La desorientación del hombre moderno


por Mario Rodríguez Guerras

En este artículo se hace una justificación de la posmodernidad como expresión del sentimiento humano contenido que la sociedad económica no permite mostrar.

En el artículo anterior, En busca de una definición del arte, presentábamos dos aspectos que mostraba el arte actual, la vacuidad existencial y la fe en la ciencia como medio de superarla. Y estos los habíamos entendido como la trasformación que había hecho el hombre moderno de dos tendencias artísticas opuestas, el arte griego y el arte romántico. En aquel artículo habíamos mostrado un ejemplo de cómo la ciencia actuaba en el arte: analizando cada uno de los aspectos que componen la obra, y demostrábamos cómo ocurría en la materia que compone la obra.

Llega el momento de analizar el segundo de esos aspectos que observamos en el arte del siglo XX, la desorientación del hombre ante una situación que no es capaz de comprender, pues no concibe cómo el avance científico no le proporciona ninguna satisfacción personal. A diferencia de la cuestión tecnológica, el vacío existencial está comprendido y la mejor forma de exponerle es la de hacer referencia a los comentarios que los críticos han realizado al analizar las obras de arte en las que este vacío se muestra. Quizás, más adelante, tengamos ocasión de atender el contenido del arte en sus máximas expresiones.

Para analizar cómo el arte recoge esta desorientación general reproducimos del libro Arte de hoy algunos comentarios del análisis de la obra de varios artistas. Las citas no se eligen por los autores ni artistas, sino por lo representativo que resulta el comentario para comprender la cuestión de la angustia y desorientación del hombre moderno.

Franz Akermann, por Susane Titz: «En 1998 llevó a cabo el proyecto "songline", un módulo espacial portátil que rodea completamente al observador y lo encierra en sí mismo».

Eija-Liisa Ahtila, por Christoph Blase: «Ahtila hace que las muchachas narren sus vivencias, positivas y negativas, en un tono ni escandalizado ni tímido, sino completamente equilibrado (....) Antes de que uno adquiera sus propias experiencias, ya se las han transmitido otros ¿Por qué excitarse al hablar de ello?».

Nobuyoshi Araki, por Jean Michel Ribettes: «La obra muestra, sin énfasis ni grandilocuencia, a su mujer Yoko...
[en] una sucesión de momentos banales, de situaciones íntimas y de días que pasan (...) Araki fotografía mujeres jóvenes, prostitutas y estudiantes, vestidas o desnudas, colgadas del techo o lanzadas al suelo, con las manos atadas o las piernas abiertas, exhibiendo el órgano sexual o durante el acto sexual. Estas imágenes... presentan a mujeres que, de estar a merced de otros, a pesar de las ataduras de los dolores consentidos, se mantienen intocables: desempeñan un papel, parecen ser algo, mientras que su mirada —casi siempre serena— desafía al observador».

Vanessa Beecroft, por Christoph Blase: «En la mayoría de los casos, las mujeres están vestidas y maquilladas idénticamente: su identidad parece desvanecerse. En unas ocasiones, parecen vulnerables; en otras, respetablemente fuertes. El ambiente oscila entre la ruptura de tabúes e ideales clásicos de belleza, entre la provocación erótica y el encanto de las maniquíes de escaparate desnudas. Como ni los modelos ni el público muestran apenas sentimientos, no está claro qué sucede en la imaginación de cada uno. Tampoco se habla de ello».

Angela Bulloch, por Christoph Blase: «... se interesa por los sistemas que rigen el comportamiento humano. Un mundo complejo necesita reglas para funcionar. No obstante, esas reglas han de probar que tienen sentido en un ambiente de tolerancia y racionalidad. Es la respuesta a un ideal social...».

Wim Delvoye, por Jean Michel Ribettes: «El arte, el buen gusto y la estética son para él, sencillamente, indicios de decadencia de una civilización fracasada y envejecida».

Tracey Emin, por Susane Titz: «Hubiera sido bonito tener una infancia feliz. Pero como no fue así, Tracey Emin, vierte en sus obras toda su rabia, su dolor y su yo herido.... (…) Los recuerdos son la materia; la superación intelectual proporciona las formas...».

Thomas Ruff, por Astrid Wege: «Al cambiar esos parámetros y manipular parcialmente sus resultados con el ordenador, Ruff muestra que todo aparato visual crea la realidad que pretende desvelar».

Jenny Holzer, por Astrid Wege: «Jenny Holzer utiliza las estructuras de los medios de comunicación y de la estética del entorno para meter de contrabando sus mensajes en la opinión pública».

Con esto creemos demostrar la distancia que hay entre la situación emocional del hombre y la material que parecía ser el único problema de la existencia y que está resuelto. Y, por ello, se percata de que hay otras cuestiones que ha olvidado: El hombre queda en esta sociedad reducido a componente productivo de ella, los aspectos emocionales no se pueden tener en cuenta y el hombre finge que no le afectan.

El hombre se siente angustiado, pero la sociedad se muestra indiferente ante su sufrimiento. Lo que no sean cuestiones sociales o materiales no le afectan. Los problemas humanos son ajenos a esta sociedad. La economía funciona, pero el hombre se siente un elemento de producción y de consumo, tiene obligación de consumir para que haya necesidad de fabricar: Se consigue que la rueda gire perpetuamente, esa garantía del futuro proporciona seguridad. El arte es uno más de los elementos del sistema económico de producción y consumo y no importa tanto su calidad como su participación en el proceso.

El hombre que confiaba en la ciencia y la sociedad como panacea de sus males, se encuentra ante una paradoja ya que su situación es debida a unas circunstancias que libremente ha elegido como medio de fomentar la ciencia y no es capaz de superar esta contradicción. No obstante, reclama el arte, pero no como necesidad personal, sino como exigencia social, como derecho establecido.

Si el hombre expresa su angustia es porque no ha conseguido superarla, por lo tanto, el arte no es capaz de proporcionar consuelo metafísico a este hombre, resultado de una sociedad de producción, como al anterior, procedente de una cultura cristiana o budista que le enseñaba la resignación y que con el arte aspiraba al conocimiento puro para olvidarse del interés y superar el dolor dejando en suspenso la voluntad. Tampoco está el hombre preparado para poner en práctica las enseñanzas de Zaratustra de exaltación de la vida que no predica anular la voluntad, predica aumentarla. El arte mostraría la alegría de la vida.

Si hasta el arte es incapaz de proporcionarle consuelo, el hombre está obligado a resignarse. La solución de esta situación no será, pues, la satisfacción del hombre, será su adaptación a la sociedad de producción. El valor del hombre es el de su utilidad económica. No ya la sociedad, la economía, trasciende al hombre. No hay solución a los problemas humanos, sólo sabemos resolver cuestiones económicas, desatendemos lo imposible y nos ocupamos de lo inmediato. Esta es la forma de vida. Siempre ha sido así, pero al lado de la vida productiva existían ideales de belleza, amor, orden, justicia… Dios. Hoy se han despejado todas las cuestiones problemáticas porque ya no cumplían la misión de satisfacer al hombre, todo ha quedado reducido a símbolos, a expresiones políticamente correctas pero huecas, pues lo importante es el funcionamiento de la vida social como máquina perfecta, pero hemos dejado reducido al hombre a su esencia económica.

(Bibliografía: VV.AA., Arte de hoy, Taschen, 2002).


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@ sustituida Contactar con el autor: direccionroja[a]gmail.com

📸 ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

📰 Artículo publicado en Revista Almiar, n. º 46, mayo-junio de 2009. Página reeditada en julio de 2019.

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