relato por
Miguel Rodríguez Otero

A

veces, amor, al volver a casa aminoro la marcha del coche porque creo que estás a punto de plantarte armada de caricias y verduras en el paso de cebra un poco más allá de mi puerta. Nunca sucede, claro, pero yo reduzco la velocidad por si acaso. Cosas mías, supongo, esto del porsiacaso. O de madrugada me paro un rato a observar ese recodo de la bahía en el que se bañan las garzas, solo porque tú insistes en que cada una tiene nombre propio. Otras veces, en la cocina pico el apio en cuadraditos y añado algo más de endibia porque sé que te gusta tanto, ya ves, como si vinieras a cenar esta noche y todo sucediera de esta forma familiar y no convenida, en lugar de vérmelas con un espíritu que me acompaña constantemente, que usa mi jabón en el baño y al que cuento cosas que no sé si tú misma deberías saber de mí. A ver, no lo tomes a mal: esto es algo entre él —tu espíritu— y yo, sin terceros. Con lo cual si un día vienes de verdad, quiero decir: si cruzas esa calle y me rompes la camisa y la sombra; si hacemos esa ensalada sin aditivos artificiales; si decides traer tu ropa y tus dedos de colores, lo cierto es que no sé muy bien qué vamos a hacer los tres, ni si tendré a partir de entonces la suficiente privacidad con tu alma, a la cual ya no voy a renunciar por mucho que vengas y te quedes. Quién sabe, quizás tenga que negociar trato igualmente con tu cuerpo, y puede que hasta con alguno de los fantasmas que sé que se esconden en tu bolso. Por tu parte, tal vez te corresponda hacer lo propio con mi espíritu y mi piel (al carajo los jabones, ¿vale?) a partes más o menos iguales, no vamos a ir midiendo ahora. Los demonios de ambos, a propósito, sugiero que se queden en el trastero. No es por hacerles un feo, sé que su maldad es leve y relativa; simplemente, prefiero que me despiertes tú.

Y sí, ya lo veo venir: esto empieza a parecerse a una familia numerosa de las de antes. Aunque por otra parte, creo que agradezco esta promiscuidad afectiva entre tú y yo, y prefiero que seamos muchos —tantos— en lugar de solo nosotros dos, signifique eso lo que signifique. Así, de una u otra manera siempre sabremos cómo o dónde encontrarnos, y nunca habrá peligro de volver a perdernos. ¿No crees, amor?

A ver, ¿cómo quiere todo el mundo la ensalada?

 

 

relato Tantas veces 📧 Contactar con el autor: migueldelporma [at] gmail.com

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Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

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