Christina Rosenvinge

Christina Rosenvinge

La ambigüedad y el equívoco

Entrevista por Guillermo Ortiz López

El público se vuelve loco cuando acaba Toc, toc, el eco de las teclas del piano como nudillos contra una puerta. A Christina no le gusta componer en castellano, pero sigue siendo la lengua en la que mejor transmite y los cien invitados lo agradecen. Es la tercera canción de un recital que durará una hora y media, en La Casa Encendida, barrio madrileño de Embajadores. Presenta su nuevo disco Continental 62, probablemente lo mejor que se ha publicado en música española en lo que llevamos de año.

Todo empezó hace una semana, en la Plaza de la Paja. Ya por entonces Toc, toc y Teclas negras combinadas con A liar to love, el primer single y, con mucho, la canción más comercial del disco. Christina que llega tarde, veinte minutos, más incluso... Yo, que entro y salgo del Delic como un recién llegado a mi propia ciudad y decido quedarme finalmente en la barra, pero sin pedir nada, dudando si nos quedaremos al final ahí o iremos a otro lado; si vendrá ella sola o traerá a gente de la promotora, la discográfica...

Es una figura que intimida. Hay en torno a ella un halo de misterio, de devoción minoritaria. Christina Rosenvinge estaba a principios de los 80, de adolescente, con Ella y los Neumáticos —«aunque me pillaron muy joven, tanto, que no recuerdo casi nada...»—, estaba a finales de la década con Álex de la Nuez rompiendo las emisoras con Chas y aparezco a tu lado —«era una época desalmada, de yuppies, de cocaína, de cinismo...»—, estaba a principios de los 90, asombrando con Que me parta un rayo —«fue un éxito porque era una de las primeras muestras de rock femenino, antes sólo estaba Aurora Beltrán»— y ha permanecido en un segundo plano comercial durante los últimos quince años, sin dejar de trabajar en ningún momento, viajando de Nueva York a Madrid y vuelta, mezclando el grunge, el after-rock, el pop más europeo, el folk a lo Dylan o su querido Leonard Cohen...

La base flotante y algunos datos muy concretos

Ahora, con el cambio de compañía —ha creado un sello propio, Soster Records, pero en colaboración con DRO— su cara vuelve a verse en la televisión y sus canciones en algunas radios. No espera un gran éxito —«he perdido al público flotante de principios de los 90, eso es cierto...»— pero sí sabe que tendrá suficientes incondicionales como para que merezca la pena el esfuerzo —«...la base se ha afianzado desde que me fui a Nueva York. Ahora son menos, pero son más fieles»—.

Aunque el disco no fuera una maravilla, en cualquier caso, ella tendría un lugar en esta sección. Como lo es, mejor para todos. Estoy terriblemente empequeñecido, y lo estoy desde hace muchos días. Creo que sólo me ha pasado esto una vez antes, con Nacho Vegas, y ya me encargué de ir con suficiente sueño como para no enterarme de nada. La compañía, ayudó, también, y ahora, además de empequeñecido, estoy solo.

Aparece. Sin compañía. Mirando a todos lados en busca de un gesto: abrigo largo, y gafas de sol puestas, aunque ya son casi las siete y empieza a oscurecer. Nos saludamos, paseamos juntos por las distintas salas del bar y llegamos a la conclusión de que mejor ir a otro lado: hay mucho ruido. «¿Llevas grabadora?», pregunta sin mirarme. «No», contesto, «sólo apunto, la idea es quedarse con impresiones generales y no tanto con palabras textuales».

Sin embargo, antes de empezar con las impresiones generales, vamos con una serie de datos muy, muy textuales: El músico que más le gusta y que más le ha influido es Leonard Cohen. Sus directores españoles favoritos son Isabel Coixet, Daniel Calparsoro y Ray Loriga, su pareja sentimental. La película española que más le gusta es Arrebato, de Iván Zulueta. Su película preferida de todos los tiempos es La mujer de al lado, de François Truffaut. La última vez que disfrutó en una sala de cine fue con Caché. Ahora mismo escucha una recopilación de Stravinsky, hace cinco años escuchaba a Broadcast y Berth Gibbons, hace diez, a P.J. Harvey, hace veinte, a Prince y Françoise Hardy. Se acuerda con precisión de lo que escuchaba en cada año, hasta el punto de que si le hubiera preguntado por 1984, hubiera contestado algo distinto.

Dentro de diez años se ve «a punto de sacar su mejor disco».

En definitiva, todo en Christina: su manera de hablar, su manera de estar, su estética, su música... es una mezcla de película francesa con banda sonora americana. Bueno es que queden todos estos datos aquí, desde el principio, para que se entienda mejor lo que vendrá después.

Los 80, ese gran equívoco

Pequeño resumen: nos habíamos quedado en la semana antes del recital que se cierra con Teclas negras —«las teclas negras de un piano nunca se tocan. Las blancas, sí, y pueden ser realmente arrogantes»—. En concreto, caminábamos del Delic a otro bar más tranquilo, a la vuelta de la Plaza de la Paja, dejando atrás la Plaza de la Cebada y en dirección a Bailén. Ahí estamos ahora: yo le hablo de mi tío —uno de los «Subterráneos» de su primer disco en solitario— y ella me habla de su marido—mi escritor favorito y una de las razones por las que me decidí yo mismo a escribir—.

Hay un desajuste evidente: yo tengo un cuestionario larguísimo y ella tiene poco tiempo. Mala combinación. Sus hijos juegan en un parque y tiene que recogerlos y es mejor que empecemos cuanto antes.

De acuerdo.

Las primeras preguntas son obligatorias: ¿cómo ha encontrado las cosas después de su «exilio» en Nueva York? «Vivo en la inopia y no pienso salir de ella», dice, en general, pero advierte algunos cambios en el mercado: «Se ha radicalizado, y, de alguna manera, se ha abierto. La música ya no la hacen bandas, como en los 80, sino que sólo se pretende agradar. No hay casi productos para gente con inquietudes y eso hace que los que sí las tienen destaquen mucho más». Por ejemplo, Nacho Vegas, La Buena Vida, Marlango, Diego Vasallo, su gran colaborador Suso Saiz...

De hecho, viene de Cádiz, donde ha estado con Bumbury y Nacho Vegas. Ya hace meses, Nacho me comentaba que le encantaría colaborar con ella pero la cosa «no acaba de concretarse». De momento, queda el proyecto en común Blue raincoat, un homenaje a Leonard Cohen.

¿Su disco? No tiene grandes esperanzas, ya quedó dicho. Viene de Nueva York, donde los músicos lo son por devoción, no por discos vendidos, y mantiene esa postura desapegada, distante... «Vivo siempre en el equívoco», dice, refiriéndose a esa mezcla de pasado comercial y presente innovador. «La gente saca demasiadas conclusiones por el aspecto. No se llega a un equilibrio, nadie lo entiende realmente». La imagen es tan importante que le ha encargado a Ray las fotos del interior.

En general, le disgusta dar explicaciones, y no parece demasiado cómoda en la entrevista. Nada personal, me parece. De hecho, cuando nos salimos del cuestionario está amable, y sonríe y dice cosas como «detesto que digan que tengo un pasado que superar, parece que hubiera sido ayudante del Doctor Mengele» y yo, como fan pre-adolescente de Álex y Christina, defiendo al grupo y ella coincide: «Era lo mejor que sonaba en España a finales de los 80, lo que pasa es que nos superó por completo. Íbamos a ir hasta a la OTI».

Pregunto si alguna vez fueron portada de Super Pop y remarco que a mí me ENCANTARÍA ser alguna vez en la vida portada de Super Pop, pero no lo recuerda. Sonríe y hace memoria pero no, no lo recuerda.

«Que me parta un rayo», el «grunge» y la libertad en forma de explosión

Desde luego, eran años equívocos. Mientras las radios comerciales vendían el producto, Christina seguía otros caminos. Eran los días del «lado salvaje», los que acabaron con Sara, la protagonista de Tú por mí, los que acabaron explotando en Que me parta un rayo (1991), un referente en la música española de la década. «Fue una explosión de algo contenido, una liberación... ni siquiera tenía miedo, la verdad es que me daba igual todo. Escogí un grupo de músicos en los que confiaba». Entre ellos, Pancho, ya lo he comentado, «en parte porque me había gustado mucho No me importa nada, y la manera de componer de su hermana».

Explosión y liberación. Los años 90 representados en el grunge y la figura de Kurt Cobain, de quien acaba de escribir un artículo para la revista Vogue. «Fue la conciencia punk. El problema del grunge es que fue fagocitado en seguida, no tuvo espacio. Sólo con el suicidio de Cobain, el movimiento alcanzó respeto. Hasta entonces se había trivializado, a pesar de que el propio Cobain era un compositor fantástico».

Volvieron los 80, ¿cuánto queda para que vuelvan los 90? Ella debería saberlo. El batería que le acompaña en sus conciertos es Steve Shelley, miembro de Sonic Youth. «Cambian los nombres, pero sigue lo mismo. Es el esquema que lleva de la Velvet Underground a los Strokes». No le da demasiada importancia, y cuando Christina Rosenvinge no le da demasiada importancia a algo, créanme, se nota.

Ha acabado su té, yo he acabado mi descafeinado. Sus hijos no están en el parque, pero, por no ser descortés, se queda un rato más contestando preguntas, en un banco de la plaza. Me estoy empezando a quedar frío. Soy muy bueno cogiendo gripes.

Nueva York y Madrid: del 11-S al 11-M

Los años de Nueva York: «En 1999 era un pequeño paraíso y yo tenía muchas ganas de aprender. Era el mejor sitio para ir y tenía ganas desde hacía mucho tiempo». Allí nació el primero de sus hijos, allí vivió el 11-S, camino del estudio de grabación de Sonic Youth para preparar Off Screen, hasta ahora su mejor disco, en su opinión. «Nadie podía con el drama. Los americanos intentaban buscar el lado positivo, apelar al heroísmo, pero el duelo estaba en todos lados: la gente ni siquiera salía a la calle».

Al poco de volver, le tocó el 11-M: «Lo que se ha hecho por olvidar, en Madrid, es asombroso. Debe de ser el espíritu latino... El dolor es parecido, su expresión, desde luego, muy distinta».

En cualquier caso, y aunque, como decíamos al principio, la experiencia neoyorquina la ha dejado un poco al margen del gran mercado español, el recuerdo mezcla una expresión de satisfacción y melancolía: «Lo que aprendí es a creer en el riesgo y disfrutar de las pequeñas satisfacciones. Vivir fuera del negocio». Disfrutar de lo que se hace, en una frase.

Una anécdota al respecto: por primera vez desde que hago esta serie de entrevistas, su promotora parecía encantada de que se fuera a publicar en un medio pequeño como Almiar. No es ninguna tontería, generalmente las discográficas nos miran con recelo y sólo empiezan a mostrar interés cuando les menciono mis colaboraciones en otros medios mucho más grandes en términos de visitas.

Sea por la herencia neoyorquina, o francesa, o por lo que fuere, si Christina intimida es porque aprecia el talento, porque cree en él, porque lo demuestra. Quizás, al leer esta entrevista, pueda parecer fría. Quizás, incluso, a mí me pudo parecer fría en algunos momentos. La clave está en su propia afirmación, recuerden: «Todo son equívocos. Nadie parece enterarse». Uno elige la imagen que muestra, pero no elige la imagen que los demás reciben y crean.

El recital termina y el auditorio es un clamor, y, sí, a ella y a Ray les rodea cierto malditismo misterioso y sus letras hablan de «Pierrot, le fou» y sus palabras evocan a Leonard Cohen, pero hay algo más. El equívoco. Algo así como François Truffaut de actor secundario en una película de Steven Spielberg.

«Me encantaba cuando mis fans eran niños». ¿Acaso no es una frase terriblemente entrañable?


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Reportaje por Guillermo Ortiz López
* Página web de Christina Rosenvinge: christinarosenvinge.com
* Página web de Guillermo Ortiz: guilleortiz.com
* Fotografía de inicio:
Roberto Ortiz (Lic. Creative Commons - 2004); fotografías artículo reproducidas con permiso de C. Rosenvinge para esta entrevista ©.


▫ Artículo publicado en Revista Almiar (2006). Reeditado por PmmC en octubre de 2019.

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