Nuevo libro revela datos hasta ahora desconocidos sobre la vida y la obra del escritor boliviano Víctor Montoya

Con el fuego en la palabra

(Prólogo del libro con mismo título)

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por Javier Claure

Para aproximarnos al trabajo creativo de Víctor Montoya (La Paz, 1958), será bueno mencionar que, durante décadas, se ha dedicado a escribir novelas, cuentos, crónicas, ensayos y artículos culturales. Comenzó su carrera literaria a finales de los años setenta, y logró, con lucidez intelectual y destreza verbal, recrear diversos laberintos literarios gracias a su fantasía desbordante. En efecto, su labor de escritor lo llevó a forjar nuevos códigos lingüísticos y nuevas estructuras semánticas, zambulléndose en diferentes tiempos y espacios.

Víctor Montoya, en su condición de escritor de fuste, desentraña la forma narrativa más precisa para, así, penetrar en realidades múltiples a medida que se interna en lo que cuenta. Uno avanza por el interior de sus relatos y descubre que sus escritos están impregnados de hechos que atañan a los humanos, cuyo destino incierto es el hilo conductor de su obra.

Bajo estas consideraciones, resulta necesario señalar que Víctor Montoya, mediante el hábil manejo de la realidad y la ficción, pone en tela de juicio los diferentes métodos de tortura y la violación a los Derechos Humanos. Sus Cuentos violentos fueron escritos por una necesidad existencial, ya que revelan, con descripciones despiadadas y gritos de protesta, sus experiencias vividas y sentidas en la cárcel. En Confesiones de un fugitivo, que forma parte de su libro Fugas y socavones, afirma: «En realidad, si me permiten ser más preciso, diré que en todas las cárceles se usaban los mismos métodos de suplicio: los choques eléctricos en las zonas sensibles del cuerpo, la máscara antigás para provocar la muerte por asfixia, la ‘percha del loro’ y el temible ‘submarino’, donde zambullían al preso en un recipiente de agua mugrienta, colgado como una res en el matadero» (p. 104).

Portada libro sobre Víctor Montoya

De estas palabras podemos deducir que el autor no tuvo problemas para narrar sus experiencias cuando cayó en las garras de la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. Sus narraciones, por lo demás, tienen mucho en común con las de otros presos políticos torturados durante la «Operación Cóndor», que impuso el terror y la violencia en América Latina.

Víctor Montoya, a pesar de la distancia que lo separa de su país, escribe con el corazón puesto en Bolivia en general y en el sector minero en particular. La realidad de los mineros, la clase social más politizada y combativa de la nación andina, es uno de los ejes temáticos en varios de sus cuentos. Montoya, con lenguaje coloquial e interferencias del idioma quechua y aymará, describe las luchas y las tragedias de los trabajadores del subsuelo, a la vez que penetra en un mundo mágico y fascinante, a través de sus costumbres, mitos y leyendas, donde el Tío (dios y diablo de la mina) es un personaje que forma parte de la tradición oral conservada en la memoria colectiva desde la época de la colonia.

En Cuentos de la mina, cuyo protagonista principal es el Tío, el autor nos confirma que este ser demoníaco representa no sólo la fusión de las costumbres indígenas y españolas, sino también el sincretismo entre la religión católica y las creencias paganas de las culturas ancestrales. Los mineros, a modo de congraciarse con él y pedirle protección, le rinden pleitesía y le ofrendan hojas de coca, cigarrillo y alcohol. El Tío, dadivoso con quienes lo tratan bien y despiadado con quienes lo tratan mal, vive recluido en el interior de la Pachamama (Madre Tierra), como un fiel guardián de las riquezas minerales.

La literatura infantil es otro de los temas tratados en la obra de Víctor Montoya. Su sincera inquietud por la educación le ha llevado a escribir ensayos pedagógicos y análisis teóricos sobre la permeabilidad de fronteras que existe entre la realidad y la fantasía en los libros destinados a los pequeños lectores. En más de una ocasión ha manifestado que ingresar en el territorio fantástico de la literatura infantil, en procura de guiar al niño en su búsqueda de buenos valores éticos y morales, es tarea de los educadores y padres de familia, quienes deben asumir el reto de que los libros son herramientas indispensables para la identidad y la formación intelectual de los niños.

En el caso específico de Bolivia, Víctor Montoya sugiere que la literatura infantil «sea un eje transversal en los programas de enseñanza, entroncándola como asignatura en los planes de estudio de todas las especialidades del magisterio y convirtiéndola en una cátedra específica en las universidades». Asimismo, plantea que, en lugar de leer a los clásicos de la literatura universal en las escuelas y los colegios, debía leerse a los autores nacionales cuyas obras, desde un punto de vista pedagógico, se adaptan mejor al contexto social y cultural de los jóvenes y niños bolivianos.

A modo de reafirmar su compromiso con la etapa más sublime de la personalidad humana, y obedeciendo al dictado de su conciencia, publicó en 1999 la antología El niño en el cuento boliviano, donde participan una veintena de escritores, con cuentos impregnados de sensibilidad asombrosa y excelente calidad literaria. Se narran episodios revestidos con el ropaje del niño que vive en nuestro universo interior. La lectura de esta antología, que recrea un ambiente pasado y presente a partir de vivencias personales, permite adentrarnos en la psicología de los personajes y ser testigos del territorio habitado por los niños, cuyos destinos se transforman en piezas literarias dignas de ser leídas y difundidas.

No son menos importantes sus aportes en el campo de la literatura erótica. Sus artículos han causado revuelo entre quienes creen escribir novelas enmarcadas en este género, con un buen nivel literario y, sobre todo, sin plumas mojigatas. Por otro lado, su novela El laberinto del pecado, aun sin abordar un tema enteramente erótico, explaya un lenguaje sensual más directo y preciso para describir, sin caer en lo vulgar ni en lo pornográfico, el acto sexual entre Manuel Ventura y Candelaria (la empleada doméstica). Por lo tanto, se puede afirmar que El laberinto del pecado es una de las primeras novelas, en el contexto boliviano, que contiene escenas eróticas narradas con desparpajo y talento natural.

Víctor Montoya está consciente de que nunca ha sido tarea fácil hablar de sexo en una cultura como la nuestra, debido a que durante siglos se han impuesto barreras en la mente y la conducta de los individuos. Tanto la religión católica como los prejuicios atávicos han dejado profundas huellas en el seno de una colectividad en la que es tabú hablar del sexo. A pesar de ello, El laberinto del pecado, por su forma y contenido, rompe con los cánones hipócritas y la doble moral impuestos por quienes defienden una sociedad retrógrada y conservadora.

Tomando en cuenta todos los aspectos aquí mencionados, y considerando su obra bajo ciertas condiciones creativas, se deduce que los textos de Montoya son claros exponentes de los problemas sociales, problemas que nos aquejan en un mundo cada vez más globalizado. De ahí que nuestro entrevistado, asumiendo un compromiso con el destino del hombre y con la suerte de su pueblo, convierte su literatura en un arma de denuncia y de protesta. Esta toma de conciencia proviene de su pasado, de su niñez y adolescencia en las poblaciones mineras de Siglo XX y Llallagua, donde fue testigo de los agudos enfrentamientos entre los mineros y las fuerzas represivas del Estado. Así forjó su posición ideológica, situándose a la izquierda de la izquierda. Como dirigente estudiantil, participó en manifestaciones y actividades políticas; razón por la que fue perseguido, torturado y encarcelado, hasta que finalmente, en 1977, tras ser liberado por una campaña de Amnistía Internacional, llegó exiliado a Suecia.

Víctor Montoya, desde entonces, se ha dedicado con seriedad y empeño a la escritura, convirtiéndose en un promotor incansable de la literatura boliviana no sólo en Suecia, sino también en otras latitudes del mundo. Y cualquiera que escriba su nombre en un motor de búsqueda en Internet, quedará sorprendido al encontrar una cantidad considerable de sus obras. En las pistas digitales, que hoy en día han roto los limites del tiempo y la distancia, Montoya brilla con luz propia y sus creaciones literarias son objetos de estudios académicos.

Este libro, que compendia las conversaciones —a contraluz— sostenidas con Víctor Montoya desde 1995, es un modesto intento de entender su extensa producción literaria y conocer los paisajes imaginarios que lo llevaron a escribir sus diferentes trabajos. No cabe duda de que la obra de este autor, en el horizonte literario de Bolivia, es una pieza valiosa cubierta con la tricolor y una apuesta que, en virtud de sus valores universales, está destinada a trascender las fronteras nacionales.

El escritor cubano José Lezama Lima, en su acertada visión sobre el arte y el compromiso, decía: «Lo que más admiro en un escritor, es que se apodere de ese reto a la vida y disuelva la resistencia». Víctor Montoya, narrador contestatario por definición, se apoderó seriamente de la vida y de las cosas que aquejan al ser humano. Además, fue capaz de disolver la resistencia mediante sus escritos. Con estas palabras, queridos lectores, deseo que ustedes disuelvan este apasionante libro para penetrar en el universo interior de una de las figuras más destacadas de la moderna literatura boliviana.

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Javier Claure Covarrubias nació en Oruro, Bolivia, en 1961. Es miembro del Pen-Club Internacional y de la Unión Nacional de Poetas y Escritores de Oruro (UNPE). Ejerce el periodismo cultural. Tiene poemas y artículos dispersos en publicaciones de Suecia y Bolivia. Fue uno de los organizadores del Primer Encuentro de Poetas y Narradores Bolivianos en Europa (Estocolmo, 1991). Ha estudiado matemáticas e informática en la universidad de Estocolmo y de Uppsala. Ha publicado el libro Preámbulos y ausencias (2004).
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Lee varios textos del escritor Víctor Montoya, publicados en Almiar bajo el título genérico de Retratos.

▫ Artículo publicado en Revista Almiar, en el año 2006. Reeditado en junio de 2019.

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