El oficio de lector

(Pablo Paredes, Ernesto Gonzales y el festival «Salida al mar»)

Juan Carlos Moraga

Mi oficio consiste en contar historias.
El origen de ese oficio, de esa vocación,
es fácil de rastrear:
me gusta que me cuenten historias.
Juan Forn

Hoy sólo quiero contar lo que una alumna me dijo en una clase y cómo repercutió eso directamente en mi visita al Festival Latinoamericano de Poesía «Salida al Mar», realizado en Buenos Aires en los pasados 16, 17 y 18 de julio.

«Salida al Mar», coordinado este año por los escritores Cristian De Napoli y Florencia Castellano, aparece en el mapa literario porteño el 2004, como un festival de poesía que convoca autores y editores latinoamericanos, presenta mesas de lectura y debates. Abierto a todo público y de ingreso gratuito es sin duda una heroica gesta anual que se autofinancia básicamente a través de venta de libros de su mesa publicaciones. Desde el 2007, además, el festival incluye fechas en la ciudad de Rosario.

Además de todo lo anterior, este año el programa del festival incluía en su programa a autores como Laura Crespi, Gerardo Jorge, Silvana Franzetti, Alfredo Jaramillo, la poeta chilena Begoña Ugalde, la colombiana Andrea Cote, la peruano-paraguaya Montserrat Alvares (¡hay que ver a esta chica leer en vivo!), los editores brasileros Carolina Esses y Manuel Alemain, además de dos poetas chilenos, que en mi opinión, son de las mejores plumas que producen hoy en la fértil provincia: Pablo Paredes y Ernesto Gonzalez Barnert.

Escribiré sobre libros, que es lo único que sé hacer, o para justificar ante Lu, mi novia, gastarme determinada cantidad de dinero en la feria (cantidad que en la concatenación de los sucesos históricos que relataré terminó por crecer y crecer… como una mancha de aceite), aunque sé que no hay nada que explicar. Ella sabe perfectamente que me escondo en los libros por que los libros mienten, que me gustan los libros por que para mí son la droga barata.

Voy a contarles la historia de cómo los poetas jóvenes y la joven alumna se cruzaron en mi camino el miércoles 17 de julio, en un Buenos Aires, que como tantas veces, esperaba que algunos ángeles gubernamentales tocaran la trompeta del juicio final.

1. Pienso


Escribir sobre la melancolía no tendría sentido,
para quienes la melancolía devasta, si lo escrito
no proviene de la propia melancolía.

Julia Kristeva


«La melancolía es que te persiga todo el peso del mundo como una sombra», me dijo una alumna, mientras yo intentaba improvisar una clase sobre Memorias del Subsuelo, de Dostoievski. Pienso cómo llegó a esa conclusión: si por los trabalenguas de Judith Buttler y Julia Kristeva, o por mano propia, pronunciando su diagnostico entre el burbujeo del pánico y la somnolencia dulzona del clonazepan.

«Puede ser» respondí, que es lo que se dice cuando no se sabe. Ella se quedó mudita en su puesto, durante los veinte minutos siguientes. Cada tanto, y de reojo, la miraba.

Terminé la clase como pude y salí corriendo. Pero su reflexión me tomó por asalto.

La verdad es que yo me quería ir de ahí, de esa clase, a escuchar poesía y en especial a dos poetas, dos poetas que están vivos, que son chilenos como yo y tienen más o menos mi edad, quería escucharlos junto con otros varios escritores vivos, después de pasar mucho tiempo leyendo solamente a muertos (incluso había preparado un pequeño poemario fotocopiado para repartir, días después, al ver las faltas provocadas por mi dislexia, me arrepiento profundamente).

Yo no quería escucharla. Pero me pasé toda la tarde pensando en mi alumna y en Dostoievski.

Pensando en Dostoievski, intentando escribir sentado sobre sus hemorroides, asolado por el mundo, por el peso completo del mundo que lo sigue como una sombra… ¡y el pobre Fedor con hemorroides!

Y entonces: El colapso. Pienso en Pablo de Rokha, con una suerte y estirpe maldita como la de Edipo. Pienso en Rimbaud descuartizado por el cáncer en los bordes de África, «como África, peor que África, como el peor país de África» [1].

Pienso en John Donne pidiendo que lo lleven a un balcón para que su público vea cómo muere dignamente un cristiano. Pienso en Rodrigo Lira muriendo en un departamento ñuñoino, para que su publico vea cómo muere dignamente un perdedor. Pienso en Pesoa Veliz mirando la lluvia en un hospital. Pienso en Williams Carlos William caminando a un hospital. Pienso en Tellier muriendo borracho entre cerros. Pienso en Dylan Thomas muriendo borracho entre iglesias.

Pienso en Bolaño con el hígado destrozado. Pienso en Bolaño «Escribiendo hasta que cae la noche/ con un estruendo de los mil demonios./ Los demonios que han de llevarme al infierno,/ pero escribiendo» [2]. Pienso en Bolaño reflexionando en la Feria del Libro de Santiago sobre los escritores, diciendo que los grandes escritores, los que marcan nuestra literatura, nuestra época, nuestros modelos de espanto, fueron, generalmente, hombres buenos.

Pese a todo y en medio de todo fueron hombres buenos. Pienso en cómo se puede ser bueno con el peso del mundo persiguiéndote como una sombra. Pienso que quizás ser bueno es hacer como Peter Pan: si tu sombra (por más que sea el mundo, con todo su peso) se te escapa, sales a buscarla y te la zurces a los zapatos. Pienso en la moraleja de Bolaño: «Leer es aprender a morir, pero también es aprender a ser feliz, a ser valiente» [3].

Pienso que quizás la forma de zurcir la sombra del mundo perseguidor a los zapatos es escribir, y quizás también leer.

Quizás tendría que mandarle un mail a mi alumna con esto, pienso. Rápidamente desecho la idea.

Tomo el tren, abro un libro, dejo que las paginas piensen por mí, leo: «Retrocediendo de la biblioteca al escritorio/ el jabalí del monte/ antes de ser cogido entre el perro/ y el lobo;/ cierra la novela y remacha:/ “mis libros y yo en la misma pieza,/ como pepinillos en vinagre”» [4].

Al llegar a casa miro la biblioteca… me siento un pepinillo. Intento escribir cosas que no son esta (cosas sobre las que ya escribiré, ya habrá tiempo…). Pienso en mi vida y en cuanto se parece a ese poema (y en lo complicado que es poetizar la palabra ‘pepinillo’).

«La melancolía es que te persiga todo el peso del mundo como una sombra», dijo mi alumna, la «bilis negra», pienso. La melancolía es del color de la tinta, «bilis negra» es el color con que se escriben las cosas, pienso.

Para hacer tiempo me siento y empiezo a escribir esto.

2. Felicidades Clandestinas


Es probable que comenzara con la poesía;
casi todo comienza en ella.

Raymond Chandler.


Llamo a Lu para juntarnos a las veinte, que quiero mostrarle, en vivo y en directo, dos escritores que me gustan mucho.

Estoy en el Centro Cultural Ricardo Rojas, hace unas horas estaba en mi casa sintiéndome un pepinillo en vinagre e intentando escribir, ahora estoy tomando un café, puede que siga siendo un pepinillo en vinagre, pero al menos ya no me siento uno (mientras escribo tomando un café, en la mesa de atrás, Ernesto Gonzales Barnert y Montserrat Alvares charlan sobre libros y lo más tarde leerán… pero siguiendo el viejo consejo wittgensteiniano [5], opto por no decir nada).

En el Rojas hay mucha gente. Son fechas de inscripción a los cursos que este anexo de la Universidad de Buenos Aires imparte. Pero también hay mucha gente que viene, como yo, a «Salida al Mar».

Seré sincero: el público de la poesía nunca ha sido mucho, sin olvidar que los que leen poesía suelen ser personas que también escriben poesía, lo cual conlleva una especie de endogamia, limitando mucho el espacio del mercado editorial (simplemente suelen ser más los que escriben que los que leen, muchos más los que leen que los que compran).

Tiradas pequeñas, distribución limitada, lectores sin mucha plata, editoriales grandes desinteresadas en el género, editoriales independientes sobreviviendo a duras penas, sumado a la opción por publicar gratuitamente en los nuevos soportes digitales (lo que no es para nada malo por otro lado), hacen difícil el sueño de ser «poeta profesional», es decir vivir solo «de» y «para» la poesía (tal es el punto que la «consagración» es simplemente que los autores no tengan que autofinanciar sus ediciones, comentábamos con German Rosati, sociólogo y autor del poemario Boca de Tormenta (Ed. Huesos de Jibia, 2008, libro altamente recomendable).

Además, Argentina no cuenta ni con la cantidad de concursos, becas y premios que existen en Chile, el mítico país de poetas (Argentina es y será un país en prosa), ni una especie de obligatorio «acerbo poético», al cual se refirió Pablo Paredes en una de sus lecturas (y retratado su poema Declamación en una escuela municipal de la Cuarta Región de Chile,1992): la escolar tradición chilena de memorizar y recitar poemas clásicos de nuestros nobeles, como el poema XX y el XV de Neruda o Piececitos, de Gabriela Mistral (lo cual me hizo recordar el libro La Manoseada, de Sergio Parra, Eloisa Cartonera, 2007, que muestra las nefastas consecuencias de las ínfulas poéticas nacionales).

Pero pese a todo lo anteriormente dicho al llegar a la feria de libros (principal medio con que el festival se financia) el espectáculo es monumental: editoriales independientes de Chile (Ediciones del Temple, La calabaza del diablo, El contrabando del Bando en Contra), Brasil (revista Inimigo Rumor y Modos de Usar & Co.), editoriales de Buenos Aires y del interior (La Internacional Argentina, Vox, Siesta, Editorial Funesiana, Mansalva, Eloisa Cartonera, Huesos de Jibia…), un crisol de autores, algunos amigos, otros absolutamente desconocidos para mí, y la inevitable tentación de gastar los pocos pesos que me quedan en… ayudar a financiar el festival.

Al terminar mi visita a la feria tengo sobre mi mesa1999, de Washington Cucurto (Eloisa Cartonera, 2007), la antología de poetas chilenos Santa Rosa 57 (Alquimia Ediciones, 2007), Bala Perdida, de Montserrat Alvares (Ed. El billar de Lucrecia, 2007) y el nuevo libro de Pablo Paredes Mi Hijo Down, a presentar en este festival, editado en Argentina por Black & Vermelho.

Espero a que llegue Lu (algún día escribiré sobre ella, largo y tendido, pero ¿cómo escribir correctamente, sobre alguien que me acaricia el pelo tranquilizándome cuando las burbujas del pánico se me suben a la cabeza, que soporta una casa inundada de libros, que ha decidido ser feliz junto a mí?). Espero a Lu para que Pablo Paredes y Ernesto Gonzales Barnert, nos lean sus obras.

Cuando finalmente llega estoy feliz y sin un peso en el bolsillo.

Quizás Mao tenía razón cuando decía que «Leer demasiados libros es peligroso».

3. Niños Poetas


El poeta no es el artífice de la gueva de nada,
es un ciego en un baño de Constitución
todo cagado por borrachos
.
Girri versionado por W. Cucurto


¿Por qué tanta emoción?, me pregunta Lu. ¿Por qué tanta emoción por un simple Paredes, por un tal Gonzales? Y le respondo que porque son chilenos como yo y tienen más o menos mi edad. Son mi generación, compartimos los horizontes de nuestra literatura, nuestra época, nuestros modelos de espanto.

Porque Paredes presenta Mi Hijo Down, su cuarto libro.

Conocí la poesía de Pablo gracias a los videos de sus lecturas subidos a YouTube, y que encontré por el azar, para luego compilar varios poemas aparecidos en páginas y revistas electrónicas. En mi último viaje a Chile conseguí El Final de la Fiesta, su segundo libro, editado en el 2005 por «La Calabaza del Diablo», que terminó por convertirse simplemente en uno de mis libros favoritos… La noche, los miedos y las clandestinas felicidades de una poética donde todos nos sentimos la niña fea de la fiesta, con toda su dignidad y desesperanza.

Pero Mi Hijo Down me parece su libro más bello, sabiendo que decir bellos es también decir muy poco. ¿A qué se parece esta obra de Paredes? Se parece a un poema de Paredes: una poesía que «se caotiza, grita, corre, sufre, piensa la muerte como un niño con cáncer piensa la muerte» [6].

Punto de inflexión en su escritura, una voz más descarnada todavía, el abandono de la «gran fiesta latina» por el hogar de clase media flanqueado tanto por la anormalidad como por los simulacros de la normalidad. El oficio de poeta como una falla congénita, como disfunción genética. La marginalidad de las voces de Paredes ahora en la periferia de los cromosomas (los niños malos del barrio se hacen padres y de ellos florecen dulces hijos con retraso).

Además del desafío de rescribir las voces de las dos grandes «Mamis» de Chile: Violeta Parra (en las décimas de Las Enfermitas Sagradas de Chile) y Gabriela Mistral (Los Niños rotos como dialogo o replica a Ternura, no canciones para dormir sino canciones de despertar).

Vale la pena destacar además su puesta en escena: la lectura de Paredes, entre descarnada y emotiva, es quizás uno de sus puntos más fuertes y uno de los elementos que lo ha hecho destacar en el panorama poético (una puesta en escena que fue capaz de soportar y salir más que bien parado el desafío de que un gordito rubio y sus amigos —los miembros del grupo «Maldita Ginebra»— que tras un estrepitoso trompetazo, lo retaran, recién iniciada su lectura, a un «Duelo de Poetas»… una de las escenas del festival que quizás quede para la historia).

Si tuviéramos un hijo con síndrome de Down sé que pondríamos una silla sobre el techo para que subiera a ser la bandera de nuestra patria./ (…)/ Anoche gastaste todo tu dinero en alcohol y todo eso fue para que yo durmiera a tu lado y soñara con arañas blancas que va pariendo el viento. Si tuviéramos un hijo con síndrome de Down me gustaría que soñara ese sueño./ (…)/ Si tuviéramos un hijo con síndrome de Down no podríamos dejar de amarnos ni aunque muriésemos masacrados por la pobreza./ Si tuviéramos un hijo con síndrome de Down tú le comprarías una ropa tan linda que yo no podría dejar de llorar y besarte/ pero ni te imaginas MI amor/ ahora piensas en que el sexo de toda cosa es un infierno sin darte cuenta de que saltan diablos bolivianos de tu pecho al mío y el resto me importa un caraj / ahora piensas en nuestro hijo Down/ piensas en su nombre de hombre y en la agüita bautismal que regurgitarás sobre su pecho./ (…)/ Mírale la carita a nuestro hijo/ se parece tanto a nosotros que nos hemos convertido en Down y somos felices para siempre». (Pablo Paredes, fragmentos de Un Hijo con Síndrome de Down).

Si la Arlt quería hacer literatura como un «cross a la mandíbul», Gonzales Barnert parece querer volver la poesía una patada a los riñones. Poeta, editor del portal www.letras.s5.com, donde se ha fomentado la difusión de la poesía dedicándose a entrevistar a diversos escritores (emergentes y emergidos), además de ser miembro fundador del grupo «Santa Rosa 57» (grupo del que también es miembro Andrés Florit C. con quien compartí una infancia futbolera entre los blocks de la Villa Frei).

Su poema sobre pepinillos, que fue el preámbulo de mi jornada, es parte de su libro Higiene, publicado por Ediciones del Temple el 2007.

Dividido en dos partes, la homónima Higiene y A los riñones, desarrolla una escritura que tiene como centro el oficio de poeta, o como señala Cesar Cabello, «una “poética de la autoflagelación”, en la que se vuelve necesario limpiar o purgar la culpa por abandonarse a la práctica de un arte condenado» [7].

Así, y en esta búsqueda, termina por desenvolverse básicamente sobre tres tópicos: la derrota (o algo que se le asemeja a la derrota que es el desasosiego), la estridencia de las palabras en su sonoridad pura (que a su vez se enlaza al problema de la incomunicación. Estridencia de un significante con un significado en el vacio) y la conflictiva relación escritura/vida, en especial cuando la vida se ve deformada por la caligrafía del autor, es decir, es derrotada por la pluma («cada texto como un desierto en el que te entregas a morir», es(des)cribe), sumado al panorama desolador en que «La verdad esta repleta de muchachos sin talento».

Poemas mínimos, algunos cercanos al aforismo («Todo caballo golpea a oscuras su cerca») o al haiku (como (pink moon) o Y al sentirme amenazado fui hostil), veloces pero a la par de poemas tan espesos como (Fuki Nagashi) o Unas trufas indiferentes al hambre del cerdo, un péndulo que va del cero al infinito de página en página, y que leído en vivo (como en esa jornada de julio) dejan florecer toda su sonoridad estridente, en una voz raspada, sinuosa, llega al punto de emocionar como con el poema El tallador de crucifijos (fragmento de trabajos de Luz sobre el agua - letras.s5.com/egb051207.html):

«Talla mal al Cristo,/ el dolor como si fuera el suyo,/ los ojos como si le vieran misericorde/ a cada sacado./ Y falla./ Falla cada golpe con que exacerba las llagas/ como si no tuviera suficiente ya./ Falla al recordar con odio en sus oídos las risotadas/ con que le hicieron subir a la colina./ Falla si los clavos que cruzan sus rodillas no son también los clavos/ que atraviesan a todos los arrodillados que no son escuchados/ esta noche. No pueden esperar más./ Esos que rezan con miedo,/ desesperación/ a la orilla de una cama o en una sala de clases y apenas juntan las palabras;/ esos que un pasillo de hospital o templo/ cierran los ojos y te piden con su propia vida a cambio/ y no son escuchados./ Talla mal al Cristo y lo sabe./ Como sabe que quien trabaja en la madera de los/ hombres,/ su arte,/ no dice basta. Orden./ Impune canta: “no a la usura”, “Yo no busco tocarle las bolas al becerro de oro”./ Y su familia muerde el pan exiguo./ Talla mal al Cristo/ si hace que las espinas corten;/ las uñas no estén sucias de tierra y arena/ sangre y tinta;/ Porque ya no es un juego./ Porque la iglesia a esta hora es una cueva de ladrones./ Porque soy un hombre que no ha perdonado/ y lo que sale de mis manos/ no sirve para vivir/ en temor de Dios/ o en amor al prójimo».


Post-Scriptum


Estoy sentado con Lu en el Centro Cultural Rojas junto a mi taza de café, ya vacía, y la certeza de haber sido feliz, o algo parecido a ser feliz (pero también sé, con una certeza matemática, que en algún momento no muy lejano, algo, o todo, empezara a andar mal), Lu me mira como si fuera el niño más alegre y más tonto del mundo, y yo la miro tratando de decirle que la sombra perseguidora del mundo, la tinta negra que nos sale del hígado, puede engendrar hermosos hijos.

Nada… sólo eso les quería contar.


NOTAS:

[1] Pablo Paredes, de El final de la Fiesta, Ed. La Calabaza del Diablo. 2005. Santiago de Chile.

[2] Roberto Bolaño, de La Universidad Desconocida, Ed. Anagrama. 2007. Barcelona.

[3] Roberto Bolaño, de La Universidad Desconocida, Ed. Anagrama. 2007. Barcelona.

[4] Ernesto Gonzales Barnert, de Higiene, Ed. Del Temple. 2007. Santiago de Chile.

[5] De lo que no se puede hablar con claridad mejor es callarse - Ludwig Wittgenstein en Tractatus Logico-Philosophicus.

[6] Pablo Paredes, de Mi Hijo Down, Ed. Black & Vermelho, 2008. Buenos Aires.

[7] Cesar Cabello, Una pequeña épica de la derrota. A propósito del libro Higiene, de Ernesto Gonzales Barnert, http://www.letras.s5.com/egb3004081.html.


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Juan Carlos Moraga Fadel nace en Santiago (Chile) en 1983, en 1999 se radica en Buenos Aires, donde cursa estudios de Sociología y Filosofía. Ha publicado variados artículos para revistas (en papel y virtuales) y presentado ponencias en congresos y simposios sobre los temas más variados. El tema central de sus investigaciones son la fotografía y los problemas de las nuevas corrientes estéticas. Actualmente trabaja como docente en la Universidad Católica de La Plata.

Web del autor: Los sociólogos salvajes - lacoctelera.com/lossociologossalvajes

ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: Foto del cartel del festival «Salida al mar», portada del blog del mismo: (http://salidaalmar.blogsport.de/)


· Artículo publicado en Revista Almiar, n.º 41, agosto-septiembre de 2008. Reeditado por PmmC en octubre de 2019.


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    Revista Almiar (2001-2019)
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