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La Edad De Los
Protagonistas

(EL HOMBRE DEL TRAJE GRIS)

por

Cristian Alcaraz




«Muy bien contada, con una sequedad hiriente y un sentido muy preciso del tempo, con personajes episódicos muy bien trazados, La Edad De Los Protagonistas, se emparenta en valor literario con La Buena Letra, de Chirves, y no desmerece al lado de nuestra novelística más celebrada. Su tema es la desintegración del Yo en una época en la que el Yo era una soflama. Su apariencia de thriller deja paso al diario, y éste se cierra para abrir, en la última parte, una impugnación de la justicia. Novelas así nos reconcilian otra vez con la literatura». Con estas líneas, que más que una crítica parecen un abrazo hecho de palabras, ha sido recibida la primera novela de Gabriel Ramírez, La Edad De Los Protagonistas (Dilema Editorial), por la crítica periodística nacional.

Nos habíamos citado, el autor de dicha obra y yo, a eso de las tres. Yo he llegado puntual a la entrevista, y él puntual más diez. Lleva traje y corbata y el pelo a raya, liso hasta lo obediente, como uno imagina que sólo puede llevarlo alguien que, al igual que él, haya estado sentado frente a frente con Rouco Varela. Su aspecto es el de un tipo en constante disposición de darte una tarjeta con su nombre y su empleo impresos. Pero eso tiene una explicación. Si uno atiende a sus datos biográficos, se encuentra con un Currículum Vitae que parece el de tres personas a la vez: Cursó estudios de marketing y gestión comercial, y es master en gestión comercial internacional. Cursó también ciencias religiosas y, por si fuera poco, tres años de Escritura Narrativa en la Escuela Oficial de Letras de Madrid.

En la actualidad, parece haberse decidido por llevar las tres vidas a la vez. Es director comercial de una compañía de seguros (a cargo de Monseñor Rouco Varela), profesor de Escritura Narrativa en la escuela de letras, responsable del área de creación literaria del liceo Europeo y marido y padre de tres niños en estos tiempos en los que a edad de emancipación de los hijos está a punto de solaparse con la edad media de jubilación.

Hace algún tiempo —me comenta el propio Gabriel— alguien me dijo que había que hacer una serie de cosas en la vida: casarse con la mujer ideal, tener hijos, bueno, ya sabes.... y, por supuesto, encontrarle un sentido a la vida, y un espacio en el que desarrollar ese sentido. El sentido yo lo he encontrado en la teología —soy cristiano practicante— y ese espacio en el que el mundo no se me pone en contra, o no demasiado, es la literatura. La literatura es el espacio donde nos está permitido corregir la vida.

Estamos sentados frente a frente en un aula vacía de la Escuela Oficial de Letras de Madrid, a la que nos hemos trasladado porque ninguno de los dos nos fiábamos de las posibilidades de mi grabadora del siglo pasado de salir indemne de entre el ruido ambiente del bar en el que nos habíamos citado.

Gabriel transmite una gran confianza en sí mismo al contestar. En ocasiones, al estirarse sobre el asiento, antes de dar una respuesta, da la sensación de ir a expandirse por la habitación, y cuando sonríe, lo hace de una forma socarrona, como invitándote amablemente a un reto.

Jesús Ferrero, el novelista, fue una de las primeras personas a quienes llegó la novela, y accedió encantado a escribirle una presentación. En ella, aparte de una magnífica —e involuntaria— re-interpretación del verso original de Suñén que da título a la novela, nos deja una serie de referentes en los que considera que puede verse reflejado el autor de La Edad De Los Protagonistas: Salinger y Camus, principalmente. Mis autores de cabecera son Kafka y Camus. Leí La Metamorfosis y El Extranjero con doce años. Fueron, digamos, mis dos primeros libros de adulto, y también la razón de que me metiera en todo esto. Me parecieron dos novelas soberbias y me impactaron mucho, aunque quizá un poquito más Camus.

Entonces asumes tu novela como existencialista.

No, claro que no. Pero es que Camus tampoco lo es. La gente lo encasilló ahí, y ese es el problema, que en realidad no lo es. Él mismo lo dijo muchas veces, no me estoy inventando nada. Incluso La Peste es una novela en la que uno puede leer acerca del silencio de Dios, hacer muchas otras lecturas, pero desde luego no es nada existencialista. Yo creo que mi novela se aleja mucho del existencialismo, está en el polo opuesto.

Camus no era existencialista. Perfecto.¿Quién más lo sabe? —sonríe—. ¿Cómo calificarías entonces tu novela?

No me gustaría encasillar mi novela en ninguna corriente, no creo que lo esté, pretende sólo ser literatura. Mi novela tiene poco que ver con una idea preconcebida, de hecho lo he evitado a conciencia. Date cuenta que Tocornal no hace nunca lecturas de cuanto sucede, ni tampoco el narrador. Éste se limita a dejar constancia de cuanto ve, y punto. No voy a hacer yo lo contrario.

El título, bonito fuera y dentro de este libro, proviene, como ya se ha dicho, de un verso de Juan Carlos Suñén, poeta con P mayúscula, director de la escuela oficial de letras de Madrid y el único hombre que conozco capaz de componer un verso, tocar la batería y dar cuenta de una cantidad improbable de Gin Tonics todo al mismo tiempo (y capaz también, como los mejores alcaldes, de saludar a cuatrocientas personas en una sola noche de fiesta y no recordar a ni una sola de ellas la mañana siguiente). Gabriel, según confiesa, no supo resistir la tentación de acoger como suyo un verso regalado por un poeta de la talla de Suñén.

Y fue el poeta en cuestión quien primero me comentó que ni él ni ninguna de las personas literariamente próximas al autor terminaba de creerse que Gabriel, devoto marido, devoto trabajador y devoto devoto, hubiese escrito un libro como aquel, con un personaje central tan ambiguo como Tocornal. Tratándose de una primera novela, todos esperaban verle asomar de vez en cuando de entre los personajes y la trama para saludar a su mujer y a sus tres hijos, a un vecino quizá, pero ciertamente, ni siquiera parece una primera novela: Distancia temporal, de circunstancias vitales... ni siquiera tenemos la figura de ese joven que pretende llegar a ser escritor algún día.

Yo tengo una forma de ser muy característica, y la gente que me conoce no termina de verme allí, detrás de cada página. Por supuesto, me halaga. Distanciarme del texto me parece fundamental. Yo no digo que el autor no descargue su experiencia en el texto, pero tienes que crear un personaje que la soporte, y que haga de esa experiencia algo propio, que evolucione como ser independiente, hasta donde tenga que llegar. El germen de esta novela es autobiográfico. Pero todo esto no es más que algo en lo que uno puede apoyarse. Una vez quiere uno quiere contar una historia, hay que transformar toda esa materia en favor del texto. Y sí, supongo que sí, que a veces, cuando uno lee una novela, lo que está esperando es que el autor acabe por aparecer, con un sinfín de imágenes poderosas y demás. Pero eso no es lo que requería mi novela.

Gabriel no se arrepiente de que sus estudios hayan ido siempre encaminados en «la otra dirección», porque con ellos ha conseguido ganarse la vida hasta ahora, y mantener todo lo que este hombre habrá tenido que mantener, pero sus verdaderos intereses, según me comenta, están en la literatura. De hecho, lleva ya unos meses inmerso en su segunda novela, de la que sólo me comenta que «no tiene absolutamente nada que ver con la primera. Nada». Siempre le estará agradecido a su hermano, fallecido tiempo atrás, por haberle enseñado la forma correcta de acercarse a la enorme biblioteca familiar.

¿Por qué otra novela sobre el franquismo?

La novela está ubicada en esa época, en parte, por una serie de inquietudes personales: Provengo de familia militar, y siempre hemos tenido mucha relación con el ejército y la policía. Yo oía cosas de niño, y siempre tuve esa inquietud de saber qué estaba pasando. Más adelante, en la hemeroteca, descubrí cosas a las que no me había estado permitido el acceso: Toda aquella violencia, todos aquellos excesos... Fue ese hecho de vivir entre mucho Caqui, lo que me llevó a replantearme una serie de cosas. También la curiosidad que me generaba pensar en cómo de la brutalidad de nuestro pasado se puede pasar a una sociedad como la actual, cómo el rencor y el odio desaparecen. Pero, aunque hay detrás muchas horas de No-Do y de hemeroteca, no pretendía ni mucho menos hacer una novela sobre el franquismo. No quería hacer una novela de tesis, ni histórica, ni sobre el bien o el mal. He tenido, en realidad, que eliminar muchas páginas, porque se aproximaban demasiado a eso. El franquismo es sólo el contexto ideal para la historia y el personaje. Alguien como Tocornal no puede vivir en un país de hadas, tiene que vivir en un lugar como ese. Además, lo que yo conozco es España. ¿No te pasa a ti también que cuando un autor español le pone a sus personajes Jimy o Stanley te da como un rechinar de dientes? ¿Por qué no ponerle Gregorio?

Supongo que por influencia del mercado cada vez más lo que es ficción va asociado a lo anglosajón, al cine y la música americanos y británicos.

Claro, y luego otra cosa. Tampoco he querido olvidarme de que mi libro va a venderse, principalmente, en España. Para mí es otro logro de la novela. todo el mundo sabe que Tocornal está en Madrid, se lo imaginan así, aunque jamás se dice directamente, todo el mundo lo sabe. La única referencia es, justo al principio, cuando Tocornal entra en comisaría, hay un cartel que reza «Franco manda, España obedece». A pesar de evitar voluntariamente casi toda descripción, la España franquista está ahí, se siente.

cinco pesetas

En la época en la que está ubicada la novela, la España de los años cincuenta, es decir, antes del boom económico que provocaron los tecnócratas al entrar en el régimen de Franco, es aún la época en que más claramente la iglesia y la policía españolas son órganos de represión, uno moral, el otro físico/legal. En cambio, en La Edad De Los Protagonistas, aquellos que deciden jugarse el físico para salvar a otros a quienes ni siquiera conocen, son un policía y una monja.

Sí, es cierto. La iglesia como institución, con las actitudes que tuvo como tal, está representada por ese sacerdote que aparece hacia el final, que va acompañando a la gente al paredón y que es un personaje que roza lo malvado, y la policía por los compañeros de Tocornal, que le persiguen. Pero luego están las personas: Siempre he supuesto que, aunque Tocornal es ficción pura, debió haber gente que se la jugaba, sin saber porqué y sabiendo que no iban a conseguir nada, pero se la jugaba. Y aunque ciertamente eran órganos de represión, también eran los que tenían el poder para salvar. Porque de eso va la novela: Del uso del poder. Podían permitírselo, podían hacer uso de ese poder hacia un lado o hacia el otro. La diferencia está en el uso que unos y otros pueden hacer de ese poder. Es más, a Tocornal le eliminan por un crimen que no ha cometido. Ahí se ve el extranjero de Camus. Le condenan por salvar gente, no por matarla. Y ha matado gente, la ha matado, pero le condenan por salvarla.

La novela de Gabriel explica la historia de Pepe Tocornal, un policía español en tiempos de Franco, que decide desafiar el orden establecido y jugársela para salvar la vida a aquellos a quienes el Régimen ha decidido aplicarles su propia idea de la justicia. A lo largo del libro, asistimos al proceso de destrucción del propio Tocornal, a su camino hacia la locura, entre la inutilidad y la incomprensión de sus esfuerzos por ayudar a los demás. El texto, especialmente en su primera parte, es un prodigio de selección y condensación. En este fragmento inicial, el más largo del libro, cada situación aporta únicamente lo justo, con respecto a la anterior, para que la trama avance hacia su desenlace, sin adornos ni pausas, consiguiendo con ello, junto con el hábil uso de unos diálogos insertados en el propio párrafo y de un tono seco hasta lo doloroso, la sensación de estar asistiendo desde el principio a una condena, a un final inevitable, y trasladando también a un nivel formal la relectura del nuevo testamento que supone la novela. El lenguaje utilizado es parco, tosco incluso. Todo esto se ve en parte compensado, de cara al lector poco iniciado, por una trama no sólo de lo más movidita (tiros, asesinatos a sangre fría, monjas transgresoras de la ley), si no por un estilo de lo más visual, lo que suele llamarse «cinematográfico». Aún así, uno diría que se trata de una obra arriesgada, porque no deja de pedirle un esfuerzo de reconstrucción al lector, un extra de atención, e incluso la osadía de una segunda lectura.

Yo quería que el lector se sumergiese en lo que sucedía, por eso la narración es tan visual. El lector tiene que pensar a toda velocidad en la primera parte de la novela, y se da cuenta además de que debe volver a leerla. Creo que al terminar esa primera parte uno se ve obligado a saber cosas, necesita una explicación de lo que está pasando, y es entonces cuando se encuentra con Tocornal. De ahí el cambio de registro, el paso a los diarios para que él mismo se explique. Ahí sí que de verdad se exige una implicación con la novela. El que llega hasta ese punto ya ha sufrido mucho con Tocornal, pero necesita esa explicación. ¿Cómo un tipo puede ser tan grotesco y encima creérselo?, porque el tipo, por si fuera poco, va de mesías por el mundo. Y fíjate que a mí no me parecía arriesgada esa construcción. A mí me parecía, entre comillas, comercial, porque intento que la trama, que para un lector no habitual es lo que más llama la atención, sea entretenida, y muy visual. Cierto que es seca, pero si me hubiera detenido a recrearme en descripciones, en añadir imágenes, se habría perdido esa sensación de inevitabilidad, y sobre todo, el tempo narrativo. Si yo hubiera añadido una sola frase de más en cada párrafo, creo que la habría jodido. Los tonos los he cuidado mucho, pero los alientos más. La ha tenido un año dándole vueltas en la cabeza, antes de cerrarla del todo.

Al principio vemos a un Tocornal más joven e impresionable, en desacuerdo con los métodos de sus compañeros, sin duda distinto del Tocornal final, cuya actitud durante todo el juicio es la desear que todo acabe y morir.

Yo creo que la actitud de Tocornal no es la de desear morir, si no la de salvar a los demás. De hecho, carga él con las culpas. Podría haberse librado quizá de meter un poco más de caña. Tocornal lleva hasta las últimas consecuencias su uso del poder, y su poder, en ese momento final, es la palabra.

—Entonces, ¿qué pretendías reflejar con esa frialdad final del personaje?

Es que es un poli, ha tenido un trabajo de poli, una vida de poli, ha visto cosas horribles. Tocornal ha matado a gente y ha salvado a gente. Yo creo que al final decide trabajar de loco, se dice a sí mismo «me voy a descojonar de todo». Es un hombre que trabaja por hacer lo mejor posible su labor, pero nunca lo consigue.

—Porque encima, nadie le agradece nunca el ser salvado...

Bueno, es que a la vez que les salvan les están jodiendo la vida. Les dan una paliza, los meten en un maletero, los echan del país... no pueden agradecerlo, ¿no crees? Aunque no tengan más alternativa a eso que la muerte, es difícil de agradecer.

—¿Porqué una visión tan pesimista del mundo?

Es una visión pesimista de lo que pasó, pero no de la vida en general. Pero no una visión pesimista del autor, el autor es muy optimista. Lo que quiere decir esta novela es que «el mundo sigue», a pesar de toda la mierda que hay, el mundo sigue porque hay gente que lo hace así. La importancia de su padre, del hecho de que no le haga caso, es brutal, el propio hecho de que sea eso lo que le venga a la mente cuando está en la cárcel pasando sus últimos días es tremendamente significativo. Lo que yo sí temía es que la novela no se entendiese, una segunda lectura, te va abriendo puertas a todas las lecturas que tú quieras hacer, hay muchos detalles que se te escapan en un primer intento, por la rapidez de la acción. La novela se refiere al papel del ser humano, al papel de la religión en la sociedad... quizá la trama lo enturbia, siendo tan rápido. Déjate de historias que si la monja esto o lo otro, fíjate en lo que hay debajo.

A pesar de la sorpresa que parece haber supuesto la brutalidad del personaje central de la novela para la gente más cercana a Gabriel, él ya había dado muestras en alguna ocasión de que, encontrándose a menos de un metro de la Literatura, puede desafiar cualquiera de sus otras facetas.

Una vez, en una de sus clases de Escritura Narrativa, decidió trabajar a partir de un relato de Marías en el que una mujer nos explica sus aventuras en el mundo del cine porno, con la particularidad de que una parte de esa narración la hace mientras le practica una felación a su compañero de turno. La felación no está explicitada en el texto, pero es, digámoslo así, deducible. El sector femenino de la clase de Gabriel rechazó al unísono el relato: Primero, era machista. Segundo, no les gustaba Marías. Tercero, no «veían» la felación por ninguna parte. Hubo incluso quien llegó a decir que el relato estaba mal escrito. Gabriel, a lo largo de esa y de unas cuantas clases más, defendió no sólo que ahí sí había una enorme felación, si no que se trataba, además, de una de las felaciones mejor escritas de la historia de la literatura, lo cual le sirvió para ganarse unos cuantos puntos de impopularidad, y unas cuantas clases no todo lo agradables que podrían haber sido.


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CRISTIAN ALCARAZ HERNÁNDEZ es miembro del equipo de guionistas del programa radiofónico Desestabilización Cultural (106.5, F.M., Madrid), fue, así mismo, el guionista y director del cortometraje digital Posturas, rodado a finales del 2002 en el centro cívico Can Víes, Barcelona, y que actualmente se encuentra en fase de post-producción en los laboratorios del Centro de Estudios Cinematográficos de Cataluña.
También realizó el guión del cortometraje digital A Holden Caulfield lo encontraron muerto esta mañana; 2001, CECC, Barcelona y de Sonido, Cámara, Acción, proyecto de rodaje para el 2004, productora del CECC, en formato aún por decidir.

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ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: 5 pesetas 1957 reverse, By Raf24 (Own work) [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0) or GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html)], via Wikimedia Commons.


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