Confesiones a destiempo

por Rodolfo Carmona

Paul Desmond y Chet Baker en el aire. Algo de jazz para bien hallar a la mañana y dejar atrás la idea de que no visita el sol estas afueras. Me propongo comenzar una novela, una historia de putas y políticos. Pero la única puta que se me ocurre se parece sospechosamente a mí. O sea, puta callejera y respondona. Lo cual no anima a la clientela a pasar por caja, a dejar al aire su pene erguido ante mi boca desdentada. Y una puta sin clientes no es puta respetable, más bien es una obrera retirada sin derecho a la jubilación. Y en cuanto a los políticos reconozco que son personajes literariamente atractivos y muy agradecidos. Pero, ya veis, la realidad supera a la ficción en este campo. Así que abandono la idea algo pesaroso aunque el ánimo intacto.

Escucho ahora You can´t go home again y me dejo llevar. Imagino la barra de un bar y una camarera que se niega a servirme otra copa. Imagino mi cara ante el espejo y no me veo yo parecido a James Dean. Nos hemos acostumbrado tanto al cine que olvidamos que en el noventa por ciento de las ocasiones nuestra vida no tiene banda sonora, ni la posibilidad de un segundo visionado. Pero volvamos a la escena del bar. Hay cuatro tipos hablando de un crimen, cuatro tipos, esta vez sí, con cara de Bogart.

Y me extraña que en esa escena no aparezca el cinematográfico humo del tabaco. Y se me antoja que no es posible que cuatro tipos se conjuren para cometer un asesinato serio sin que ninguno de ellos apure una última calada y expulse el mismo con un mínimo gesto conspirativo. Y no hay novela negra sin tabaco, lo mismo que para la justicia no hay crimen sin cadáver. Miserias de la nueva Ley Seca que no encierra tanta literatura como su antecesora de los años veinte.

Autumn leaves soñando por la casa. Jazz etéreo y fascinante. Melodía para desayunar una taza de café cargado después de una madrugada de sexo. Aunque confieso que no es mi caso a pesar de que la taza de café pudiera confundir a más de un despistado.

Está la mañana fría. Y el cielo plomizo presagia lluvia en breve. Y aquí sí que podría haber un buen comienzo. Mañana fría y lluviosa. Excelente paisaje para una fechoría. Gabardina y paraguas combinan bien con un disparo a bocajarro o mejor con un estilete afilado rasgando mortalmente el corazón de una victima cualquiera. Y sabiamente combinado con una calle desierta y un coche que escapa a gran velocidad con la matrícula embarrada el tema promete.

Pero el único movimiento sospechoso que he observado desde la ventana es el del cartero entrando en la casa de al lado. Y digo sospechoso con conocimiento de causa pues creo que cuarenta y cinco minutos es un tiempo más que excesivo para firmar un certificado con acuse de recibo.

Dicen los que saben de esto que los escritores de raza antes de empezar han atado y bien atado la historia y sus subterráneos en su cabeza y que después sólo tiran del hilo y salen las páginas y capítulos del libro como las longanizas o las morcillas del frigorífico. Pero cómo diablos puede uno planear las hazañas de un asesino en serie mientras suena el Concierto de Aranjuez por los altavoces. O dicho de una manera menos prosaica, cómo dar encarnadura y fuste a un homicida después de haberse lavado los dientes con listerine mentolado. No sé. No me veo. Me falta talento. Eso seguro.

Hace unos días alguien me preguntó: ¿qué significa para ti la dulzura? Y admito que me pilló con el calzón bajado y sin erección. Lo que deja al macho siempre con un aire de castillo asediado. Sin posibilidad de darle credibilidad a su hombría.

Y le he estado dando vueltas a esa pregunta desde entonces. ¿Qué es para ti la dulzura? Se esperaba de mí una respuesta poética, lírica, nerudiana. Una respuesta de envergadura.

Lo cierto es que no contesté, que no he contestado todavía. Que se me ha escapado el concepto de ternura entre los dedos, que uno se resume en un corredor solitario contra el tiempo, improvisando su cosmogonía con más errores que acierto.

Releo los viejos libros, aquellos que me acompañaron en largas noches de domingo adolescentes y atisbo en ese acto un algo de dulzura, un gesto de ternura, de amor desapegado. Sobre todo porque algunos libros ya no provocan en su nueva lectura la misma magia de antaño. Y a pesar de ello uno no los deja abandonados, no corta las amarras sino que se ase a ellos como a un salvavidas en mitad del océano. La memoria necesita de todo aquello que le evoca el paraíso perdido, las emociones que quedaron como volátiles cenizas en los pulmones del ayer. Porque en el fondo todos tenemos nuestro Caballo de Troya que desarma las defensas, nuestra particular Finca Vigía donde contemplar con Ernest Hemingway la descomposición de los ideales.

Y tal vez sea eso la dulzura, o una parte de ella. El afecto imposible e irrenunciable a las cosas que se fueron y ya no son.

Cambian los días. Llegan las inevitables tareas de lo cotidiano. Aspiramos a la trascendencia en medio de un mundo repleto de gestos fríos. Caminamos y la mayoría aparenta una seguridad que yo no tengo, que no he tenido nunca. Sólo hay una cosa en la que mi espíritu palpa su contorno sin el maridaje del miedo ni la duda: la escritura.

Pero gracias a dios uno pierde cualquier resquicio de grandilocuencia, cualquier desmán del ego evocando el nombre de la escritora Iréne Nemirovsky.

Confesiones a destiempo. Confesiones que dan fe de un esqueleto con falta de calcio. Pero que quiere hacer el esfuerzo de asumir sus detritus. Salvador Pániker escribió que si la música ha sido capaz de llegar al jazz la literatura no puede quedarse atrás en esa búsqueda. Y creo en ello, en la necesidad de poder bailar a través del texto, de hacer jugar al abecedario al pairo de la improvisación creativa.

Nos van quedando cada vez menos posibilidades para la lectura. Hasta el punto de que el metro y los autobuses urbanos se han convertido en bibliotecas ambulantes, en lugares donde lectores solitarios se abandonan por un momento de los trajines de su historia y sus ciudades. Territorios literarios y apresurados, pendientes de la siguiente parada para volver de nuevo a las aceras donde libra la prisa y gana siempre su batalla diaria. Se ha abierto pues un nuevo escenario, una nueva realidad que el escritor debe tener muy en cuenta. Un escenario donde el lector dispone de un tiempo limitado para adentrarse en el texto. El reto es lograr que en esos veinte minutos entre parada y parada el lector se olvide de ese trayecto cien veces repetido y hagamos de cada viaje un viaje a lo desconocido.

Danzan las nubes y cae su sudor sobre los tejados. Mi ciudad se parapeta bajo los paraguas de la melancolía. Escribe la lluvia las mejores notas musicales en el asfalto. Y desciende la memoria al pleistoceno de la infancia, a la taza de chocolate caliente de mi abuela, a la evocación de la dulzura gastronómica del cacao.

El requinto de la soledad asola los almanaques de noviembre, vuelve la tortuga a su caparazón y dejo resbalar la lluvia por el rostro. Definitivamente la libertad no se conjuga en horario laboral. Necesito un blues en esta hora o la voz de Billie Holiday para asumir el riesgo de vivir.

Tiende mi espíritu hacia la desolación. Y hago esfuerzos para combatir esa tendencia. Y sospecho que todo se debe a una mala combinación de enzimas en el cerebro. Y tiene gracia que sea la bioquímica quien juegue finalmente con los dados de la creatividad.


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RODOLFO CARMONA nació el 26 de diciembre de 1967 en Torrevieja, España.

Desde siempre ha sentido una fuerte vocación literaria. Su estilo se nutre de la observación de lo cotidiano.
Autor de poesía, novela, artículos periodísticos se encuentra a gusto en todos los terrenos.
La mayoría de su obra está inédita en formato libro. Ha publicado en revistas internacionales como el semestral
Universidades editada por la Unión de Universidades de América Latina (Udual), el semanario latino de la ciudad de Filadelfia Focus/Enfoque, así como en publicaciones
de ámbito local como los semanarios
Vistalegre, Torrevieja Semanal, el mensual Siglo XXI, y aparece en la I antología del Foro Sensibilidades del año 2001 y en
Un siglo de Torrevieja
editado por el Instituto Municipal de Cultura Joaquín Chapaprieta Torregrosa.

Contactar con el autor: rodolfocarmona [at] msn.com


(Reedición del artículo publicado en 2004)