posible determinar otra arista de la dimensión de Rubén Darío a partir de la influencia que ha ejercido y ejerce en la poesía hispanoamericana constituyendo una referencia de valor, una correspondencia que une y vincula, en la literatura y la expe­riencia de la modernidad, a todos los hablantes de la lengua española.

Cierto que es casi imposible para un estudio monográfico revisar toda la literatura existente sobre la Modernidad como período sociohistórico en el que vive y crea el Maestro del Modernismo; sobre él mismo como poeta, o sobre el modernismo como movimiento literario teniendo en cuenta una circunstancia única: es la primera vez que un movimiento literario nace en América y después pasa a Europa. Esto es posible dadas las circunstancias socioculturales e históricas que confluyen en la década del 80 del siglo XIX: la entrada de capital extranjero y el triunfo de una oligarquía liberal traen una serie de progresos técnicos que marcan la transformación de las ciudades, que de una fisonomía provinciana pasaron a una más cosmopolita. A partir de este llamado «período de estabilización» se hacen sentir los cambios de la conciencia latinoamericana abocada a un nuevo orden, a una nueva realidad, esa que se hizo llamar, la modernidad, el modernismo, lo nuevo, generando polémicas literarias e intelectuales que aún hoy no están aclaradas del todo y hace que en los manuales escolares y en los currículos de las carreras de letras se asegure que los críticos han coincidido en la ubicación cronológica del modernismo, pero que no todos convergen en cuanto a su definición, surgimiento y características. De ahí que se afirme que, sin exageración, este ha sido el movimiento literario más controvertido de nuestra historia literaria.

Todo lo cual no impide volver sobre el tema una vez más, reunir opiniones dispersas, estudios aislados, extrapolar análisis y descubrir relaciones que puedan ofrecer una nueva mirada sobre el tema de las «influencias» de Rubén Darío en la poesía hispanoamericana.

¿De qué nuevas formas renace la estética dariana en la poesía del continente? ¿Qué nuevos hilos nos llevan al maestro? Dilucidar estas interrogantes podría desbrozar el camino e incentivar la curiosidad de nuevos y viejos lectores e investigadores para mantener vivo el espíritu auténticamente americano y la fuerza de su genio creador. Este estado del arte nos permite formular el problema de investigación: ¿Es posible determinar en la poesía hispanoamericana la huella de síntesis cultural que dejó la obra poética de Rubén Darío?

El primer impulso investigativo lo recibimos al leer una sencilla carta poco divulgada por los estudios literarios, escrita en 1912, por la apenas Lucila Godoy, y después premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral. Bastó el primer párrafo:

Nuestro grande y nobilísimo poeta:

Soi una que le aguardaba al pie de los Andes para presentarle su devoción i la de sus niñas —discípulas— que charlan de Ud. familiarmente, después de decir su «Cuento a Margarita» i su «Niña-rosa». Pero Ud. no vino i yo le mando en estas hojas extensas toda aquella cosa pura i fragante que es el querer de cien niñas a un poeta que les hace cuentos como nadie jamás los hizo bajo el cielo! (Sáinz de Medrano).

Si no bastara el elogio final, sería suficiente la imagen que nos deja en la memoria, la descripción de aquella maestra esperando devotamente, en nombre de sus «cien niñas» el paso del poeta, para emprender un estudio en el que se pueda reconocer aún, la devoción de los que escriben en Hispanoamérica sintiendo nuestra cultura como una simbiosis que violando lo predecible se reformuló para dar paso a algo único y original.

Desarrollo
(Aproximación a la órbita creativa de Rubén Darío y las influencias que generó)

Como bien afirma (García Márquez, 1990) los científicos establecen las influencias de una manera que no llego a comprender, y es que resulta muy difícil percibirlas, descubrirlas, afirmar que están en las entrelíneas de un texto. Puede haber tantas influencias como autores las valoren, pues las analogías pueden ser culturales, geográficas, literarias (por lo general son las que más se tratan de encontrar), sicológicas, sentimentales, técnicas, y así la lista pudiera prolongarse.

Con la entrada del capital extranjero, la aparente tranquilidad y el triunfo de la oligarquía liberal, se empezaron a dar una serie de progresos técnicos que influyeron en la transformación de las ciudades latinoamericanas que de una apariencia provinciana, pasaron a una más cosmopolita: se abrieron teatros, se hicieron paseos, parques, bulevares, viviendas lujosas, mejoraron los medios de comunicación, y sobre todo se añora una literatura original. El propio Rubén (Darío, 1934) precisa que tenemos el convencimiento de que hemos llegado a un estado tal en Nuestra América, hemos vivido una vida tan rápida, que es preciso dar nuevas formas a la manifestación del pensamiento, forma vibrante, pintoresca y, sobre todo, llena de novedad y libre y franca. Los que fueron sus contemporáneos y los que vinieron después bebieron de ese legado.

Acercándose al tema de la persistencia de lo mejor del modernismo en América, Lazo (1983) resume lo que llama «Balance de influencias», y dice que de todo el movimiento modernista queda un residuo de influencias aprovechables: un aporte al caudal permanente de la literatura hispanoamericana y un ejemplo de fidelidad a los principios y los ideales, es decir, un aporte estético y el ejemplo espiritual de una conducta definida y coherente. (…) enriqueció el léxico, aumentó y perfeccionó los recursos de expresión, fijó la importancia de las responsabilidades artísticas del escritor, y la reacción contra el Romanticismo de escuela del s. XIX. A este resumen se podrían añadir otras aristas que destacan la influencia de Darío en la poesía hispanoamericana que le sucedió y que han sido muy bien abordados por una crítica prolija y más cercana en el tiempo:

– Renovación formal.

– El espacio urbano.

– Tradición y modernidad.

– Revelación de una nueva sensibilidad: el eco de la inquietud y la angustia del vivir contemporáneo.

Tampoco han escaseado los detractores y los que opinan que después de su muerte física en 1916, los que le sucedieron torcieron el cuello al cisne y procuraron desterrarlo de la poesía; pero esto no es tan fácil, los manantiales que manan de su obra humedecen a veces, empapan otras y fertilizan por lo general la obra de los nacidos en estas tierras, porque como afirmara (Arrom,1980) para entender a los autores americanos lo que realmente importa no es la raza, sino la cultura; no los pigmentos a flor de piel, sino los matices en el fondo del alma. Y añade:

(..) apenas se comienza a profundizar en esa cuestión, salta a la vista que la cultura del Nuevo Mundo no es exclusivamente europea, ni exclusivamente africana, ni exclusivamente indígena: la nuestra es una cultura de síntesis (…). Y eso en realidad es lo que hizo Darío: captó (…) las mejores esencias de España, Francia y el resto de Europa, para unirlas, con la sabia alquimia personal, a las arcanas esencias que había acumulado en los años formativos de su niñez centroamericana.

En estas aristas menos exploradas de las influencias de su obra es que profundizaremos en la investigación: a la síntesis cultural representada en la mezcla de culturas prehispánicas, españolas, africanas, francesas y del resto de Europa, y a aquellos elementos que son resultado de esa mezcla: las costumbres, el paisaje, el modo querencioso, la latinidad…

Esta misma hipótesis es analizada por Francisco Solares-Larrave (de la universidad de Illinois) en su artículo Rubén Darío en la cultura hispanoamericana. (Solares-Larrave, 2010):

(…) El encuentro entre Europa y América en la anáfora cultural es el rasgo clave de la expresión artística latinoamericana. Influido por esta circunstancia, Darío propone modelos que combinan elementos del margen y del centro en la creación de una obra literaria latinoamericana, y se vale para ello de la apropiación y transculturación de elementos culturales. Una producción artística combina­toria, reflejo de la anáfora cultural, crea vínculos que permiten la partici­pación del sujeto colonial en el centro, como sugiere Bolívar, y contribuye en la fundación de un centro alterno en el cual lo latinoamericano y lo europeo se encuentren al mismo nivel. Con esta convivencia, la expresión artística latinoamericana queda legitimizada y no sólo supera su dependencia, sino que se establece como una cultura cuyo sincretismo es su rasgo distintivo y fundamental. Las estrategias darianas, pueden com­pararse con la imposición de imágenes practicada por los cronistas coloniales (…).

Síntesis cultural

Precisamente esa síntesis cultural, donde lo auténticamente americano, desde el indio relegado y el negro traído como esclavo hasta el criollo emergente, se funde con lo francés, lo español, o el resto de Europa dando un modo de ser único: el modo de ser latinos, es lo que escudriñaremos como huella latente de Darío en la poesía del continente Ya anunciaba en Raza (1908), identificativo de la identidad nicaragüense y por lo mismo identificativo de América, escrito durante su auto-renovadora experiencia vital que significó su retorno a la patria chica: Hisopos y espadas/ han sido precisos, unos regando el agua/ y otros vertiendo el vino/ de la sangre. Nutrieron de tal modo a la raza los siglos.// Juntos alientan vástagos/ de beatos e hijos/ de encomenderos, con/ los que tienen el signo/ de descender de esclavos africanos,/ o de soberbios indios,/ como el gran Nicarao, que un puente de canoas/ brindó al cacique amigo/ para pasar el lago/ de Managua. Esto es épico y es lírico.

Hermosa forma de referirse a la identidad latina, a ese resultado alcanzado de la mezcla combinatoria. Otra forma poética de hablar de la transculturación concepto elaborado por Don Fernando Ortiz, tiempo después. Síntesis que fue cobrando forma en sus textos y que se ha ido asimilando en la poesía latinoamericana de forma evidente o subyacente.

Otro de los primeros textos de Darío (Méndez Plancarte, 1961) es el que describe una procesión que se mueve en un ámbito cultural sincrético en el que predomina lo indio sobre lo español, reafirmando no ya el resultado de la simbiosis, sino aquella parte del continente que mantiene la herencia de sus ancestros y conservan su lengua, al lado del español, y sus costumbres, al lado de las europeas.

Procesión

Las calles se adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de china picado con mucha labor, y sobre el suelo se dibujaban alfombras que se coloreaban, expresamente, con serrín de rojo Brasil, o cedro, o amarillo «mora»; con trigo reventado, con hojas, con flores, con desgranada flor de «coyol».

Veamos cómo estas esencias son bien aprovechadas. En 1947 se edita la colección La mariposa y la viga, del poeta argentino Baldomero Fernández Moreno [1]. En ella aparece el poema Estampa descolorida (Fernández Moreno, 1984) no es una procesión, es la iglesia, esas iglesias polvorientas, y casi detenidas en el tiempo en las que se practica una religión importada que se fue mezclando poco a poco y que al final se ve tan disminuida como casi todo, tan engañosa como el contexto, donde casi nada es lo que parece.

Estampa descolorida

He ido a misa de diez y me he sentado entre el escribano y un rentista pacífico. Misa solemne, en honor al Sagrado Corazón de Jesús. Las hijas de María cantaban en el coro y las acompañaba con el órgano chillón y cansado este viejo músico de melenas y barbas grises que pasa por el pueblo, flaco, casi espectral. Al salir he dejado unas monedas en una bandeja, que estaba en una mesa, entre dos velas. Y una señora vestida de negro me ha dado dos estampitas del Niño Jesús, llamando suavemente a una puerta.

Ahora son las tres de la tarde y he salido al balcón. Apenas si suenan algunas campanas. Y como anoche llovió abundantemente, las calles están llenas de barro. Y del cielo ceniciento cae, con alguna que otra gota, una melancolía penetrante: plomo sin peso y penetrante. Todo en esta estampa es gris, descolorido, vulgar. Cierto que esto ocurrió en un pueblo que casi es un caserío, en una iglesia que casi es una capilla, con un organista que casi es una sombra y a un poeta que, en realidad, es un médico sin clientes.

En 1954, en su libro Lagar (Mistral, 1975) escribe la poesía:

Procesión india

(…) Y caminamos cargando/ Con fatiga y sin lamento/ Unas bayas que son veras/ Y unas frutas que son cuento:/ El mamey, la granadilla,/ La pitahaya, el higo denso.// Va la vieja procesión/ En anguila que es de fuego,/ Por los filos de los Andes/ Vivos, santos y tremendos,/ Llevando alpaca y vicuña/ Y callados llamas lentos,/ Para que tú nos bendigas/ Hijos, bestias y alimentos.

La procesión de Darío es por Jesús, en Domingo de Ramos, la de Gabriela es por Santa Rosa de Lima, pero el aliento y el afán es el mismo, esa forma de ser del hombre americano, sus creencias, modos de actuar, su «estética» cotidiana, es recogida por Gabriela de la misma manera en que nos enseñó Rubén, sólo que ella le incorpora ese dolor por la pobreza, por la vida sin «nada» del indio americano. Así como Fernández Moreno, nos habla de esos pueblos que no lo son y de sus gentes que son como espectros.

En 1966, un coterráneo de Darío, (Cardenal, 1979), escribe su composición

El día del Apóstol Santiago

El día del Apóstol Santiago amaneció sereno y claro/ Con el campo verde recién llovido, y con tambores y pífanos/ Y descargas de mosquetes y arcabuces/ Resplandecían los arneses, tremolaban las plumas/ En el aire fresco de la mañana cabriolaban los caballos/ Enjaezados y cubierto de jireles de oro y seda.// (…) Y todas las mañanas las indias bajaban a Guatemala/ Con pértigas de ramilletes tejidos de flores:/ Claveles, siemprevivas, mirtos, amapolas,/ retamas, tulipanes, romero, adormideras (…).

La simbiosis de las dos culturas. El santo traído por los soldados españoles y que ahora es adorado sin armas: sólo flores, brillo de oro y plumas, como se adoraba a aquellos grandes: Moctezuma, Quetzalcóatl o el Inca. El sencillo ritual del hombre americano asumido desde sus esencias.

Por los años 50, la figura del cubano Rubén Martínez Villena perteneciente a la vanguardia política frente a la dictadura de Gerardo Machado, y miembro del llamado Grupo de los nuevos, en la Antología de 1926 [2], escribe una poesía que mixtura las raíces modernistas, especialmente darianas, con un lenguaje popular, callejero que asume vocablos del habla popular; pero con una cuidada elaboración poética. Así la agitación y la convivencia aglomerada, la violencia, las manifestaciones públicas, las polémicas intelectuales llevadas y traídas por los medios de comunicación que hacían públicas diferencias personales o ideológicas, y sobre todo una gran inconformidad con el tiempo en que vivía, una búsqueda del «motivo» poesía para seguir por el cauce de la dura vida, hacen que este autor deje fluir la reminiscencia de Darío en una reelaboración criolla actualizada:

Paz callada (Morán)

Largolento en monorritmo de «A»

Y esta perenne abulia; esta inercia del alma/ que no siente: ni espera ni rememora nada:/ ni una ansiedad siquiera para el futuro: calma;/ calma: ni una nostalgia de la vida pasada.// Pausas que se dilatan en la quietud amarga;/ el mismo tema diario se repite y se cansa;/ la materia inactiva se degenera en larga/ putrefacción creciente, como de linfa mansa…/ Y esta es la paz callada. Ni un ímpetu de ala./ Tan solo el verso arrastra su cansancio y escala/ penosamente el duro silencio, se levanta/ sobre el labio en un gesto de sonrisa macabra,/ mientras la mano en garfio me estruja la garganta/ ¡para exprimir la gota de hiel de la palabra!…

Después de una reposada lectura, en la que las palabras encuentren su eco, es casi seguro que este nos devolverá aquel poema de Darío:

Yo persigo una forma…

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,/ botón de pensamiento que busca ser la rosa;/ se anuncia con un beso que en mis labios se posa/ el abrazo imposible de la Venus de Milo.// Adornan verdes palmas el blanco peristilo;/ los astros me han predicho la visión de la Diosa;/ y en mi alma reposa la luz como reposa/ el ave de la luna sobre un lago tranquilo.// Y no hallo sino la palabra que huye,/ la iniciación melódica que de la flauta fluye/ y la barca del sueño que en el espacio boga;// y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,/ el sollozo continuo del chorro de la fuente/ y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

En Villena, quizás con una angustia más fuerte, con un contexto asfixiante que lo obliga a combatir con la palabra, también persigue una forma que traduzca su lucha interior tal y como la sentía. En Darío huye, pasa a estrujarse la garganta para exprimir la gota de hiel de la palabra. En ambos el medio de expresión: la palabra es el medio renovado y sugestivo que les tranquilizará el alma.

Querencia del paisaje transculturado

El paisaje ha sido motivo de todos los movimientos literarios conocidos, de alguna manera siempre aparece: ensoñado, real, crudo, imaginado, idealizado, exótico. Pero en el caso de nuestro latinoamericano esencial, el paisaje recorrió esos caminos y otros que se fue inventando desde la América precolombina, hasta la América producto del cruce multicultural que nos llevaría a la latinidad. En él, la presencia del paisaje adquiere ese lugar sustantivo que le da la posibilidad de unir en un solo cuerpo al hombre americano y su cultura, creando un paisaje único: el nuevo paisaje latinoamericano, que asombra al europeo cada vez que lo vislumbra en un «descubrimiento» que no cesa.

Allá lejos

Buey que vi en mi niñez echando vaho un día/ bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,/ en la hacienda fecunda, plena de la armonía/ del trópico; paloma de los bosques sonoros/ del viento, de las hachas, de pájaros y toros/ salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía.// Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada/ que llamaba a la ordeña de la vaca lechera,/ cuando era mi existencia toda blanca y rosada;/ y tú, paloma arrulladora y montañera,/ significas en mi primavera pasada/ todo lo que hay en la divina Primavera.

Y así, a cada paso, sus lectores de antaño y de ahora, van aprehendiendo esa esencia genuinamente latino-americana en Darío, que es al final la que lo hace universal. Recorriendo sus textos, no detenemos ante «Salutación a la raza»: Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,/ espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!» (1892); en su repudio a la prepotencia de los Estados Unidos, que humilla a España y somete a las repúblicas hispanoamericanas (1898): Los Estados Unidos son potentes y grandes./ Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor/ que pasa por las vértebras enormes de los Andes («Oda a Roosvelt»). Al margen de cuál sea el tipo de poesía, Darío nos deja cierta melancolía en los versos en los que se asoma al misterio en busca del elemento poético, de aquello que lo haga único.

Conclusiones

Rubén Darío como máxima figura del Modernismo en América y en el mundo, mantiene su influencia en la poesía hispanoamericana hasta nuestros días de muy diversas maneras, pero una de las menos exploradas es la expresión de la síntesis cultural que conforma nuestros pueblos, reuniendo en un mismo cuerpo al hombre americano y su cultura.

La síntesis apresada en los versos de Darío, se ha identificado en el paisaje, los modos de actuar, las cosas elementales y cotidianas, la vida de los pueblos indios y criollos: y de una forma u otra los que le sucedieron continuaron esas huellas.

La latinidad, lo hispanoamericano, esa es la esencia propia que ha hecho que su obra sea universal y que los que la han continuado sean universales también.

 

 

Bibliografía:

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– Augier, Á. (1989). Cuba en Darío y Darío en Cuba. La Habana: Letras Cubanas.

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– Darío, R. (1934). Obras Completas. Santiago de Chile: ediciones Zig Zag.

– Fernández Moreno, B. (1984). Antología de antologías. La Habana: Casa de Las Américas.

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– Guillén, N. (1984). El libro de los sonetos. La Habana: Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.

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– Mistral, G. (1975). poesías. La Habana: Casa de Las Américas.

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– Sainz de Medrano, L. (s.f.). www.operamundi-magazine.com. Recuperado el 21 de junio de 2016, de www.operamundi-magazine.com: http://www.operamundi-magazine.com/2010/06/carta-de-gabriela-mistral-a-ruben-dario.html

– Salvador Jofre, Á. (2002). El impuro amor de las ciudades. La Habana: Fondo Editorial Casa de Las Américas.

– Solares-Larrave, F. (12 de 11 de 2010). magazinemodernista.com/. Recuperado el 17 de junio de 2016, de http://magazinemodernista.com/category/articulos/page/2/

– Vallejo, C. (1975). Obra Poética Completa. La Habana: Casa de Las Américas.

 

Notas:

[1] Todas las poesías o fragmentos de ellas que se presenten pertenecen a los libros de esos autores citados  en la bibliografía.

[2] Grupo en el que además se encuentran José Zacarías Tallet, María Villar Buceta, Regino Boti, José Manuel Poveda…

 

ilustración separación textos artículo

Isabel Cristina Pérez Cruz. Profesora e investigadora (PhD)
de la Universidad Técnica Estatal de Quevedos. Ecuador.

📩 Email: iperezeu [at] gmail[dot]com

 

🖼️ Ilustración artículo: Ruben Dario (1915), retocada. See page for author
[Public domain], via Wikimedia Commons.

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