relato por
Jacinta Teijeiro

 

S

i describimos un par de ojos pardos, que cambian a verdes con el llanto y que se tornan miel con los rayos del sol, carece de sabor y sazón para la narrativa.

El sur del mundo, precisado en Sudamérica, consta de ciudades frías y húmedas cuyo concreto picoteado y sucio se limpia con cada aguacero. Los niños gozan de dos meses de verano que son vividos intensamente. Las vacaciones de enero y febrero, aunque pueden tener días fríos, son aprovechados por las camisetas sin mangas y los pantalones cortos.

Las plazas y parques tornan a la vida, se escucha el rechinar de columpios y de los sube y baja. Brindan los vendedores de algodón de azúcar y helados. Se aprovecha de lavar toda la ropa. Los novios cursan los balnearios, mientras los amigos sin suerte acuden a las mismas playas, pero con la intención de ver qué piedras dan más rebotes. Los sureños sonríen a la estación y los turistas se quejan por no encontrar el paraje lluvioso y mágico que les vendieron en la agencia de viajes.

A su vez hay gente ajena a este fenómeno, que podemos observar doblar a la derecha en la plaza de armas, seguir una cuadra hacia la costanera, recoger el periódico en el quiosco, hojearlo mientras camina otras dos calles, pasar la puerta giratoria del edificio, marcar el piso cinco en el ascensor, teclear cifras en el ordenador, saltarse la hora de almuerzo para seguir tecleando, beber café, marcharse a las seis, tomar el autobús, llegar a casa, encender la televisión, abrir un enlatado, ver más televisión y finalmente dormir.

Describimos la rutina de un individuo un tanto particular que, siendo un joven universitario, la repentina muerte de sus padres lo dejó en la soledad absoluta, siendo dientón, narigón y demasiado delgado para ser atractivo, decidió abandonar los estudios para trabajar con un amigo de su padre en un puesto menor en una oficina administrativa, hace ya tres años que se sumió en este empleo de baja paga pero que le basta; tiene la pequeña casa de su infancia y con su salario alcanza a sustentarla. Aunque su laburo comienza a las nueve, él se despierta todos los días a las seis de la mañana para observarse en el espejo del cuarto de baño. En sudadera y calzoncillos, repasa sus huesudos dedos y con estos se cubre y destapa la cara continuamente, gesticula con su boca para apreciar sus grandes dientes, se engomina el pelo hacia atrás repetidas veces. Y finalmente, se acerca mucho al espejo para ver sus ojos. Observarlos detenidamente, ahondarse en ellos, un par de ojos pardos que cambian a verdes con el llanto y que se tornan miel con los rayos del sol. De repente llora sólo para notar su cambio. El secreto de la visión a través de estos órganos le fascina. Luego de sus meditaciones oculares, que le quitan bastante tiempo, toma desayuno, a veces algo apresurado, coge el autobús que lo lleva al centro, dobla a la derecha en la plaza de armas, sigue una cuadra hacia la costanera, recoge el periódico en el quiosco…

A pesar de que lo intenta, no todos los días son iguales, las conversaciones coloquiales con sus compañeros cambian, hay días en que ríe, otros en que se muestra interesado por algún cotilleo de la oficina, a veces acepta ir almorzar con una chica. Pero nada de esto le interesa realmente. Su habilidad social está remitida al silencio, a escuchar las conversaciones de la gente moderna que, hoy por hoy, sólo quieren ser oídos, hablar y parlotear sobre sus vidas, problemas y enredos, mientras que esto sucede él se dedica a observar las masas oculares de sus interlocutores, con tan solo una simple repasada podía percatarse del llanto nocturno, del deseo reprimido, del éxtasis de la felicidad pasajera y de tantas otras emociones y sensaciones que pueden ser expresadas con los ojos, pero de las que nadie se da cuenta.

Quiere que pase el día raudo, para despertar por la mañana y dirigirse a su ritual de descifrar el misterio de los ojos: ¿Será que todas las personas vemos lo mismo?, formula en voz alta mientras esos largos y delgados dedos acarician su rostro con la vista fija en sus pupilas.

Es verdad que la rutina puede ser interesante algunas veces. Para este muchacho de veintitantos años y aspecto cadavérico, no había otra motivación para vivir, más que para ver sus ojos por la mañana. Ni siquiera él sabe por qué se originó esta obsesión, recuerda mirarse al espejo desde muy pequeño, tiene vagas anécdotas de su infancia, su madre, una mujer de herencia lapona tendía acariciarlo suavemente por las noches para que pueda conciliar el sueño y le tarareaba melodías de tierras lejanas, él solía apreciar estos momentos, sentíase cálido y protegido entre los brazos maternos y miraba atónito los hermosos ojos verdes que le sonreían para que no escuchara los ruidos nocturnos, para que siguiera apacible su existencia, imperturbable por los descuidos y borracheras de su padre, que a altas horas de la madrugada entraba en su habitación reclamando a su esposa. Su adolescencia pasó desapercibida, rara vez se hacía notar en casa, una enfermedad al hígado dejó a su padre sumido en la inactividad hogareña manteniendo a la familia únicamente con su pensión de jubilado, igualmente por las noches su madre seguía visitando su lecho para adormecerlo. Podía notar claramente en los ojos del enfermo la lenta destrucción de los órganos en descomposición, percibía el miedo que había en ellos, el dolor y el remordimiento. Así también, admiraba la entereza que demostraba la mirada de su progenitora, incólume ante la tragedia que se avecinaba, pero que nunca llegó a concretarse puesto que en un día de clases extenuantes, al llegar a casa, encontró rodeado el perímetro por policías, bomberos y paramédicos. Una fuga de gas imperceptible para los ancianos arrebató sus vidas lentamente durante el transcurso de la mañana. Producto de las emanaciones unos vecinos dieron alerta a las autoridades que se dirigieron al lugar antes que gatillara un incendio, no obstante, ya era demasiado tarde para quienes se encontraban dentro de la morada, ya que sintiéndose somnolientos y algo agobiados, cansados, pesados, decidieron tenderse en el camastro matrimonial, para ya no despertar.

Un día en la oficina, unos colegas le insistieron para que asistiera al almuerzo de cumpleaños de uno de ellos, el festejo se llevaba en completa normalidad en el comedor de los empleados, con las típicas bromas sobre la edad, el tiempo que ya no vuelve, molestias físicas y todo tipo de jodas similares. Repentinamente aparece uno de los jefes con una gran noticia que informar. Todos quedaron perplejos pues creían se les iba aguar la fiesta, todos por supuesto, menos uno.

El superior empezó por felicitar al festejado, advertir además que celebren con prudencia pues aún continuaba la jornada laboral, y finalmente por presentar a una nueva compañera que se integraría desde el día siguiente a las funciones administrativas. Era una chica joven, vestía un traje azul marino bastante ceñido, era pálida y de expresiones firmes, llevaba un tocado hacia atrás, su pelo no era demasiado largo. Claramente no había ocasión mejor para presentarla que aquella. Típicos saludos y bienvenidas por parte de todos, claramente, menos de uno.

Ese uno que a la mañana siguiente en su cuarto de baño y frente al espejo, recordó a aquella chica y creyó encontrar finalmente lo que se ha estado cuestionando por tanto tiempo. Al dilucidar esta idea tuvo un cambio abrupto en sus conductas sociales, comenzó a participar activamente de las reuniones en la oficina con la intención, de acercarse a la colega recién llegada. Afán que consiguió fácilmente, ya que era ésta ávida conversadora y quería a toda costa destacar en el trabajo. Luego de un par de citas, se atrevió a invitarla a casa, ella aceptó gustosa.

La casa fue construida a través de un subsidio estatal en 1968, los padres la adquirieron tras veinte años de largo esfuerzo y sacrificio, refaccionaron algunas cosas, cultivaron un jardín y añadieron una habitación. No quedan vestigios de esto más que en la fachada. El jardín se secó y lo primero que se percibe al entrar es un intenso olor a moho y encierro.

La chica no pudo evitar compungirse al ver el desorden: platos de cocina sucios por todos lados, telas de araña en los rincones y una gruesa capa de polvo sobre los estantes, pensó en irse, excusarse de alguna manera, recordar algo urgente, pero se contuvo, este sujeto era extraño, aunque en cierta medida algo tierno, estaba claro que estaba interesado en ella: «Me quedaré sólo un momento, parece tener mucha cercanía con el jefe», pensó. Tras la tercera taza de té, quiso marcharse, pero él la retuvo.

—Espera un momento, no te he dicho lo más importante…

—¿Y qué sería eso? Ya es muy tarde, debo volver a casa, quizás mañana podamos…

—¡Tus ojos! —exaltado la tomó por los hombros, resuelto.

—¿Mis ojos?, ¿qué tienen? —repuso zafándose y poniéndose en pie.

—Que  son  hermosos,  preciosos,  todo  lo  que  he  estado buscando… —agregó  poniéndose  en  pie  también  y  avanzando  hacia ella—. Tus ojos son… son… precisos…

—Realmente me siento halagada, pero no creo que sea para tanto, tengo unos ojos simples, de un color…

—¡Pardo! —respondió él apresuradamente—. ¿No te das cuenta? Tenemos los mismos ojos… —seguía avanzando hacia la chica tanto que la arrinconó en una esquina de la habitación, ella se notaba claramente fastidiada y se estaba poniendo un poco nerviosa.

—Quizás no lo hayas notado… ¿No es asombroso?, tú y yo vemos con los mismos ojos —es entonces que la chica nota por primera vez aquellos largos y huesudos dedos que la estaban tocando, parecían dos arañas gigantes moviéndose lentamente queriendo abarcarlo todo, dentro de su estado ansioso, pudo cerciorarse de que efectivamente compartían la misma mirada con aquél sujeto.

 

Parte Policial N 2586

Entre lo trascendido en este acontecimiento, en primera instancia podemos inferir que a fecha veintidós de enero del año dos mil diecisiete, dentro del inmueble ubicado en Calle Agustinas número 168, de la ciudad de San Carlos, se encontraban dos occisos ubicados en la sala de estar de la vivienda. El primero de género femenino, estaba vinculado a una silla a través de ataduras realizadas con sogas de 8 milímetros de grosor, no presenta lesiones visibles más que las aparentes: vacío de las cuencas oculares, cuyos órganos se encontraban en un frasco con formol en una mesa contigua. El segundo cuerpo, se encuentra desplomado en un sitio cercano al primero, con la masa ocular desprendida, sosteniendo una cuchara en su mano derecha. No obstante, el deceso de los ocupantes se produjo por una fuga de gas alertada por los vecinos aledaños que hizo el llamado a nuestro cuerpo policial concurriendo de inmediato al sector. Este es el primer parte policial de la tragedia, se espera abrir el caso con las investigaciones pertinentes tras la autopsia correspondiente.

 

separador relato La sombra de los ojos

Jacinta Teijeiro


Jacinta Teijeiro
. Además de realizar labores literarias, es una actriz, clown, malabarista y artesana del sur de Chile. Empezó su carrera artística a los 10 años, y desde entonces ha pasado por varias compañías y agrupaciones teatrales en Chile, y el último tiempo tomando talleres en Buenos Aires, Argentina. Actualmente forma parte de una compañía de circo teatro y realiza actuaciones unipersonales de stand up comedy utilizando sus propios textos. Tiene dos hijos: Akbar y Gala.

 

📩 Contactar con la autora: payasosconropadecalle1 [at] gmail [dot] com
🔗 Web: http://payasosconropadecalle.bligoo.com/ capsula-2-el-real-toque-del-teatro-esencia-y-comunidad

 

 Ilustración relato: Photo by Omar Belattar (Pexels).

 

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Revista Almiarn.º 85 | marzo-abril de 2016MARGEN CERO™

 

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