relato

H

acía calor, mucho calor. Había anochecido tarde. El ocaso sangrante se había alargado de manera insoportable, como el fondo falso de una película antigua. No había corrido una brizna de viento en todo el día. Un sol que caía a plomo paralizaba el paisaje y los ánimos de la gente. Nos hallábamos en lo más crudo de la canícula y los pronósticos no auguraban ningún cambio para el resto de la semana.

Haciendo un esfuerzo, me preparé para acostarme. Sabía que me costaría convocar al sueño. Comprobé que el mosquitero no tuviera roturas, dejé a mano el pai-pai y la jarra de agua con su vaso sobre la mesita de noche. Abrí la puerta delantera y la que daba al porche de la parte de atrás. Quería hacerme la ilusión de que avanzada la noche se crearía algo de corriente. Apagué el quinqué y me tumbé en la cama ajustando concienzudamente el mosquitero bajo el colchón. La campana de tul no me proporcionó ningún alivio. Durante más de dos horas estuve oyendo el zumbido de los mosquitos y sus impactos algodonosos contra la tela.

Procuré distraerme pensando que a aquellas horas en París sería media tarde, estaría nublado y tal vez lloviznase con esa insistencia pertinaz del invierno francés. Quise sentir sobre mi piel el frío continental, el contacto del gorro de lana, la bufanda de doble vuelta, los guantes con forro de borreguito. Imaginé que caminaba por las empinadas calles acharoladas de lluvia de Montparnasse… Y fue ahí cuando dejé de oír el zumbido de los mosquitos.

A continuación, mi cuerpo pendulaba indolente en una de las hamacas del porche. La temperatura se había suavizado. Tenía los ojos cerrados y mi mano colgaba fuera de la hamaca cuando noté un tacto extraño. Abrí los ojos y allí estaba él, un dinosaurio verde y grande. ¿Y tú qué haces en mi sueño?, le pregunté en tono enfadado. Me extravié, respondió, no creas que elegí este lugar; apenas hay vegetación que me sirva de alimento. Aquello no tenía mucho sentido: el grupo de cabañas se hallaba en un claro, rodeado de una selva lujuriosa con multitud de especies diferentes. O bien mi amigo era muy selectivo con lo que se llevaba a la boca, o bien yo sabía muy poco sobre la alimentación de los saurios. Tienes ahí toda esa vegetación para ti solo, ¿Qué más quieres? No hay helechos, me dijo agachando la cabeza con tristeza, como si se tratara de una gran tragedia. Estoy agotado, déjame que descanse aquí un rato, luego me iré antes de que amanezca. Y se tumbó a mi lado y se echó a dormir. Desde mi hamaca, posé mi mano sobre su voluminosa panza y cerré los ojos también.

Soñé que estaba en París. Era primavera. Una mañana fresca y radiante. Yo llevaba un traje de lino. Estaba sentada en una terraza al borde del Sena. A lo lejos se oía el son quejumbroso de un acordeón. Los croissant que acompañaban al café estaban deliciosos. La prensa comentaba el último descubrimiento de unos paleontólogos que habían encontrado restos de animales del jurásico en las antípodas de Francia. Un rayo de sol jugueteaba con el cristal del vaso de agua que había sobre mi mesa. Todo era placentero y conocido.

«Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí» (Augusto Monterroso).

E.Z., 19 abril 2011

 

arabesco Y tú qué haces en mi sueño

 

ESTHER ZORROZUA (Bilbao). Licenciada en Filología Románica, con un doctorado en literatura sobre Vargas Llosa, profesora de un Instituto de bachillerato. Obra colectiva: La savia del tamarindo (autoedición, 2001), 60 relatos, 60 autores (Beta, 2002), Cuentos y leyendas de Bilbao (Elea, 2005), Cuentos de todo corazón (Cáritas, 2006), Lecturas entre paradas / Geltoki arteko irakurgaiak (Diputación de Vizcaya, 2007), Literatura y placer (Asociación de Escritores de Euskadi, 2010). Obra en solitario: La casa de La Galea (Hiru, 2004), Bilbao, ciudad abierta (Hiru, 2006), A contraluz (2008). Colabora con diversos periódicos y revistas, tanto en papel como digitales. Finalista del I Certamen Internacional de Microrrelato «La risa de Bilbao» 2010.

💻 Blog: estherzorrozua.wordpress.com

Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

biblioteca relatos Y tú qué haces en mi sueño

Más relatos en Margen Cero

Revista Almiarn.º 58 / mayo-junio de 2011MARGEN CERO™

 

Siguiente publicación
el Perú siempre careció de gobiernos verdaderamente democráticos, es decir,…